—¿Dime, Sherezade, qué cuento me tienes preparado para este noche? 

Ella le devolvió la mirada con una sonrisa ladina que adivinaba un hambre que raras veces sentía. Se acercó a su señor, con pasos sugerentes, moviendo las caderas en una suave danza que había practicado más veces de la que le hubiera gustado. 

La suave seda de sus pantalones la acariciaba allí donde hubiera preferido unas manos exigentes y sedientas. El laúd tocó las primeras notas y la envolvió como un amante. Ella se dejó llevar, entregándose al baile lento y sinuoso. Podía notar los ojos de su señor clavados en ella, pero le daba igual. Ese momento era suyo y de nadie más. 

Percibió el cuerpo de otra de las concubinas bailando a su lado y cuando la miró, comprobó con regocijo que se trataba de Aminah. La dulce y hermosa Aminah. 

Se puso tras ella, deslizando sus manos por sus costados hasta sus caderas, al tiempo que amoldaba su propio cuerpo a las sugerentes curvas de la muchacha. Si Aminah se sorprendió por el acercamiento, no lo demostró. Sólo su piel de gallina le dio una pista de lo que de verdad la muchacha estaba experimentando. Sherezade decidió ir un poco más allá. 

Con las manos en las caderas, guió su baile, ralentizando sus movimientos, volviéndolos más comedidos, sensuales y marcados. Su mano derecha voló hacia el estómago de la muchacha. Su piel era tan suave como la de un melocotón e igual de apetitosa. Sherezade se volvió más osada, hipnotizada por una danza de la que ella misma era protagonista. Besó el hombro de la concubina, subiendo con parsimonia hasta el cuello de la chica donde se recreó, explorando, jugando, lamiendo y mordiendo. Sus manos subieron hasta topar con sus pechos, pequeños e iniestos bajo las finas sedas con las que acostumbraba a vestirlas su señor. 

Cuando los apretó con suavidad y manos expertas, un quejido bajo escapó de los labios de Aminah. Sus movimientos empezaron a ser erráticos, dejándose arrastrar por una lujuria que nunca había sentido cuando disfrutaba de tales placeres con su señor. 

—Sherezade… —le advirtió su señor desde su lugar entre los cojines de plumas. Por la oscuridad que advertía en su tono de voz, estaba disfrutando tanto como ella de su nuevo cuento. 

Ella abrió sus hermosos ojos verdes y, sin despegar los labios del cuello de Aminah que no podía parar de jadear, los clavó en los hambrientos ojos oscuros de su príncipe. El bulto que adivinaba en sus pantalones, le dio la confianza para continuar. 

Hizo que la muchacha se volviera hacia ella, rodeó su hermoso rostro con sus manos y la besó… dolorosamente lento. Acalló los ruidos de protesta de ella profundizando el beso, volviéndose más exigente, saboreando con su lengua a aquella muchacha que había entrado a formar parte de aquel harem demasiado joven y que no había conocido otra cosa que no fuera al hombre que ahora las observaba con el deseo prendiendo en cada centímetro de su piel. 

Sherezade cogió las manos de Aminah que caían lánguidas a cada lado de su cuerpo y las guió hacia sus propios pechos. Aún le faltaba práctica y audacia en cómo darle placer a una mujer, pero algo le decía que Aminah sería una excelente alumna. 

Cuando llevó su mano derecha a su sexo y empezó a acariciarlo, Aminah intentó alejarse, pero ella no se lo permitió. 

—¿De verdad deseas que pare? —le susurró contra los labios—. Dímelo y lo haré. 

Ella pareció pensárselo unos segundos y en ese momento Sherezade supo que ya era suya. Aumentó el ritmo de sus caricias, mientras la volvía a besar con ansia. Notando con satisfacción la humedad que cubría sus dedos. 

—No pares —dijo la joven con un hilillo de voz—, por favor. 

—Tus deseos son órdenes para mí. 

Sin detener sus atenciones, condujo a Aminah hacia los almohadones desde donde las observaba su señor y la hizo arrodillarse frente a él. El brillo de su mirada le dijo todo lo que necesitaba saber. 

Sonrió. 

—El cuento de esta noche va sobre poder y control —ella también se arrodilló, despojándose de su ropa antes de hacerlo—. Érase una vez, en un reino muy, muy lejano, un sultán con un enorme harem que no sabía cómo controlar a la más díscola de sus concubinas. 

Sherezade se inclinó de nuevo hacia Aminah y la besó. Le encantaban sus labios tan llenos, dulces e inexpertos. Le agarró con la mano que tenía libre el cuello y profundizó el beso, mientras con la otra, se volvía más audaz con sus caricias y su sexo, acariciando su entrada con el dedo corazón una y otra vez, como si pidiera un permiso que ya sabía que poseía para entrar. Aminah se movía inquieta contra su mano, anhelando esa promesa del placer que el cuerpo de Sherezade le había hecho desde que comenzaron a bailar. 

La concubina acopló su pierna izquierda entre las piernas de la joven Aminah, volviéndola loca con el roce de su piel. Los jadeos se intensificaron. 

—Acercaos, mi señor, no creo que podáis oír el cuento desde ahí. 

El hombre no se hizo de rogar mucho más y, como hipnotizado, se acercó hasta las dos bellezas que no paraban de besarse y acariciarse frente a él. La erección empezaba a dolerle y si no le daba una salida a tanto deseo, no sabía de qué podría ser capaz. 

Sin separarse apenas de su compañera, Sherezade se giró hacia el príncipe, que la miraba como si fuera el tesoro más valioso de todo Oriente Medio y con la mano con la que antes le agarraba el cuello a Aminah, le acarició su sedoso pelo negro, animándolo a que se acercara y se uniera a ellas. 

El beso a tres no fue tan placentero como era besar a Aminah. La barba del príncipe les irritaba la fina piel de sus mejillas, pero el ansia con el que él se entregaba, la necesidad con la que las tocaba, era más de lo que hubiera esperado conseguir antes de empezar con el jueguecito que se había traído entre manos. 

Se separó de ellos y los invitó a que ellos mismos siguieran con sus besos. También guió la mano del príncipe para poder intercambiarla con la suya. Al principio Aminah no pareció muy contenta con el cambio, pero en cuanto él empezó a meterle dos dedos, justo como Sherezade le estaba susurrando al oído, pareció cambiar de idea. 

La concubina se pasó la lengua por los labios. Ella también sentía un calor abrasador que planeaba calmar. 

Con manos expertas, deshizo el nudo de los pantalones de su señor y dejó libre la enorme erección que contenían. Durante unos segundos, se quedó embobada mirándolo… tan duro, tan caliente y tan apetitoso. Sin esperar más, se lo llevó a la boca y comenzó tragarlo cada vez más profundo, al mismo tiempo que movía su mano alrededor de él arriba y abajo a un ritmo cada vez más rápido. 

El grito primitivo de sorpresa de su señor la llenó de gozo y la animó a profundizar aún más y a aumentar el ritmo de su mano. Cuando notó que estaba a punto de irse y alcanzar su propio orgasmo, paró. Él la miró con confusión y luego con furia, pero Sherezade no se amilanó. 

—Aún no habéis escuchado el final de mi cuento, mi señor —lo empujó contra los almohadones, hasta dejarlo completamente tumbado. Luego se levantó y se sentó a horcajadas sobre él, guiando su tronco hasta la puerta de su sexo. Con lentitud, saboreando cada centímetro de invasión, dejándose llevar por el placer que le estaba proporcionando. 

El príncipe gruñó, intentándose coger de la cadera con las manos para así marcar el ritmo. Sherezade no se lo permitió.

Aminah, con la vista nublada por la pasión, se acercó a ella y la miró, rogándole en silencio que terminara con tanto suplicio. 

—Shhhh —le susurró junto a sus labios, a la vez que le apartaba el pelo que el sudor le había pegado a la cara—. Siéntate delante de mí. 

Ella obedeció. Y así fue como Sherezade empezó a cabalgar a su señor, a su ritmo, buscando únicamente su liberación, al mismo tiempo que con la mano derecha acariciaba con fuerza el bulto hinchado en el sexo de Aminah, alcanzando un ritmo que haría que en pocos segundos la joven se corriera.

Cuando la notó agitarse entre sus brazos y empaparle los dedos, ella no aminoró el ritmo, prolongando su orgasmo, que culminó en unos gritos que nunca antes le había escuchado… y eso que Sherezade lo escuchaba todo. 

Dejó que su cuerpo lánguido y sin fuerza cayera sobre el torso del príncipe, mientras ella seguía cabalgándole. El trasero de Aminah era una delicia y no pudo evitar preguntarse qué otro tipo de placer podría arrancarle si decidía explorarle. 

Como adivinando sus intenciones, las manos del príncipe acudieron en su ayuda y agarrando su trasero de cada lado, le dejó a la vista una visión perfecta de este. Sherezade se lamió un dedo y, sin pensar mucho en lo que estaba a punto de hacer, empezó a jugar con él. Una exclamación de sorpresa escapó de los labios de Aminah, pero a juzgar por cómo ella misma se movía contra la mano de Sherezade, estaba más que dispuesta a probar lo que esta quisiera. 

El príncipe buscó su boca y ambos se fundieron en otro beso, momento que aprovechó Sherezade para hundir su dedo en ella. Notó cómo el cuerpo de Aminah se cerraba en torno a su dedo y eso le gustó. Dejó que la chica se acostumbrara a ella y, cuando lo hizo, empezó a salir y entrar de su trasero, mientras los jadeos de ella aumentaban a la vez que el ritmo de sus embestidas. 

Sherezade podía notar cómo su propio orgasmo estaba a punto de azotarla. La joven Aminah era más deliciosa de lo que ella misma se había imaginado. Notó cómo su príncipe se sacudía debajo de ella, llenándola de vida y eso fue más que suficiente para que ella misma se dejara llevar. Con las últimas embestidas a Aminah y cabalgando con un deseo enfurecido a su señor, explotó en un orgasmo atronador que debieron escuchar hasta en el último rincón del palacio. Segundos después, Aminah volvió a correrse con sus dedos dentro de ella. 

—Esto, mi señor, es el poder y el control. 

Sin esperar réplica por parte del príncipe, se levantó de los almohadones y, desnuda como estaba, salió de aquella sofocante habitación que olía a sudor y a sexo y se fue directa a los baños donde, con suerte, la limpiarían y atenderían como se merecía.

Leara Martell

@learamartell