Cada año por estas fechas me ruborizo. Miro el calendario, veo que septiembre comienza y me da un calentón que ni que estuviésemos en pleno verano. La culpa de todo la tiene Marcos. Él, su espalda ancha, sus pantalones de chándal que parecen hechos a medida, y sobre todo nuestro tórrido romance de hace unos años.

Llevaba entonces apenas unos meses divorciada. La maldita crisis económica y un poco también mis ganas de rehacer mi vida desde cero, me animaron a mudarme a otra ciudad donde no conocía absolutamente a nadie. Durante aquel verano había hecho las maletas y había gestionado mi nueva existencia como un renacer total.

Trabajo a estrenar, un piso de alquiler pequeñito pero resultón, unas calles por las que nunca había paseado y, por supuesto, un nuevo colegio para mi diablillo de seis años. Él se había apuntado a nuestra aventura compartida incluso con más nervios y esperanzas que yo misma. Habíamos pasado una ruptura familiar muy dura y juntos esperábamos que el destino (y nuestro trabajo) nos devolvieran el tiempo perdido. Y así comenzamos, con un coche lleno de maletas y cajas, y nuestras cabezas a tope de sueños todavía por cumplir.

Yo lo tenía claro, me centraría en currar a tope, en ser feliz y en ver crecer más feliz aún a mi pequeño. No quería maromos ni relaciones en ese momento, yo me valía perfectamente sola. Había creado un escudo anti-hombres a mi alrededor y ante cualquier incursión no solicitada mi gesto se volvía rudo en cuestión de segundos. Al menos estas eran mis intenciones antes de conocer a Marcos.

Aquella mañana acompañé a mi retoño al colegio como había hecho cada día desde que habían empezado las clases. Él estaba contento, daba la impresión de que su adaptación al nuevo centro y sus nuevos compañeros había sido todo un éxito y yo celebraba muchísimo el verlo tan entusiasmado. Justo antes de atravesar la puerta dio un giro por sorpresa y se volvió a plantar frente a mí sacando de la mochila un papel y un bolígrafo.

Mamá, se me olvidaba, fírmame el papel de la actividad de fútbol que tengo que entregarla hoy‘ me pidió metiéndome prisa sin dejarme siquiera leer aquel folio.

No me había comentado sus ganas de pertenecer al equipo de fútbol del colegio, pero a mí no me pareció mal en absoluto y tras leer por encima aquella fotocopia estampé mi firma donde él me indicaba.

¡Ah! Y esta tarde a las 19:00 tenéis reunión con el entrenador, ¡tienes que venir!‘ remato mientras corría camino de la puerta satisfecho por el éxito.

Odiaba a muerte las reuniones de padres, no las soportaba de ninguna de las maneras. Llevaba desde los dos años de mi hijo intentando escabullirme de todo aquello que supusiera una habitación con muchos padres debatiendo sobre qué hijo es el mejor. Y mi diablillo lo sabía, lo tenía todo más que planeado, me había acorralado contra las cuerdas.

 

Así que tras lograr salir del trabajo como alma que lleva el Demonio, me plantifiqué en la escuela aquella tarde. Fui directa a la zona del gimnasio (donde me habían indicado en secretaría) y me crucé de brazos esperando que poco a poco el resto de mamás y papás tuvieran a bien aparecer.

Cinco minutos, diez minutos, media hora… Allí tan solo se veían ir y venir chavales que entraban al vestuario y se preparaban para sus respectivas actividades. Miré el reloj agobiada y dispuesta a largarme indignadísima cuando de pronto un hombre enorme se acercó mientras guardaba sus gafas de sol.

Buenas tardes, perdone, llevo un rato viéndola desde el patio ¿está esperando a alguien?‘ me preguntó serio. Temo que pensase mal sobre que hacía tanto rato una mujer sola en medio de la entrada de un gimnasio…

Hola, simplemente estoy esperando para la reunión del equipo de fútbol infantil‘ le dije ya casi convencida de que aquella cita no se iba a celebrar por el motivo que fuese.

Vaya… sí, la reunión era hoy, yo mismo soy el entrenador. Pero al final la hemos cambiado para la próxima semana, los niños llevaban un aviso para entregaros a los padres‘ me explicó Marcos poniendo cara de circunstancia.

Exacto, el bueno de mi hijo tendría ese aviso en la mochila, pero mis obligaciones no me permitían verlo hasta llegada la noche. Él en aquel momento estaría con la canguro acordándose quizás de que su madre iría a una reunión fantasma que no existía. Perfecto.

Entre la risa nerviosa por lo mal que había quedado y un medio enfado por la poca organización de aquel hombre, me presenté tendiendo una mano. En definitiva, si íbamos a pasar el resto del curso viéndonos cada sábado en los partidos, mejor era empezar con buen pie.

Me da rabia que hayas esperado tanto tiempo para nada, la verdad es que la reunión es simplemente para explicaros cómo vamos a organizar los entrenamientos y la liga intercentros, si quieres puedes pasar a mi despacho y te lo comento para que no tengas que volver.

Me pareció una idea perfecta y súper amable. Estaba claro que Marcos era un chaval joven pero había lidiado con padres y madres en más de una ocasión. Así que caminé tras él por un estrecho pasillo hasta llegar a una pequeña habitación con una mesa y un par de sillas. Cerró la puerta y en cuanto tomó asiento frente a mí comencé a sentir un calor muy desconcertante.

Un pequeño ventilador movía el aire del interior del despacho mientras nosotros charlábamos a tan solo unos centímetros el uno del otro. Marcos bromeaba sobre las diferentes actividades y cómo solía organizarse y de vez en cuando me preguntaba si me parecía bien todo lo que me estaba contando o sencillamente si los horarios cuadraban con mi día a día.

En un momento, sin saber muy bien por qué, la conversación fluyó y acabamos hablando sobre cómo había terminado yo en aquella ciudad. Sin darle excesivos detalles, algo me hizo dejarle claro que era madre soltera y que no conocía a nadie a trescientos kilómetros a la redonda. Él había cambiado el semblante, captando quizás las indirectas, y había dejado a un lado los papeles sobre fútbol centrándose únicamente en mí.

Entonces el tonteo tomó un papel protagonista. Miré el reloj que colgaba de la pared para darme cuenta de que llevábamos más de una hora de sonrisitas, miradas y alguna que otra patadita bajo la mesa. Marcos me había contado que tras estudiar INEF había conseguido un puesto como profesor de educación física y dirigía las actividades deportivas del colegio, lo que no le permitía tener mucho tiempo para su vida personal.

Yo le daba la razón y me dejaba llevar por lo mucho que me atraía aquel chico. Mis pulsaciones estaban completamente desaforadas y sin apenas darnos cuenta, de pronto, se hizo el silencio. A nuestro alrededor ya no se escuchaban los gritos de los chavales en los vestuarios, ni los pitidos de los monitores en el patio. Miré el reloj de nuevo, eran casi las nueve de la noche, en casa todavía no me echaban de menos ya que habitualmente llegaba mucho más tarde de trabajar.

En medio del silencio un calor sobrehumano recorrió mi cuerpo. Marcos me miraba apoyando sus brazos sobre la mesa, jugueteando entre sus manos con un rotulador que no había soltado en toda la ‘reunión’. Tomé un papel y comencé a abanicarme dándole un meneo a mi melena que ahora me molestaba más que nunca. Ni un ruido, eran unos segundos intensos en los que nuestras miradas se entrelazaron para no soltarse.

¿Lo oyes? El colegio se ha quedado desierto…‘ dijo aquel hombre sonriendo y levantándose del asiento.

Boom boom, boom boom. Mi corazón latía cada vez más fuerte y los poros de mi piel se abrían. Dejé de nuevo mi falso abanico sobre la mesa y bajé mi mirada hacia mi escote por el que resbalaba una escurridiza gota de sudor. Marcos se acercó a mi silla y bajó para ponerse a mi altura. El sonido del ventilador y mis palpitaciones eran la única banda sonora de aquel momentazo. Despacio, puso su cara a apenas unos centímetros de la mía.

Parece que hace calor, ¿verdad?‘ me preguntó dibujando de nuevo una sonrisa que dejaba ver su fantástica dentadura.

Y entonces me dejé caer como quien hace puenting por primera vez. Me lancé a su boca sin miramientos, salvaje y delicada a la vez. Su lengua jugaba con la mía entrando y saliendo, y volviendo a entrar. Puse mis brazos alrededor de su cuello y en un movimiento mágico, Marcos me levantó de la silla y me dejó sobre el escritorio. Ahora también tenía mis piernas disponibles, como si me hubiera convertido en una leona salvaje, apreté la entrepierna de aquel hombre contra mí sin dejarlo escapar.

Besos y más besos, su lengua por mi cuello, bajando por el mismo camino que aquella traviesa gota de sudor. Con calma pero sin parar, desabroché cada botón de mi blusa mientras Marcos dejaba al aire su torso desnudo. Sonreí, me mordí el labio, y volví a sentir sus besos que ahora se centraban en mis pechos. Toqué su culo, duro y macizo como ningún otro que hubiera palpado hasta ese día. En cuestión de segundos su camino llegó hasta mi ombligo, y mientras jugueteaba con su lengua a través de mi cintura, desabrochaba con arte los botones de mi pantalón.

Sus manos agarraban ahora mis caderas levantándolas ligeramente para, con cuidado, tumbarme por completo dejando toda mi entrepierna a su alcance. La verdadera fiesta empezó entonces, cuando la lengua y los labios de Marcos dedicaron su mejor actuación hasta hacerme ver las estrellas. Un dedo acariciaba con cuidado mi clítoris mientras su boca besaba lentamente la entrada de mi vagina. Acariciaba mis labios con los suyos con cuidado y después introducía en mi interior sus dedos buscando con éxito mi punto g.

Un estremecimiento brutal salió de mi interior y un gemido se me escapó en aquel instante. La boca de Marcos había hecho que me corriera sobre aquel escritorio mientras mis piernas todavía continuaban alrededor de su cabeza. Me sentí empapada por el sudor y por todo el flujo que aquel orgasmo había provocado. Levanté como pude el cuerpo de la mesa para ver la mirada triunfal de Marcos.

Yo también sé hacerlo…‘ dije juguetona besando sus labios mientras bajaba despacio sus pantalones de chándal y sus calzoncillos.

Entonces, tras dibujar su cuerpo con mis besos y algún que otro mordisco llegué a su paquete que, ya en ese momento, estaba totalmente empalmado. Con cuidado comencé a besar su polla, primero despacio y después más rápido, mientras lo acariciaba con una mano. La dejé entrar por completo, jugando con mi lengua sin parar. Miraba su cara y sus ojos, ahora casi en blanco por el placer.

Por favor, para… apóyate en la mesa…‘ me pidió Marcos tras unos minutos de juego.

Me volví a sentar sobre el filo abriendo mis piernas todo lo que podía. Él buscaba en su mochila y mientras tanto yo acariciaba mi clítoris sin dejar de mirar su tremenda erección. Se puso un preservativo y sin pensárselo un segundo se dirigió a mi vagina mientras volvía a besarme en los labios.

Con movimientos lentos, circulares, después algo más rápidos… Marcos follaba como todo un experto. Me preguntaba si me estaba gustando, y yo apenas podía responder con tanto placer. Mientras su pene se movía con sutileza en mi interior, él volvía a tocar mi clítoris con maña. Me deje ir de nuevo mientras él aumentaba el ritmo haciendo que la fricción me llevase al más allá.

Con ganas de más, me giré pidiéndole a Marcos que me tomase por detrás. Él tocaba mis nalgas con mimo mientras su polla entraba y salía rítmicamente. Mientras tanto, yo misma daba rienda suelta a mis manos poniéndolas en mi entrepierna. En unos minutos aquel amante experimentado me avisó de que quería correrse, entonces le pedí que fuese más rápido, necesitaba terminar junto a él para hacer de aquel polvo furtivo algo redondo.

Sus envestidas fueron entonces mucho más repetidas e intensas, en cada una de ellas Marcos emitía un pequeño gemido que me hacía pensar en sexo salvaje. Unidos nos fuimos una vez más, agotados y envueltos en sudor. Completamente sonrojados, sin aliento.

Aquel polvo con el entrenador, fue el primero de muchos. Jamás volvimos a repetir la faena en su despacho, puede que ambos quisiésemos dejar sellada la primera como una ocasión especial. Pero sin que el resto de padres, ni siquiera mi hijo, lo supieran, ambos dimos rienda suelta a nuestra pasión durante meses. No fuimos novios, ni siquiera algo medianamente serio, pero juntos hacíamos un engranaje perfecto en eso del folleteo ¿y por qué no aprovecharlo?