Estaba archivando las facturas de aquella semana, cuando oí su voz.

Dejé el archivador en su lugar, me alcé para recibir al nuevo huésped como tantas otras veces había hecho. Habían pasado hombres realmente guapos y atractivos por el hotel, en su mayoría <<hombres de negocios>> ya que era el perfil al que solía ofrecerse la empresa gracias su ubicación céntrica en una gran ciudad y varias instalaciones como la sala de congresos y ferias, pero ninguno llamó mi atención como él.

No es que se tratara de un Adonis, pero era de ese tipo de persona que tiene algo especial y no puedes dejar de mirarla. Quizás era el magnetismo de su sonrisa traviesa lo que me encandiló desde el principio. Su forma de vestir era llamativa, una gabardina gris, que le quedaba como un guante, que junto con sus grandes gafas le daban un aire misterioso. Por un momento pensé que se había escapado de una película de los años cuarenta porque podría ser un apuesto actor de la edad dorada de Hollywood.

Seguí el protocolo como con cualquier otro cliente. Por si su marcado acento en su grave voz no hubiera sido suficiente, su carnet me confirmó que era francés. No tenía reserva y le hice unas cuantas preguntas para asignarle una habitación con sus preferencias. Mientras hacía la gestión, su mirada oscura me observaba con intensidad, poniéndome un poco nerviosa.

No era la primera vez que un huésped intentaba ligar conmigo, provocando una situación incómoda y en la mayoría de las veces asquerosa. Me preparé mentalmente por si eso sucedía, le lanzaría una clara negativa en el idioma que fuera necesario seguida de una mirada asesina.

Se despidió de mí con amabilidad. Eso sí, me dedicó una sonrisa de pilluelo y sus ojos negros tras las lentes no se apartaron de mi hasta que llegó al ascensor. <<Étienne>> leí en la ficha de su habitación en la pantalla. Susurré su nombre con acento francés mientras volvía a las facturas, todavía podía sentir su imponente mirada sobre mi y aunque no soy una mujer tímida, me ruboricé.

Y ese fue el primero de muchos sonrojos por culpa de Étienne.

Ir al trabajo se hacía mucho más ameno. Un saludo amable, una sonrisa pícara y un sensual <<Merci>> de sus labios era suficiente para hacerme fantasear. Había dejado dicho que le despertaremos por teléfono a las ocho de la mañana, cuando me tocaba ese turno marcaba a su habitación con los nervios removiendo mi estómago y cuando su voz grave y ronca me contestaba a otro lado se me erizaba el vello de la nuca.

Alquiló alguna de las salas de reuniones del hotel en varias ocasiones, se entrevistaba con altos cargos empresariales y gente pudiente, a veces alguna de esas personas eran mujeres muy atractivas. No podía evitar pensar que lo mismo Étienne era un poco perverso y se lo montaba en la sala de reuniones con ellas, pero desechaba la idea pensando que para eso ya tenía una suite ¿no? 

Confieso que más de una vez me vi a mi misma llevando esos tacones de aguja, con una falda lápiz embutiendo mi trasero, sobre la mesa redonda de la sala de reuniones mientras mi travieso francés me rellenaba el croissant con su baguette. Esos pensamientos volvían a mí y me traicionaban cada vez que Étienne venía a pedirme algo a la recepción.

Una tarde Étienne se despedía de unas personas con las que había estado reunido cuando una fuerte ráfaga de aire tiró una de las grandes macetas que flanqueaban la entrada al recibidor. Me apresuré a apartar la maceta para que no les impidieran el paso. Entonces unas grandes y fuertes manos me ayudaron a mover la maceta rota junto con la palmera que bailaba inestable en su interior. Era él.

Una vez más me sonrojé mientras le agradecía y le pedía que se apartara para no manchar de tierra sus masculinas manos y su costosísimo traje de chaqueta. Él se rehusó y me estuvo ayudando todo el tiempo, en una de esas nuestras manos se entrelazaron al querer coger el mismo trozo de cerámica, sentí su mano cálida sobre mis nudillos y su calor llegó hasta mi pecho.

¿Cuándo dejas de trabajar?—preguntó en un susurro.

Entendí que se refería a cuando terminaba mi turno, le respondí sin pensar que a las nueve. Sus ojos barrieron mi cuerpo y estoy segura de que pudo ver las puntas de mis pezones erguidos contra la blusa negra del uniforme. ¡Qué mirada! Me había puesto más caliente que el palo de un churrero. Me invitó a cenar en su habitación y a pasar la noche. Mis instintos más bajos hablaron por mí, aceptando su proposición.

Estuve ansiosa el resto de la tarde. A las nueve bajé al vestuario y me dí una ducha y me puse la ropa con la que había llegado al trabajo. Cuando estuve lista tomé el ascensor que usaba el personal de limpieza para llegar a la séptima planta.

Étienne abrió la puerta, como si hubiera escuchado los tacones de mis botas, únicamente con los pantalones y las gafas puestas. La baba se me caía a medida que entraba en la habitación, Étienne estaba tremendo con esos hombros anchos y fuertes. Lo primero que vi fue la mesa repleta de platos con queso, uvas, jamón y un par de botellas de vino. La calefacción estaba puesta, me deshice del bolso y el abrigo, tenía calor, pero lo que mojaba mis bragas no era sudor. Lo segundo que vi fue la cama, perfectamente hecha, me senté en el borde, el me miraba como siempre hacía, calentando cada resquicio de mi cuerpo con la profunda oscuridad de sus ojos y me desprendí del jersey, quedando con el torso desnudo.

Él vino hacia mí, tirándome en el colchón mientras sus labios devoraban los míos. Abrió mi pantalón y su mano se coló bajo mi ropa interior. Le mordí el labio inferior al notar su toque, bajé un poco mis pantalones para facilitarle el acceso y me metió uno de sus gordos dedos dejándome sin respiración. Su pulgar se encargó de mi botón del placer haciendo que me mojara sin pudor. Abandonó mi boca para chuparme las tetas, nunca nadie me había torturado tanto con la lengua, haciendo que me retorciera y arqueara la espalda cada diez segundos. Cerré los ojos cuando la lujuria explotó entre mis muslos, lancé un grito ahogado y débil por el orgasmo.

Cuando abrí los ojos Étienne estaba desnudo, había colocado la erección frente a mi rostro. Giré y me moví hasta tener su polla dura y creciente en mi boca. Se deshizo de mis pantalones y mi tanga y mientras se la chupaba como si fuera un Calippo, volvió a tocarme el coño con sus gordos dedos. Estaba tan cachonda que no me importó sentir arcadas cuando se la comía entera. Relamí con mi lengua la punta de su pene como si fuera un caramelo. Al poco tiempo lo escuché gemir en un <<Mon Dieu>> y salió de mi boca para abalanzarse salvajemente sobre mí. No me extrañó su reacción, pues le había hecho la mamada del siglo. Me besó y restregó su miembro por todo mi cuerpo antes de ponerse un preservativo.

Me pidió que me colocara boca abajo, dudé de si pretendía tener sexo anal, pero en aquel momento de pecado hubiera aceptado todo lo que me ofreciera. Me relajé contra el colchón mientras él me separaba las piernas y se colocaba sobre mi espalda. Me penetró el chumino con lentitud, encajando la postura hasta estar totalmente en mi interior. Besó y mordió mi cuello arrancándome gemidos propios de una hembra en celo. Su polla se endurecía en mi vagina con sus movimientos de cadera y la postura rozaba mi punto G de una forma tan exquisita lloré de placer sobre la colcha.

Me mantuve como una estrella de mar boca abajo todo el tiempo, pero a él no pareció importarle y yo gocé de lo lindo de sus besos en mi cuello, las nalgadas que me daba cada cierto tiempo y de sus fuertes brazos rodeándome cuando me empotraba con fuerza. Todavía me duele el culo de cómo me rebotaban los glúteos contra sus caderas por las fuertes embestidas. Me sentí una autentica Femme Fatale cuando él gritó suavemente en francés en mi oído al llegar al clímax.

Fue una noche de fantasía en la que nos acostamos varias veces y pude catar con todo lujo de detalles el producto francés y es que Étienne estaba más bueno que las crepes con Nutella del barrio de Montmartre.

 

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