Es un sueño recurrente, lo sueño dormida y despierta, tanto inesperadamente como en situaciones particulares.

Todo empieza de forma muy básica y normal en una habitación sin mucho detalle, nada especial. Ahí estoy yo, sentada, esperándote, ansiosa de verte nuevamente… Llegas tú, aparentemente tranquilo y casual, como si nos hubiéramos visto solo días atrás. Sonríes a medias, dices «hola» mirándome a los ojos. Me pongo de pie y te muestro mi más grande sonrisa, me encuentro a mí misma temblando un poco por los nervios, te saludo e intento preguntarte cómo estás. Te acercas a mí todavía con la sonrisa dibujada en tus labios, tu cercanía corta mis palabras. Cierro los ojos e inmediatamente siento tu aliento cerca de mi, tus labios se posan sobre los míos, me tomas por la cintura y el cuello y me acercas de golpe a tu cuerpo.

Me doy cuenta de que tu tranquilidad era solo aparente, estás tan nervioso como yo, tu corazón late fuerte, tu respiración es entrecortada.

No hay tiempo para muchas palabras, nos hemos deseado e imaginado por mucho tiempo.

Me besas con desesperación, tu lengua juega con la mía, muerdo suavemente tu labio inferior. Ese labio suave, jugoso y esponjoso que tanto me gusta.

Tus manos se mueven sobre la tela casi sedosa de mi blusa hasta que logran meterse dentro y siento mi espalda quemarse de a poco mientras te paseas por ella, hábilmente desabrochas mi sujetador para que no existan obstáculos en tu recorrido por mi piel. Mis manos se desplazan de tu cuello a tus hombros. No hay espacio entre nosotros.

Separas tus labios de mi para quitarme la blusa. Mientras quitas tu camiseta, dejo caer mi sujetador. Vuelves a besarme, vuelves a pegarte a mi. Haces un pequeño sonido placentero cuando mis senos tocan tu pecho, nuestra piel caliente entra en contacto, y sin despegarte de mi boca dices, «te extrañé».

Besas mi cuello, tocas mis senos que llenan tus manos, los aprietas un poco y los dejas para soltar los botones de mis vaqueros. Yo hago lo mismo, quiero liberar un poco la tensión que hay en tu pantalón causada por la gran erección que puedo sentir desde hace un rato.

Te agachas para bajar mi pantalón, en el camino te detienes unos segundos para jugar con mis pezones, los lames, los chupas, los muerdes. Al clavar tus dientes en mi piel me haces gemir en voz alta por primera vez. Me das un par de besos húmedos en el abdomen y en el vientre y te deshaces de mi pantalón. Todo muy rápido, con mucho desenfreno.

Vuelves a buscar mis labios. Una de tus manos se desliza dentro mi ropa interior de encaje negro. No necesitas adentrarte mucho para darte cuenta de lo mojada que estoy. Me miras; sonrío y te miro con picardía, sé que te encanta saberme así por ti. Tocas mi clítoris suavemente y luego tus dedos se introducen en mi vagina, juegas un poco, me haces gemir cada vez más fuerte.

Mientras tanto, empiezo a bajar tu ropa interior y veo tu pene, más grande de lo que lo recordaba, totalmente duro y tenso, una pequeña gota de asoma en la punta. Empiezo a recorrerlo con mis manos, se torna cada vez más húmedo. Lo quiero volver a probar, quiero saborearte. Me arrodillo frente a ti, te miro mientras lubrico mis labios con mi lengua, lamo la punta y lo introduzco en mi boca de a poco, mi lengua no para de juguetear, mis labios y mis manos lo rodean y lo estimulan; lo meto tan profundo como puedo, masajeo suavemente tus testículos. Te veo levantar la cabeza y cerrar los ojos, justo antes de soltar un gemido.

Poco después me pides que pare. Me siento en el borde de la cama y te acercas a mi, mientras me besas, tu brazo rodea mi cintura y con fuerza me subes hasta la mitad de la cama. Quitas mi ropa interior, muerdes la parte de adentro de mis muslos. Me haces gemir fuerte. Muerdes mis labios vaginales. Tu lengua recorre mi clítoris, al mismo tiempo introduces y mueves tus dedos dentro de mi vagina. Ya no puedo contenerme, empiezo a sentir un gran orgasmo que hace estremecer todo mi cuerpo.

Te pido que me penetres, quiero sentirte dentro de mi, que me llenes de ti.

Recorres mi vagina con la punta de tu pene, lo mojas con mis fluidos. Lo pones justo en la entrada y haces un poco de presión. Al principio se dificulta un poco, hace mucho que no tenía algo de tus dimensiones.

Empujas con fuerza y lo logras. Me lleno de una mezcla de dolor y placer. En especial placer. No puedes creer lo apretada que se siente. Empiezas a mover la pelvis muy suavemente, gimo cerca de tu oído. Con cada gemido aceleras el ritmo y mi vagina se adapta a tu pene, se siente tan bien, caliente, húmedo, con la presión y fuerza adecuadas. Mis manos están en tu espalda, mis uñas se clavan en tu piel. Me dejas saber que lo disfrutas, gimes y haces esos sonidos deliciosos que sabes que me enloquecen. Agarras mis senos y aprietas mis pezones. Me aferro a tus nalgas para asegurarme que no puedes salir de mi. Un segundo orgasmo invade mi cuerpo.

En cuanto me repongo, me pides que me voltee. Me arrodillo en la cama y bajo mi torso, mis nalgas quedan paradas frente a ti. Me das una nalgada. Empiezas a penetrarme desde atrás, agarras mis caderas con fuerza y las aprietas como si temieras que me escape. Agarras mi cabello y volteas mi cara, me das un beso, lames mis labios.

Sigues moviéndote dentro de mi. Digo tu nombre y te pido que lo hagas más duro, más fuerte. Eso te gusta, te vuelve un salvaje. Mi vagina se contrae cada vez con más frecuencia, otro orgasmo se acerca y sientes como aprieta tu pene. Comienzas a sentir inevitables ganas de acabar, sueltas un gruñido y te estremeces. Al sentir tu pene latir y llenarme de tu leche caliente no puedo evitar alcanzar mi tercer orgasmo.

Estamos sudando, nos acostamos uno al lado del otro, nos abrazamos. Nuestra respiración es entrecortada. Estoy despeinada, mis mejillas y mi pecho están ruborizados. Como siempre, sin importar como esté, me dices: «estás hermosa»… Y me das un dulce beso en los labios. Luego de eso nos tomamos el tiempo de conversar, ponernos al día y seguir explorando nuestros cuerpos como en aquellos días donde la realidad era lo que hoy es nuestra fantasía.

DITA.