—Cormac, —le susurró embriagada de deseo. — hazme tuya esta noche. —acarició suplicante la mejilla de él.—Quiero tenerte ahora. —deslizó su mano verticalmente sobre su torso de manera pausada, acentuando la caricia. —¿No me deseas ahora tú también? —murmuró seductora cerca de su rostro.—Sí que me deseáis. —se contestó Beth a sí misma palpando su dureza con descaro.—Si pudieras ver lo húmedos que están mis pliegues por ti. —escuchó el gemido de Cormac. —Y tú, —apretó su verga. — tú estás tan duro, quiero… —soltó una exclamación cuando notó que él la agarraba por la muñeca deteniendo sus ardientes caricias.

—Detente. —le advirtió. Beth jadeó ante la lasciva mirada que le dedicó. —Me convertiré en un salvaje, levantare tu falda y aquí mismo te…No quieres ver eso de mi, Beth. —le susurró antes de besarla. En la mente de la pelirroja aquella tórrida imagen le estaba causando placer.

—Sí que quiero. —le rebatió sosteniéndole la mirada.

En un rápido movimiento Cormac la alzó contra la pared, levantó su falda e hizo que ella le rodeara la cintura con las piernas. Tan sorprendida estuvo Beth que no fue consciente de lo que pasaba hasta que sintió las lánguidas caricias de los dedos de Cormac en su entrepierna. Jadeó al instante, rodeando con sus manos el cuello masculino. Pronto comenzó a gemir al deslizarse los dedos de él por toda su vulva. 

Cormac la miraba mordiéndose los labios. Su sonrojo en las mejillas y los sonidos inteligibles que salían de su garganta eran toda una delicia. Sus dedos y la palma de su mano eran testigos de lo mucho que le gustaba aquello, pues no paraba de humedecerse. 

Unos placenteros espasmos subieron por su espalda. Su entrepierna latía como si tuviera el corazón allí. Dejó escapara un largo gemido mientras cerraba los ojos llena de placer.Cuando estuvieron próximos a la cama, él dejó que sus pies volvieran a tocar el suelo. La seguía sujetando por la cintura, manteniéndola muy cerca de su cuerpo.

—¿Tal vez debería desnudarte? —sugirió sonrojada.

—Puedes hacer lo que quieras conmigo. —le susurró seductor al oído. Un escalofrío la hizo arquearse contra él. 

Beth se atrevió a desprender la chaqueta de sus hombros dejando a la vista su camisa. Decidió continuar con esta última prenda, necesitó la colaboración de él para que al fin su fibroso torso estuviera a la vista. 

—Suéltate el cabello. —suplicó con su grave voz. Beth sonrió de medio lado y alzó las manos a su cabello para liberarlo. —Es como mirar el atardecer. —continuó enredando en uno de sus dedos un mechón suelto. 

Sintió en su pecho las manos de Cormac que aflojaban el cordón delantero que mantenía el vestido en su sitio. Solo sus nudillos rozaban accidentalmente sus senos y ese sutil contacto estaba haciendo que sus pezones se endurecieran. Para cuando su cabello estuvo suelto por completo, él ya había aflojado el vestido lo suficiente para que se le escurriera por los hombros.

Cormac hundió la cara en su melena aspirando su aroma, después la obsequió con varios besos en la sien. Con un brazo Cormac la sujetó por la cintura, a la par que con la mano del brazo contrario acunó uno de sus senos sobre la fina camisola de Beth. La pelirroja gimió ante el contacto, permitiendo la oportunidad perfecta para que la lengua de su prometido se colara en su boca. La aceptó al igual que el masaje que recibía su seno cuya punta le parecía iba a explotar.

Dirigió sus manos al cinturón de cuero que mantenía el kilt en su sitio, de donde el miembro de Cormac palpitaba por liberarse. Palpó su fuerte trasero y trabajadas piernas, toda la piel de aquellas zonas, que le parecieron tan magnificas a Beth, se hallaban cubiertas por un vello tan oscuro como el de su cabello.

Cormac había hecho que el beso se volviera más feroz. Exploraba su boca con la lengua y apresaba los labios de Beth entre sus dientes sin piedad. La pelirroja lo estaba volviendo loco con sus manos, intentaba no sucumbir a sus instintos y abalanzarse sobre ella como un bruto. Quería hacerla disfrutar de la experiencia, dedicándole el tiempo necesario. Con ambas manos sobre el trasero respingón de su prometida, movió los dedos de forma que al mismo tiempo que lo masajeaba, subía su camisola. Beth sintió de manera progresiva el frío hasta quedar desnuda. 

Él estaba petrificado, con la mirada clavada sobre su blanca piel, su cabello desperdigado y su cuerpo acariciado por la luz de las llamas. Desde sus pecas en la piel de marfil, hasta cada maldito vello pelirrojo de sus piernas y axilas le excitaban de sobremanera. 

Beth también se tomó su tiempo para observarlo a él, no encontrando nada que le fuera desagradable, ni siquiera las cicatrices de la lucha. Cormac gateó sobre ella en la cama. El corazón de Beth latió con frenesí, era incluso más excitante que cuando ella lo imaginaba al tocarse. Instintivamente, abrió y flexionó las piernas dejando su deseo expuesto con totalidad. Escuchó gruñir a Cormac, quien dejó caer su cuerpo contra el de ella. Beth sintió el cosquilleo que le producían los vellos del pecho de masculino contra sus senos. De nuevo, su vulva se vio colmada de las atenciones de sus dedos, jadeó sorprendida separando sus labios. Cormac se deslizó por su cuerpo, arrastrando los labios por su piel, dejando un sendero húmedo sobre su piel hasta llegar a sus senos. Comenzó a lamerlos usando toda la longitud de su lengua para ello, endureciendo las puntas, tanto que resultaba sutilmente doloroso. Beth ya jadeaba sin control e intentaba a duras penas recuperar el aliento. Entonces Cormac tomó uno de los pezones en su boca, chupándolos con fiereza. Las manos de ella se colocaron en el cabello negro en una súplica silenciosa de que no parase de hacer aquello. Cormac sonrió complacido contra su piel.

—Cormac, —sus manos acunaron el rostro masculino por la línea afilada de su mandíbula, haciendo que la mirara. Él acomodó su posición para colocar el rostro frente al de ella.—¿Complace mi cuerpo tus deseos?

—Mis deseos y todos mis bajos instintos, Beth.—la besó con pasión. 

Cormac se colocó mejor sobre Beth y ella rodeó su cintura con las piernas. Notó el inicio de su miembro contra sus pliegues húmedos. Con un suave movimiento de cadera, él empezó a penetrarla. Su primer impulso al notar la invasión fue contraerse y aferrarse con fuerza a la espalda de él. Besó el rostro de Beth con veneración al ver su gesto de contención. Estar en su interior era tortuosamente placentero. La pelirroja lo sentía como algo nuevo y excitante. Tenía que acostumbrase a sus dimensiones y la deliciosa presión que sentía en sus paredes internas.

—Bésame. —le rogó a Cormac y él la complació al instante. 

Lo que comenzó como un tierno beso, se fue intensificando de modo que la pasión fue ganando terreno. Beth sentía su cuerpo palpitar de deseo, arqueó su espalda y elevó sus caderas hacia Cormac, sintiendo que lo poco que quedaba fuera de su miembro se hundía en ella. En los escasos segundos que duró la acción, la fricción que sintió en su clítoris la hizo estremecerse de placer soltando un gemido ahogado en los labios de su amado. Ante esa invitación, él empezó a moverse lentamente sobre Beth, provocando un vaivén de placer infinito.

Descifró el gozoso ritmo con el que Cormac entraba y salía de su cuerpo, decidió unirse a él, lo que en poco tiempo intensificó las sensaciones. Él casi gemía en gruñidos lo que hacía que se le erizara la piel a la pelirroja. Ella se sentía cada vez más húmeda y fuera de control, y con sorpresa admitió que aquella desinhibición le encantaba. Pronto los jadeos y gemidos de ambos anegaron la habitación en la armonía del placer.

Él agarró uno de sus tobillos y flexionó la pierna femenina al máximo, obteniendo un ángulo que le permitía penetrarla con más profundidad y dureza. Beth notó como todo su cuerpo se sacudía con las embestidas. Estas se volvían más rápidas deleitándola como nunca hubiera imaginado. Al cabo de pocos minutos, aquel ritmo salvaje la hizo sucumbir. De nuevo, una eléctrica oleada recorrió todos los rincones de su cuerpo, su interior derramó un cálido líquido que los envolvió a ambos. Gritó al tiempo que apretaba a Cormac en su interior. Sintió que su cuerpo le pesaba horrores, en el limbo de aquel dulce mareo, percibió los últimos embates de Cormac.

 

Margot Hope

 

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