Hoy he dedicado la tarde a comprar lencería por internet. Ver los modelitos me ha llevado a pensar cuándo los usaría y con quién. Una no es de piedra y me animé. Probé suerte con mi agenda pero no es cierto eso de que las mujeres follamos cuando queremos…

Tenemos recursos, eso sí. De camino a la habitación, en busca del dildo más grande de mi cajón, se me ha ocurrido probar una nueva manera de masturbarme. Normalmente me tumbo en la cama y me pongo a la faena pero hoy he querido tomármelo con calma.

Me he quedado en bragas y sujetador, y me he echado en la cama pero al revés: la cabeza hacia la zona de los pies y las piernas apoyadas en la pared por encima del cabezal. Así dispuesta he empezado a acariciarme lentamente: los muslos, la tripa, una teta, la otra, de vuelta a la barriga, el culo…

Paseaba mis dedos lentamente sobre la piel, erizándola. En la segunda pasada, los pezones ya se marcaban en la tela del sujetador y me he detenido un momento a rodearlo con el pulgar. Ojalá me las estuvieran comiendo ahora…

Apoyo los pies en el cabezal y abro las piernas para acariciar también el interior de los muslos. Se me ocurre que esta postura es perfecta para enganchar la polla de goma que está a mi lado en la cama y follármela… La sola idea me gusta. Mi cuerpo lo dice en su lenguaje de humedad.

Antes de engancharla, juego un poco. Rozo con ella la parte exterior de la vulva, aparto un poco los labios mayores y la hago resbalar por el flujo que la inunda. Pienso en el mejor de mis amantes metiéndome ese trozo de goma mientras me mira y me susurra lo puta que soy, lo morbosa que soy, lo viciosa que soy.

Así me siento ahora: puro vicio. Presionar la ventosa del dildo empapado de mi flujo contra el cabezal me excita, mucho. Lástima que el sabor sea de goma porque, en ocasiones, más que follar con un tío echo de menos comerme una polla.

Fantaseo con ese amante que tanto me pone y se acerca de rodillas hasta mi cabeza. Sus huevos quedan a la altura de mi boca para que me los coma y mientras me follo la polla de goma pegada en el cabecero. Con las manos amasa mis tetas y gruñe enfebrecido cuando llevo mi mano al clítoris. Ese espectáculo improvisado le pondría realmente cachondo, tanto o más que a mí imaginarlo.

Una polla que no es la suya entrando en mi coño es una de sus fantasías recurrentes. Le encantará cuando se lo cuente… El trozo de goma entra y sale en mi vagina, acompañado de un movimiento manual en zigzag cada vez más intenso. Ya estoy casi. Noto ese latido que se contrae en mi interior sobre el dildo y que cede en intensidad poco a poco.

Una vez calmada, hago una foto de mis tetas junto a la polla aún enganchada en el cabezal. Emoticono de cara malvada, los morados con los cuernecitos. Enviar.

Autor: Amanda Lliteras.