Una visita inesperada

 

Estaban sentados en el sofá viendo una película en la televisión, como cada fin de semana, con la única excepción de que no estaban solos. Ese día, su primo había decidido ir de visita para presentarles a su nueva pareja.

Habían disfrutado de una cena deliciosa que había preparado ella, regada con el mejor vino del que disponían en la pequeña bodega del sótano, ese que se guarda para ocasiones especiales, y ésta lo había sido. 

Hacía mucho que los primos no se veían y la pareja venía cargada de chismes familiares, historias y pequeños secretos contados en voz baja como cuando eran unos críos.

Había sido una velada agradable, pero ella no podía perdonarle a su primo que hubiera ido sin avisar y que su inesperada visita le hubiera jodido el polvo mañanero. Por su culpa, se había pasado el día entero húmeda y cachonda como una perra en celo, buscando cualquier rincón para restregarse con su marido y rogándole que continuara con lo que había comenzado esa mañana.

Encuentros furtivos en el servicio donde se acariciaban sin llegar hasta el final; alguna que otra cachetada juguetona; besos húmedos y más largos de lo usual que incomodaban a cualquiera que los observaba, pero aún más a su primo y su nueva novia; miradas lascivas en la cola del McDonald’s a la hora de comer; susurros lentos y aterciopelados en el oído con promesas que más valía que se cumpliesen esa misma noche…

Por eso a él le dio un latigazo en su dolorosa erección, que había mantenido más o menos dura durante todo el día, cuando el primo y su pareja rogaron quedarse a pasar la noche. 

No podían decir que no, pero ambos estaban deseando entrar por la puerta y arrancarse la ropa, tirarse al suelo y comerse de arriba abajo.

El primero sería un rápido polvo salvaje contra la mesa del comedor, o eso le había prometido él; los siguientes se los tomarían con más calma, pero estaban más que dispuestos a pasarse toda la noche en vela si con eso conseguían saciar sus ansias contenidas. Ella ya saboreaba su miembro entre sus labios. Él no sabría diferenciar entre la humedad de ella y su propia saliva.

Pero, volviendo al sofá… Los cuatro tortolitos estaban viendo una película romántica en la tele, porque a las chicas se les había ocurrido torturarlos esa noche. La enorme diferencia entre ambas parejas era que, mientras una de ellas estaba relajada y adormilada, la situación de la otra era diametralmente opuesta: estaban bien despiertos y algo nerviosos.

La película estaba resultando bastante aburrida, o puede que todos estuvieran cansados por el ajetreado día, pero la cosa se animó cuando la trama se tornó algo más sexy y enseñó algunas escenas bastante subidas de tono, que la hicieron suspirar a ella. Para él, ese suspiro había resultado tan sensual como un gemido contenido por su propia mano. Solo con imaginárselo, su erección volvió a palpitar.

Él miró del reojo al primo y su novia, para descubrir que el chico se había quedado dormido y que a la novia, aunque estaba muy atenta a la película, se le cerraban los ojos lentamente. Así que decidió jugar un poco con su chica. 

Ella llevaba haciéndolo con él todo el día, para nunca terminar lo que empezaba. 

Dos podían jugar al mismo juego. 

Tenía el brazo alrededor de su cuello y decidió deslizar un dedo por el pezón de ella, obviamente «sin querer», pero queriendo. Su chica lo miró a los ojos, con los labios secos, entreabiertos y jadeantes. La llama estaba ya encendida, pero él había avivado el fuego.

—Tengo algo de frío, ¿tú no, cielo? —preguntó su mujer, con un brillo especial en la mirada.

Él pensó que estaba loca, ya que el calor que irradiaban sus cuerpos unidos podría calentar la casa entera… La miró desconcertado, pero se dio cuenta de su sonrisa maliciosa y supo que tramaba algo.

—Sí, algo de fresco…

Ella cogió la manta que siempre tenían a mano en el sofá durante esa época del año y los tapó a los dos, aunque se esmeró mucho más por cubrir a su marido que a sí misma.

Él estaba expectante, pero la dejó hacer, y volvieron a colocarse como estaban… Para la decepción del chico, no ocurrió nada más. 

Entonces, cuando él menos se lo esperaba, su mujer comenzó a deslizar la mano por su bragueta y le susurró al oído: “no voy a dejar que esto se baje»; lo que provocó que su pene se hinchase aún más si cabe. A él le encantaba lo traviesa y juguetona que era ella, sobre todo en los momentos más inoportunos, pero le estaba ocasionando un tremendo dolor en su miembro y sus testículos, y más valía que lo solucionara pronto.

Lentamente, ella comenzó su juego: bajo la manta, subía y bajaba suavemente la mano por su miembro, acariciándolo con sus uñas y frotándolo con sus dedos.

Introdujo la mano por dentro del pantalón y bajó sus calzoncillos para tocarlo más íntimamente. En ese momento, solo estaban ellos dos y nadie más les importaba. 

El calentón del día provocó que, aunque las caricias de ella fueran demasiado pausadas, el pobre chico no aguantara mucho y se derramara sobre su mano.

Esto no quedará así —le susurró él en un gruñido suave.

Y, lo más dignamente que pudo, se levantó del sofá, ocultando con la cinturilla del vaquero y su camiseta holgada su, todavía, prominente erección.

Estoy ya cansado, me voy a la cama. ¿Vienes? —anunció en voz alta, dirigiendo la última pregunta a su esposa.

Ella se levantó y solo dijo: «Buenas noches» a su dormido primo y a su adormilada chica.

Subieron la escalera, él cerró la puerta de su cuarto de un portazo, la amarró a la cama, le tapó la boca con un viejo pañuelo, que utilizaban con frecuencia durante sus juegos, y le susurró al oído: «ahora yo te haré sufrir y no podrás escaparte».

Ella dudaba de que él la hiciera sufrir… Y él se lo confirmó cuando la hizo correrse varias veces seguidas con sus labios y su lengua, para luego darle la vuelta, levantarle el culo y cabalgarla fuertemente durante un rato más mientras acariciaba su clítoris, más sensible de lo que ella lo había sentido jamás.

Eso era lo que habían deseado todo el día, y por fin lo habían logrado.

Pero ambos estaban de acuerdo en que había merecido la pena la espera; porque, si no, no hubieran tenido ese maravilloso día cargado de nuevas experiencias y no tendrían ahora una anécdota que nunca podrían contar a nadie, pero sí que podrían rememorarla para futuras ocasiones en la intimidad de su dormitorio.

 

@caoticapaula

 

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