Cuando empieza a oler a Navidad mi cuerpo siempre se estremece. En mi tierra es ese olor a castañas asadas, a menús interminables y a decenas de perfumes a elegir en una inmensa tienda atestada de gente.

Es como si toda esa mezcla explosiva me hiciese viajar una y otra vez al pasado. Atravesando un túnel del tiempo en el que, de pronto, soy espectadora de mi propia vida. Me siento un poco como el señor Scrooge en ‘Cuento de Navidad‘, salvo que a mí, por suerte, no me visita ningún espíritu para darme una lección vital.

Vicente y yo éramos esos amigos inseparables por lo que todo pasa pero nada importa. Llevábamos demasiados años compartiendo instantes, secretos y emociones como para que un mindundi cualquiera pudiera con nosotros. Éramos inmunes al tiempo y al espacio, habíamos estudiado separados, habíamos pasado meses hablando lo justo, pero siempre siempre volvíamos al punto de partida, esa preciosa amistad que pocos comprendían.

Y es que cuando tienes ocho años eso de ser solo amigos es perfecto, lo correcto, pero según pasa el tiempo da la impresión de que por tener genitales diferentes, ese cariño debe convertirse por narices en atracción sexual no resuelta. Hicimos frente a familia, amigos y parejas que dudaban una y otra vez de que nuestras quedadas se ciñesen única y exclusivamente a charlar como si el mundo se paralizase.

Lo cierto era que Vicen y yo no solo hablábamos sin parar, sino que además hacíamos planes de futuro intentando imaginar cómo serían nuestras vidas de allí a unos años. Pensábamos sin cesar en cómo nos veríamos cuando esa ansiada libertad nos trajese viajes y nuevas aventuras que sumar a nuestro diario de a bordo.

Habíamos pasado entonces casi catorce meses sin vernos, al menos no más allá de las pantallas de nuestros ordenadores en las pocas videollamadas que el tiempo nos habían permitido. Mi fiel amigo había viajado a otro continente para hacer ese posgrado que tanto ansiaba, y yo me había quedado en mi tierra buscándome la vida en eso que le llaman ‘entrar en el mercado laboral’.

El aburrimiento había podido conmigo en muchas ocasiones. Tenía a mis compañeros de clase, a mis niñas, pero pocos sabían entenderme tan bien como Vicen lo hacía. Mis mejores y peores días siempre se complementaban como debían gracias a una sonrisa o a una locuaz broma en el instante oportuno.

Él no había dejado de repetirme que tenía una sorpresa brutal para su regreso. Yo había intentado adivinar en muchas ocasiones qué podría ser tan importante como para hacerme caer de culo, pero nunca lograba dar con la respuesta correcta. Lo que sí tenía claro es que fuese lo que fuese, era importante para mi amigo, así que yo me unía a sus nervios y descontaba los días que faltaban para verlo salir por la puerta del aeropuerto.

Y el día llegó, cogí el coche y me planté en la terminal mucho antes de lo que debía. Los minutos se me hacían eternos, y tras tres cafés y un meneo de piernas que no cesaba, opté por pasear de lado a lado de aquel enorme edificio. No dejaba de pensar en volver a abrazar a Vicente, en olerlo de nuevo, y en lo mucho que teníamos que contarnos después de tantos meses lejos. Nos harían falta jornadas enteras con sus noches para ponernos al día como era debido. Qué ganas de todo.

El avión había aterrizado y solo unos segundos me separaban de mi amigo. La gente se agolpó frente a la puerta y yo solo necesitaba ver su cara para calmarme un poco. Los pasajeros salían, uno tras otro. Ése no es, tampoco, otro más, venga… ¿Pero cuánta gente viajaba en ese avión? ¿Me está tomando el pelo? ¿Piensa salir el puto último?

Cuando mi alteración no podía ir a peor las puertas automáticas se abrieron y allí estaba él. Alto y delgado como una espiga, buscándome con esa mirada que yo tanto añoraba. Era el de siempre pero diferente a la vez, lucía una barba que jamás había llevado pero que le hacía parecer mucho más sensato de lo que siempre había sido en realidad.

Entonces, en el instante en el que iba a saltar sobre el resto de gente para abalanzarme sobre sus brazos, vi como frenaba en seco y echaba la vista atrás como si algo se le hubiera olvidado. Las puertas se abrieron de nuevo y una preciosa chica sonrió a Vicente mientras él agarraba su mano con cariño. Fue como un shock inesperado, algo agridulce, una sorpresa que debía digerir lentamente.

Que mi amigo tuviese chica no era ninguna novedad, ambos habíamos tenido parejas en todos aquellos años. Pero algo me decía que si Vicen no me había contado absolutamente nada de ella era porque aquella mujer bajita y delgada, se había convertido en algo mucho más serio que cualquier rollete que me pudiese comentar tras una noche de farra. ¿Aquella era su sorpresa?

Me acerqué a ellos buscando en mi interior una sonrisa natural que me dejase en buen lugar. Y entonces mi querido amigo rompió el hielo gritando ese horrible mote que me había puesto en el instituto.

Bananaaaaaaa‘ vitoreó abrazándome fuerte e intentando levantarme en el aire.

Idiotaaaaaaa‘ respondí con unas horribles y repentinas ganas de llorar.

Su acompañante nos miraba desubicada pero sin perder ni por un momento su preciosa sonrisa de la boca. Cuando al fin Vicen me dejó libre, le pedí que por favor, me presentase.

Paula, te presento a Diana, mi novia. Diana, esta es Paula-Banana, mi mejor amiga del mundo entero.

Encantada de conocerte‘ dijo rápidamente Diana lanzándose también a mis brazos como si fuésemos amigas de toda la vida. ‘Llevo muchos meses escuchando hablar de ti, viendo fotografías y vídeos tuyos… Creo que me siento un poco como si conociese a una estrella de cine.

Vaya, gracias Diana, yo estoy un poco alucinada ahora mismo, para mí eres toda una sorpresa…

Sí Banana‘ continuó Vicente sin eliminar su estúpida sonrisa del rostro ‘y créeme, esto no ha hecho más que empezar…

———-

Que Vicente y Diana fuesen novios estaba bien. Lo cierto es que ella era una chica la mar de divertida, inteligente y muy de nuestro rollo. Había aguantado dos largas semanas nuestras quedadas sin poner ni un pero de por medio, e incluso nos había propuesto más de una vez el quedarse ella en casa para que nosotros pudiésemos estar a nuestras cosas como antaño.

Venga, dímelo, ¿dónde está el fallo?‘ le pregunté aquella tarde a mi amigo mientras Diana visitaba el baño tras cuatro cervezas.

No seas cabrona, no tiene fallo, ella es la chica, es ella, Paula‘ sus ojos se iluminaron tantísimo que hasta daban algo de miedo.

Suena a algo serio, ¿empiezo ya a asustarme?‘ continué procurando hilar una broma para que aquella conversación no tomase el derrotero que estaba imaginando.

Asústate cuanto quieras Paula. Pero estas navidades voy a pedirle a Diana que se case conmigo…

¡Bomba! ¡Tsunami! ¡Terremoto! ¡Volcán en erupción! Una oleada de desastres naturales me atravesaron generando un sentimiento terrible que ni yo misma podía explicar. ¿Cómo iba a casarse mi Vicente?

En silencio medité un segundo sobre lo estúpida que estaba siendo por sentirme abandonada por mi mejor amigo. ¿Es que acaso él no podía hacer su vida y ser feliz si yo no lo hacía también? Ambos habíamos crecido apoyándonos el uno en el otro, y ahora tenía esa impresión de que su apoyo ya no era para mí, sino para la gran Diana y toda su vida en común. Me imaginé sola, sin nadie a quien confiarle mis tonterías de niña sin preocupaciones. Y en cambio él las tendría, sería un hombre casado y seguro que pronto sería papá… ¡Por favor, mi Vicente papá, esto se iba a la mierda!

Cuando regresé al mundo la siempre sonriente Diana había vuelto a la mesa y tarareaba a viva voz la canción que sonaba en todo el bar. Vicente no le quitaba el ojo de encima y yo los observaba a ambos como quien ve una película de amor totalmente real. Su mirada lo decía, estaba enamorado como nunca antes.

———-

El fin de las vacaciones había devuelto a cada mochuelo a su olivo. Vicen y Diana volaron de vuelta rumbo a EEUU y yo caminé cuatro pasos desde mi cama a mi escritorio esperando que alguna de las ofertas de trabajo a las que había enviado el curriculum hubiera tenido a bien responderme.

El mes de octubre estaba al caer y mi cuerpo no era capaz de olvidar aquel secreto que mi querido amigo me había contado: Navidad – pedida de mano – boda. Estaba a tan solo unos meses de que todo mi mundo se revolucionara de verdad, y allí seguía yo, viviendo con mis padres y sin un duro en la cartera. Era la triste Paula, nada de Banana ni chorradas varias.

Como el éxito de mis curriculums continuaba en el aire, opté por intentar mejorar aunque fuese mi vida sentimental. Quizás, si yo también encontraba el amor, podría sobrellevar mucho mejor ese aparente distanciamiento que yo estaba sintiendo con mi mejor amigo. Me convencí en cuestión de segundos, sí, todo lo que me hacía falta era un churri que me diese mandanga y me pusiese las pilas para venirme arriba. ¡Joer! ¡Mi solución se llamaba Tinder!

Así que desempolvé mi perfil y opté por actualizarlo después de una larga temporada sin darle ni el menor uso. Tras tres citas que podían haberse catalogado como los tres peores momentos de mi existencia, había decidido no dar más oportunidades a aquella app. Pero en ese instante estaba un pelín más desesperada de lo habitual, y encontrar un hombre cuando toda tu vida social se reduce a bajar a hacer la compra, es muy muy difícil.

No me compliqué mucho la vida, tras revisar tres perfiles di con Tobías. Que tenía un nombre que me horrorizaba, pero todo lo demás era aparentemente maravilloso. Imaginé que un lunes a las nueve de la mañana ninguna persona normal estaría pendiente del maldito Tinder, así que le di match sin demasiadas esperanzas. Al segundo, Tobías estaba respondiendo y generando en mí una sensación de angustia un poco incómoda.

Porque Tobías era muy majete y todo eso, pero también era absorbente como una compresa extra súper plus. Que él no entendía que le hiciese match y después tardase más de dos minutos en responder a sus mensajes. Que con él era todo ya, que él no estaba para perder el tiempo. Y oye, como con esto último yo también estaba muy de acuerdo, decidí darle una oportunidad y quedar en persona para conocernos.

La cita fue aquella misma tarde. Creo que Tobías (que él me dijo que lo llamaban Toby pero me negué en rotundo a dirigirme a él como si fuese un perro) estaba dispuesto a que nos viésemos incluso antes, pero yo necesitaba aunque fuesen unas horas para hacerme a la idea de la tontería que estaba haciendo. Así, quizás me la creería.

Era un chico digamos, fiel a su perfil. Guapo, con unos brazos que nada tenía que envidiar a los de Vin Diesel, con mucha conversación aunque en ocasiones algo simple para según qué temas un poco más densos. Trabajaba en una gasolinera y, tal y como me contó, ‘se aburría mazo‘ el ochenta por ciento del tiempo. Su sueño era abrir una tienda de ropa alternativa, y a mí el mero hecho de que todo el mundo tuviese un plan en la vida, me producía una ansiedad terrible.

Para mi sorpresa, el asunto cuajó bastante bien con Tobías (Toby para los amigos), y antes de que me diera cuenta nos estábamos morreando a lo loco a la luz de una farola. ¡Qué no pare el romanticismo!

Mi Instagram: @albadelimon