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¿Habéis creído alguna vez en los flechazos? Ya, yo tampoco. He de decir que algo que no he visto con mis propios ojos no me lo puedo creer. Pero esta vez… ay, amigas. No lo vi, pero lo sentí. Vaya si lo sentí.

Era una tarde de julio de esas achicharrantes y yo había ido a pasarla a la playa con la única compañía de mi actual lectura. Me apasiona leer y cuando leo me abstraigo del mundo. Esta vez entre manos tenía una historia de fantasía de un escritor novel pero que prometía convertirse en un grande. Estaba totalmente absorta en ese distópico mundo cuando una sombra se cierne sobre las páginas. Levanté la vista y me encontré con un muro humano de cerca de dos metros que, con voz de ángel del infierno me dice:

— ¿Sabes que cuando ves a alguien leyendo, es un libro que te está recomendado a una persona?

 

Me quedé alucinada. No sé si tanto por la voz grave y sensual como por la trillada frase.

— Ah, y yo salgo en tus libros recomendados, ¿no? – Conseguí verbalizar.

— Más bien en mis lectoras favoritas.

— ¿Perdona? 

— Soy el autor. – puntualiza señalando el libro.

Si os digo que en ese momento casi se me caen las bragas (del bikini, claro), creéroslo.
Cuando se agachó para quedar a mi altura y pude verle la cara, le reconocí de la parte de la biografía de la solapa del libro. Pero en directo era mejor. Muchísimo mejor. Vale, seré sincera: no me había interesado nunca por cómo era Samuel Black físicamente. Ni había visto sus redes sociales, ni entrevistas… nada. La compra del libro fue algo totalmente fortuito (y compulsivo).

Oh, niñas. Era un maldito adonis. Pelo atado en un moño (¿Cómo hacen estos tíos para que les quede el moño mejor hecho que a mí?), barba de varios días bien cuidadita, hombros anchos y no nos olvidemos de su altura. ¡Es que parecía sacado de una telenovela turca!

Total, que comenzamos hablando de libros, de cómo le surgen las ideas para sus mundos fantásticos, de por dónde sale el sol… y terminamos en el chiringuito pidiendo unas tapas y unas cervezas. Cuando terminamos nos fuimos paseando por la orilla del agua. El sol ya se había ocultado, pero todavía quedaba luz natural y muy poca gente en la playa. Os juro que jamás me había reído tanto con un desconocido y, bueno, ya que estamos entre amigas, os diré que yo nunca había ido hecho algo parecido (ni tan siquiera se había dado la situación). Me sorprendió la complicidad que tuvimos desde el principio y la naturalidad con la que todo fluía. Eso tampoco lo había vivido antes con nadie. 

Cuando queremos darnos cuenta estamos trepando por unas rocas para llegar a una zona desde la que se ve toda la playa y parte de la bahía. Bueno, yo más bien reptaba por ellas mientras él se reía desde más arriba e insistía en echarme una mano. Extendí mi toalla y nos sentamos a contemplar las luces y a imaginar las vidas de las personas que veíamos a lo lejos. 

— Oye, se te da bien esto de inventar historias. — Me dijo después de haberme pasado más de quince minutos suponiendo como era la conversación que mantenía una pareja de adolescentes que se hacían arrumacos en la arena.

— Bueno, en mi casa siempre me han llamado Naira la fantástica, aunque no puedo superar al maestro. — Añadí dándole un toquecito en su hombro con el mío. 

Estábamos sentados muy juntos. Su calor me abrigaba del frío de la noche que empezaba a aparecer. No sé cómo, pero nuestros ojos se encontraron y sentí que el mundo a mi alrededor desaparecía. Nuestras caras se iban aproximando poco a poco hasta que nuestros labios se rozaron y, con solo un mísero y casi inexistente roce, noté un chispazo en la boca del estómago. Mariposas lo llaman los románticos. Yo… ya ni sé como llamarlo porque chicas, dejadme que os diga que, en el momento en que nuestras lenguas se encontraron me olvidé de todo. Incluso del tiempo que pasó mientras estuvimos retozando sobre la dura superficie, hasta que él propuso seguir en su casa, que, al parecer, estaba a pocos minutos andando.

Fingí que me lo pensaba porque, qué narices, me había puesto a mil y una ya tiene una edad como para magrearse en exceso en público, y mientras me mordisqueaba el cuello le dije que sí. Más bien, casi se lo gimo…

Llegamos a su casa aún más acalorados de lo que ya estábamos y apenas sí habíamos entrado, ya estaba prácticamente toda nuestra ropa por el suelo. 

Allí donde me tocaba me ardía la piel. Yo no daba abasto a tocar su bronceado cuerpo porque quería más y más y más… Nos llevamos al éxtasis una y otra vez. Fue la noche más sexual y sensual que recuerdo. 

O debería decir la primera noche porque desde esa tarde de julio no hemos podido despegar las manos el uno de la otra. Ni las manos ni los corazones.

Hoy hemos venido a la playa que nos presentó. Él lleva el pelo más corto, pero sigue estando igual de sexy. Acaba de salir del agua y al llegar a mí se sacude como un perro, me salpica y terminamos haciendo la croqueta en la arena entre carcajadas.

Así que sí, chicas, parece ser que los flechazos existen. Han pasado más de cinco años desde entonces y me sigue prendiendo como el primer día. Seguimos compartiendo aquella complicidad primaria que tanto me sorprendió. Nos queremos, nos respetamos y nos bebemos la vida juntos.

 

Fdo.: Naira Alii