Cuando conocí al elemento que terminaría convirtiéndose en mi novio, debió ver el cielo abierto:

Tenía delante suya a una chica moderna, segura de sí misma y, sobre todo, tan libre…

Y es que cuando se empezó a generar el primer tonteo entre nosotros, yo ya me había apresurado a aclarar rápidamente que, en esos momentos de mi vida y después de mis experiencias anteriores, solo optaba por las relaciones abiertas.

 

Nunca antes las había experimentado y tenía curiosidad y ganas de hacerlo, pues cuadraban perfectamente con mi forma de ver el mundo.

Al mismo tiempo, había perdido la fe en las relaciones «de toda la vida» teniendo en cuenta que, aunque no me consideraba una persona celosa, en el pasado me habían hecho daño mediante engaños y traiciones.

Había personas de mi entorno a las que les costaba comprender todo esto e incluso opinaban que era contradictorio, pero a mí no me parecía tan difícil de entender: no era el hecho de estar con alguien más, sino la mentira y el engaño lo que marcaba la diferencia.

 

 

Él aprovechó para venderme la misma moto: me dijo que estaba exactamente igual que yo, justo en mi misma situación en ese momento, que había pasado por exactamente lo mismo y en los últimos tiempos había llegado precisamente a las mismas conclusiones y deseos en cuanto a próximos vínculos de pareja.

¡Qué casualidad más maravillosa, ¿no?!

 

 

Era una coincidencia genial habernos encontrado en esos momentos.  Y comenzamos una historia que a mí me parecía preciosa y pensaba que estaba basada en esa compatibilidad, en el respeto y en la confianza mutua.

Yo, de toda la vida autodidacta formada e informada, me había apresurado a sentarnos a establecer desde el primer momento las pautas que considerásemos adecuadas para nosotros y los límites que no debíamos rebasar para que este tipo de relación funcionase.

 

 

La norma primera y principal para mí era actuar siempre con claridad, transparencia y consentimiento mutuo. Yo quería que nuestra pareja se basase en la comunicación y, si bien otros deciden no contarse o saber, en mi caso era importante que nos informásemos siempre de cada uno de nuestros “escarceos”.

Él deseaba exactamente lo mismo (¡otra cosa en la que coincidíamos!). Estuvimos debatiendo todo y cada uno aportó lo que consideraba importante para crear nuestras propias reglas. A partir de ahí, nuestra relación empezó a rodar.

 

Los primeros meses todo me parecía fantástico. Estaba maravillada de que aquello funcionase tan bien y con tanta facilidad.

No buscábamos expresamente vernos con otras personas, pero en algún momento, de forma espontánea, ambos nos habíamos sentido atraídos por otros y habíamos tenido algún encuentro esporádico del que nos habíamos informado desde la confianza total.

 

 

Y no solo no lo estábamos llevando mal sino que sentía que cada vez estábamos más unidos. Yo me sentía pletórica y presumía ante todos los que ponían en duda este tipo de relaciones poniéndonos como el ejemplo perfecto.

Si tan solo hubiera sido real todo aquello… pero yo estaba viviendo una mentira.

 

 

Y no sé cuánto tiempo habría seguido engañada si no fuera porque alguien de buen corazón decidió escribirme de forma anónima y abrirme los ojos…

Nunca llegué a saber quién fue pero por la forma de proceder, supongo que sería alguna de las chicas implicadas o alguno de sus amigos íntimos, pues dudo que tuviese la poca vergüenza de jactarse con más gente de su vergonzoso comportamiento conmigo.

 

Ese ángel desconocido me contactó por redes sociales y me contó todo:

Que hacía mucho tiempo que se estaba poniendo morado, prácticamente cada vez que surgía la ocasión y, además, buscándolo de manera bastante asquerosa.

Y siempre con el discurso de que estaba en una relación abierta y todo era consentido por mi parte.

Aquella persona solo informaba y no aportaba pruebas. Pero, sin saber por qué, algo encajó en mi cabeza y me hizo click.  No tenía ni idea de por qué pero SABÍA QUE ERA CIERTO.

 

 

Aún así, decidí asegurarme. Y no lo hice preguntándole, claro. ¿Qué me iba a contestar un sin vergüenza infiel de ese calibre si le hubiera confrontado? Pues que no era verdad. OBVIO.

Así que decidí revisar, en algún descuido suyo, su móvil. Y más fácil y rápido no pudo ser: se sentía tan confiado conmigo y con nuestra relación que esa misma noche, mientras se duchaba, comprobé que la información que me había llegado era cierta.

 

No necesité buscar demasiado ni complicarme la vida: nunca se le habría pasado por la cabeza que yo fuera a tocar sus cosas, y había dejado rastros por todas partes. Muchísimos rastros…

Así que paré cuando vi las dos o tres primeras conversaciones y fotos que confirmaban su doble vida. No quería hacerme más daño sabiendo más, y tampoco lo necesitaba para estar segura de que habíamos terminado. Lo eché a la puta calle en cuanto salió de la ducha, sin darle explicaciones ni querer escuchar las suyas.

Porque yo no había elegido una relación basada en la libertad para acabar en dinámicas tóxicas de cuernos y mentiras como en las relaciones convencionales…

 

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]