El grupo de WhatsApp de la clase de mi hija había sido tranquilito hasta el momento en que sucedió lo que os voy a contar.  Había el movimiento justo, sólo para cosas puntuales y todo el mundo respetaba eso. Yo no me sentía identificada con el tópico de que esos grupos suelen ser una pesadilla.

Pero ese día acabó llegando…

Un día, una de las mamás informó de que los niños de la clase estaban invitados al cumpleaños de su hijo,  detallando fecha, hora, etc.

Hasta ahí, todo normal. Dejó de serlo cuando nos dijo que, esta ocasión, la fiesta la planteaban de forma diferente. Que como su hijo no había hecho la comunión, el evento sería como sustitutivo de esta. Insistió mucho en este concepto, y a mí eso ya me empezó a rechinar.

 

Quisiera entender qué tratas de decirnos…

 

Para empezar, ninguna de mis hijas había hecho la comunión, y en igual situación estaban muchos otros niños de la clase. Sus cumpleaños habían sido como todos los años, normales y corrientes.

Se entiende que si no haces la comunión, no la haces. Mis hijas nunca pidieron una alternativa, envidiosas de no tener una fiesta como las de los compañeros que sí la hacían (y habían acudido, invitadas, a muchas de ellas). Veían con naturalidad que eso no tenía sentido y ni habían mencionado la posibilidad jamás.

En fin. Cada familia es un mundo, pensé yo, encogiéndome de hombros. Si les hace ilusión, pues adelante. No hacen daño a nadie. Y ahí quedó la cosa.

Los otros padres (mayoritariamente, las madres, claro) empezamos a responder y confirmar la asistencia de nuestros pequeños, o a comunicar la no asistencia en los casos en los que no podrían acudir.

Un par de días después, cuando ya prácticamente había contestado todo el mundo, se pasó como de costumbre a la siguiente fase: preguntar por el regalo. ¿Había algo en especial que le hiciese ilusión al niño? Así, nos basaríamos en su deseo e iríamos sobre seguro.

Entonces fue cuando saltó la liebre: la madre nos dijo que no nos preocupásemos en pensar y comprar regalos. Que directamente les pusiéramos un Bizum a los padres con la cantidad que considerásemos conveniente (haciendo hincapié, de nuevo, en que la fiesta sería EQUIVALENTE a la de la comunión que el niño no había hecho) y ellos mismos gestionarían con ese dinero la elección y adquisición del regalo conjunto de clase.

 

 

Ahí ya me puse tensa de verdad. He de añadir que la mamá, no había dejado de mencionar la palabra COMUNIÓN casi en cada frase que escribía en el grupo durante esos días. Estaba muy pesada pero yo simplemente había creído que es que le hacía ilusión hacer hincapié en que esta fiesta sería distinta.

Después de esto, una madre bien intencionada escribió en el grupo diciendo que vale, preguntando si entonces el importe del regalo lo hacíamos basándonos en los regalos de comuniones.

Aclaro que en nuestro grupo de padres solíamos poner una cantidad simbólica para el regalo común de los cumpleaños, y otra algo más elevada (normalmente el doble) para los regalos de comuniones.

Nadie respondió a esa madre. Durante un día entero, su mensaje permaneció como leído por casi todos y el grupo en silencio total. Al final acabó respondiendo la mamá de la niña que festejaba, para decir simplemente “que cada uno ponga lo que considere conveniente”.

Era la primera vez en años que esto se organizaba así. Siempre habíamos puesto la misma cantidad todas las familias. Es más, con el total siempre había un regalo concreto (o varios) que conocíamos los padres.

Yo creo que todas y cada una de las madres de ese grupo de WhatsApp estaba en privado con otras, cada una con sus más afines. Al menos yo, hablaba con las dos mamás con las que mejor migas había hecho y más confianza tenía. Todas estábamos alucinando con el morro que le estaba echando esa familia.

 

 

Yo decidí permanecer callada y ponerle un Bizum normal y corriente por la cantidad acostumbrada de los cumpleaños. Mis dos “amigas” pensaron que también. Quizás redondeaban algún euro por arriba pero no iban a tragar con lo que se estaba planteando.

Parecía que la cosa se iba a quedar así y solucionar de forma silenciosa, hasta que un par de días después, una madre -con fama de haber sido “conflictiva” en otras ocasiones, pero en esta yo solo vi que fue la única valiente- dijo lo que todos pensábamos:

Pues yo voy a poner la cantidad que ponemos siempre para los cumpleaños. Mi hija sí ha hecho la comunión y no os voy a contar el gasto que hemos tenido solo en fotógrafos, vestido, peluquerías y cubiertos por persona (incluyendo sus amigos) en el banquete. Dudo mucho que vayáis a gastar lo mismo. Aún así, lo hicimos porque quisimos y podíamos. No se nos pasó por la cabeza que el regalo tuviera que ser proporcional a nuestro gasto, lo importante era que sus amiguitos viniesen, aunque ni siquiera trajesen regalo.

Sinceramente, si ya me suele parecer una locura lo caro que supone que te “inviten” a cualquier evento, ya es el colmo que un cumpleaños infantil (por mucho que se disfrace de otras cosas) se convierta en una boda a nivel de regalos, poniendo hasta cuenta bancaria”.

 

Volvió a reinar el silencio pero no creáis que nadie la leía, no.  Estábamos todos tal que así:

 

 

Parecía que ahí iba a quedar la cosa hasta que la madre aludida respondió que cada uno era libre de hacer lo que quisiera, invitados incluidos, que ellos no habían indicado una cantidad concreta. Lo dijo de una manera tan a la defensiva que ya otros padres se atrevieron a intervenir también…

 

Y ahí es cuando, definitivamente, se lió el taco.

 

 

Unos aplaudían a la que había hablado claro y respondían a la madre de la cumpleañera diciendo que ellos iban a hacer lo mismo y que con tanto nombrar la palabra COMUNIÓN a lo largo de los días les parecía que de alguna manera sí se estaba presionando.

Un par de madres (las mínimas) defendieron a la mamá anfitriona, diciendo que lo justo era que el regalo fuera más caro porque la fiesta también iba a ser más “grande” (con monitoras en una casa con piscina) independientemente de que el gasto fuera menor que el de las comuniones.

Otros acabaron abriendo el melón de qué pasaba además con el ejemplo que se le daba al resto de niños que no hacían la comunión. Que a ver si ahora todos empezaban a pedir “fiestas alternativas” al ver que otros de sus compañeros las tenían.

Y otras pocas madres (yo incluida) simplemente así:

 

 

Lo que empezó como un debate de opiniones diferentes se acabó convirtiendo en una batalla campal. Algunos no acabaron llegando a las manos porque afortunadamente la pantalla de por medio lo impedía. La cosa acabó cuando una madre sensata abogó por terminar la conversación dado que no parecía que se fuera a llegar a ningún entendimiento. Que cada cual hiciese lo que quisiera y ya está.

Creo que casi todas las familias acabaron poniendo el dinero habitual de los cumpleaños, y cuando llegó el día y coincidimos en la puerta para dejar y recoger a nuestros hijos, se podía cortar la tensión con un cuchillo.

En fin. Lo importante es que ellos se lo pasaron genial tal y como se lo pasan en cualquier fiesta, sea cual sea el presupuesto o los regalos. Fueron los únicos ajenos a tanta tontería.

Como siempre, los adultos tenemos que aprender mucho de ellos.

 

Anónimo