Hace dos años mi marido me dejó sin previo aviso. Un día llegó, me dijo que ya no me quería, que se había enamorado de otra mujer y yo me tuve que ir.

La casa en la que vivíamos pertenecía a su familia, así que no hubo dudas de cómo haríamos las cosas. Con mi sueldo no me podía pagar una casa de características similares ni en mil años, así que me alquilé un pisito enano en las afueras de la ciudad y me llevé mi pena en la maleta.

Pero si ya la ruptura había sido dura, mucho más lo fue despedirme de mis perritas. Ellas eran dos mastines rescatadas del refugio siendo ya adultas. Las habían abandonado en la carretera y, tras seis meses en una jaula, yo las había adoptado para darles la vida que se merecían. Pero claro, ahora, en un piso de 30 m2, ¿donde meto yo a dos perras de casi 70 kg? Ellas necesitan la finca para correr, su caseta, su espacio libre… Yo solo les puedo ofrecer una alfombra para compartir entre las dos y un par de paseos al día por el asfalto. Además de que si se enterase mi casero me pondría en la calle en menos que canta un gallo.

Él me prometió que las cuidaría y que podría ir a verlas de vez en cuando, pero no tardó mucho en mudarse la que había sido su amante durante el último año y, al vivir en la que había sido mi casa, se adueñó del espacio y de mis perras, prohibiendo que volviese a poner un pie donde ella vivía.

Mi ex me hablaba a escondidas, pues su nueva novia es muy celosa (supongo que porque sabe por propia experiencia de su falta de lealtad). Me envía alguna foto de las perras y he notado que a veces, cuando ella está fuera, me habla más cariñoso de lo habitual. Pero a mí no me camela lo más mínimo. El daño que me ha hecho es imperdonable y por mucho que me venga con zalamerías no me provoca ni un poco. Pero sabe que esas perras son mi debilidad.

Hace un tiempo pasó de la insinuación al ataque directo, proponiéndome que fuese a pasar la noche con él y, ante mi rechazo, me castigó semanas sin noticias de mis chicas.

El caso es que me ha dicho hace poco que se irán de vacaciones tres semanas al extranjero y que quien mejor para cuidar de las perras que yo. Eso sí, el “favor” que me hace no me saldrá gratis; si quiero poder disfrutar de mis perras y cuidarlas como siempre, debo limpiar la casa cada día. Su novia me dejará una lista de tareas (creyendo que soy una chica que él ha contratado) y yo tendré que limpiar el garaje, quitar malas hierbas, limpiar las ventanas, las lámparas… Todas esas cosas de limpieza profunda que necesita una casa de ese tamaño. Esas cosas que llevan sin hacerse desde que yo no vivo allí.

Pues aquí me vine, con muchas dudas de estar haciendo lo correcto, pero con demasiadas ganas de achuchar a mis pequeñas. En cuanto llegué me tiraron al suelo de la emoción. Tienen el pelo sin desenredar y su zona de juegos sin limpiar en absoluto.

El primer día que llegué limpié todo lo que tenía que ver con las perras y le mandé fotos a mi ex de las condiciones deplorables en las que estaban. Al día siguiente su novia lo pilló hablándome y supo la verdad, así que montó un espectáculo increíble. Amenazó con llamar a la policía para que me sacaran de allí. El tercer día, mientras me temía que pudieran volverse del viaje antes de tiempo por su discusión, hablé con mi tía a la que le acaba de morir su perro y, sabiendo que no tardaría en acudir al refugio a adoptar otro, le pedí que se quedase un tiempo con mis perras. El chip está a mi nombre, el seguro se lo pago yo, son legalmente mis perras. Así que hoy, el cuarto día, me estoy llevando a mis perras a casa de mi tía después de 3 días limpiando una casa que fue mía como castigo y humillación por no haber querido tener relaciones con mi ex.

Sé que esto me traerá problemas, pero sé que tengo las de ganar a nivel legal y, desde luego, mis perras ganarán mucho más en atención y cariño, además de que ahora podré verlas a diario.

 

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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