Hace un tiempo me escribió mi amiga Sara. Ella se había casado hacía unos seis años. Antes de la boda planificaban comprarse una casa y comenzar pronto la búsqueda del bebé. Pero la carrera del marido de Sara era algo primordial para él y estaba en un momento importante. Su trabajo siempre fue algo enigmático. Es como que nunca supo decir exactamente qué es. Él tiene un negocio por el que debe viajar para buscar proveedores y compradores, pero… En fin, todo muy misterioso.
Ella lo aceptó siempre, pues a él le hacía feliz. Decía que lo importante en su trabajo eran las relaciones sociales, conocer a las personas adecuadas, moverse en los círculos acertados… Todas frases bastante genéricas que no significan nada, pero parecen muy importantes.
Al principio él se iba una o dos semanas al mes y volvía con algo de dinero extra. Luego se quedaba por aquí, pero siempre tenía reuniones y visitas que hacer. De vez en cuando le contaba que las cosas iban bien, regular, depende. Pero ella jamás entendió a qué se refería exactamente.
Como eran muy felices y no les faltaba de nada, tampoco se preocupaba mucho. Y es que Sara tenía su propia carrera. Ella tenía un pequeño negocio en su cuidad que tenía bastante clientela fija y ya hacía tiempo que había podido ir contratando empleadas y se podía permitir tener tiempo libre sin renunciar a la parte económica.
El caso es que su marido, hace cosa de dos años empezó a pasar mucho menos tiempo con ella. Estaba siempre preocupado y estresado, pero como no solía hablar de sus negocios, ella no podía tranquilizarlo o apoyarlo porque no entendía nada. Sara le sacó el tema de empezar a buscar el embarazo y al principio él le dijo que no, que no era el momento, que en ese momento las cosas podían torcerse mucho.
Los siguientes viajes que hizo fue bastante más lejos de lo habitual y durante mucho más tiempo. Se fue un mes, tras una semana de vuelta en casa, se hizo de nuevo las maletas y desapareció tres meses. Entonces Sara se puso seria, quería saber a qué tenía que irse tanto tiempo. Él le contó toda su expectativa. Básicamente se dedicaba a ser intermediario en un mercado que no necesita intermediarios. Él ponía en contacto a empresas con clientes y buscaba la forma de establecer relaciones a largo plazo. Pero la mitad de las ganancias eran en B y el resto eran de dudosa moralidad.
Sara se entristeció mucho por la ambigüedad que había soportado siempre y la realidad que le tocaba afrontar ahora pues, al parecer, había pedido un pequeño préstamo y, al estar casados en gananciales, si el negocio iba mal, sería a los beneficios de la tienda que tanto había peleado Sara a donde irían los acreedores.
Primera deuda, segunda deuda, promesa de hacerse muy ricos con el siguiente viaje… Y entonces llegó el embarazo. Hace un año de aquello. Desde que la rayita de aquel test se marcó, el marido de Sara viajó mucho más, para poder estar presente y con una enorme fortuna cuando naciera su bebé. Era un hombre ambicioso, quería lo mejor y no se conformaría con menos.
Cada 15 días, Sara debía enviarle dinero para vivir allá donde hubiese viajado y, el día que se rendía y decidía volver, le mandaba dinero para los billetes.
Estando a punto de dar a luz, una de las empleadas de la tienda la avisó de que habían rechazado en el banco el pago de un proveedor y que había llamado para decir que era la segunda vez que le ocurría y que, si no lo solucionaban ya, no volvería a enviar producto.
Sara se vio obligada a despedir a una empleada y trabajar ella un turno y medio, estando de 7 meses, para poder pagar a los proveedores y las facturas.
Una tienda que facturaba mucho dinero estaba a punto de cerrar porque todo el beneficio iba en rescatar a su marido de sus viajes de negocios que le sacarían de una pobreza en la que esos mismos viajes los metieron.
El bebé de Sara nació. Su padre no estuvo presente a pesar de ser un parto programado. Tenía una reunión importante.
Tras nacer la bebé, contrató de nuevo a la empleada despedida con su permiso de maternidad. Pero su marido le pidió que la contratase en B para poder irse él a Alemania una semana con lo que le costaba la seguridad social de la chica y él volvería con dinero suficiente como para cerrar la tienda y vivir el resto de sus vidas desahogados.
Con un bebé de un par de meses y un negocio que pendía de un hilo, Sara acaba de demandar a su marido para poder desvincular cuanto antes sus economías, pues no piensa tener una empleada en condiciones precarias por su mala gestión. Le tocará asumir la mitad de las deudas y hacerse cargo sola del bebé, pero es mucho mejor que lo que estaba haciendo hasta ahora.
A su hijo lo tuvo en brazos dos veces como quien sujeta un bolso ajeno. Él solo piensa en hacer el negocio del siglo basándose en castillos en el aire que nadie más que él entiende y que le llevarán a la riqueza absoluta con chanchullos y defraudando a hacienda.
Sara está muy arrepentida de no haber indagado más al principio y haberle ayudado después, pero ahora vio su verdadera cara y solo espera que la justicia le ayude.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
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