Apuntarse a un gimnasio es todo un reto para una mujer entrada en carnes y, admitámoslo, no es una decisión fácil. Está a la altura de elegir carrera universitaria, querer casarse o elegir unas cortinas bonitas para el salón. El día que yo decidí apuntarme al gimnasio lo hice sabiendo que entraba en un pequeño inframundo donde sus habitantes llevan una vida paralela y siendo gorda eres como un extraterrestre paseando por el planeta Tierra: llamas la atención sí o sí.

La verdad es que al principio la situación me agobiaba un poco. Decidí comenzar por lo que es la sala pura  y dura del gimnasio, máquinas y pesas, y no me sentía nada cómoda junto a algunos de mis compañeros de faena. Me daban  ganas de decir (con perdón): «Sí, coño, estoy gorda, deja de mirarme» . Es increíble,  pienso que muchos musculosos no han visto una mujer de más de 60 kilos en la vida. Esa mirada clavada en mi culo mientras sudo como una puerca en la elíptica, así como pensando: «Y esta chica, ¿sabrá dónde ha venido?».  Yo creo que lo que les atrae es el movimiento de mis lorzas, que a cámara lenta tienen que verse como una gelatina de fresa tambaleante. ¿O a lo mejor me miraban pensando que estoy «tó buena»? No se por qué nunca llegué a preguntarlo.

Callie Thorpe y Nicolette Mason.

Tras comprobar lo aburridísimo de la sala de pesas y musculación, decido apuntarme a las clases colectivas. ¿Os habéis fijado alguna vez en el comportamiento de las especímenes que habitamos estas clases? Siempre hay alguna chica super tonificada que se saca la flexibilidad de la manga. En este caso, NUNCA, BAJO NINGÚN CONCEPTO, las mires en el espejo. Se que es difícil, a mi me cuesta muchísimo, pero es un error. Todas las comparaciones son odiosas y en este caso, peores. Si la miras solo conseguirás frustarte. Lo único divertido del jueguecito del espejo es que todas lo hacemos y nos miramos unas a otras sin centrarnos en nuestros movimientos. Yo eso de dejar la mirada en un punto fijo lo llevo fatal, chica. Con suerte encontrarás otra gorda y no te sentirás sola; al menos el esfuerzo y el sufrimiento serán compartidos.

¿Y qué me decís de las duchas? Madre mía, ¿es que nunca han visto un michelín? A mi la situación me incomodaba tanto que decidí ducharme en casa. Es tremendo. Sales de la clase, vas al vestuario y ahí se hace el silencio más absoluto y de nuevo volvemos al cruce de miradas rápidas, fugaces, ninjas, entre unas y otras buscando las imperfecciones con las que sentirnos agusto con nosotras mismas. Chicas, en este caso soy carne de cañón (nunca mejor dicho, porque lo que es carne no me falta). Y más aún cuando soy de esas que no voy escondiéndome detrás de la toalla, para que no me vean el vello púbico. Debían pensar que mi cuerpo era algo escandaloso. Eso o, como digo al principio, nunca han visto una gorda en pelotas.

En fin, que lo mejor para sobrevivir a las dos o tres horas de gimnasio semanales es dejarse los complejos en casa y animarse a una misma continuamente. Suena a tópico pero es necesario del todo, porque si no la desmotivación llamará a tu puerta. Lo importante es no dejar de ir, tenemos sobrepeso pero nos movemos. Como asegura Alejandro de Lucía en El Paísla verdadera píldora para todo es el ejercicio. Be happy!

Y tú, ¿has vivido alguna vez experiencias similares en el gimnasio?