No hay manera de que pasen tres semanas, como mucho un mes, sin escuchar eso de «pero qué bien que estás sin pareja, así haces lo que te da la gana». Y tú miras al lumbrera que te lo dice, respiras hondo –porque si no contara más de seis mientras llevo el aire hasta el fondo de mis pulmones le arrancaría la cabeza– y respondes un claro que suene suficientemente simpático para no delatar tu pensamiento y suficientemente tajante como para no alargar la conversación: manténlo en su ignorancia porque no merece que pierdas tu tiempo.

Sin embargo, esto mismo también te lo dicen tus amigos y a ellos te los quieres. Cuando sueltan una frase desafortunada como esa te preguntas por qué pero, a pesar de todo, les quieres… Idealizan la parte guay de vivir sola, sin una relación, sin padres, sin compañeros de piso… y, a su modo, pretenden animarte.

 

Es obvio que la experiencia de vivir sola tiene parte buena. También mala. Exactamente igual que cualquier otra en esta vida: nacer en una familia de ocho, convivir con una pareja o ser padre o madre de familia numerosa. Advertiré aquí de un peligro en el que es muy fácil caer: Enfocar la parte mala de tu propia vida y envidiar la parte buena de la vida de los demás es el mejor y más tramposo camino para amargarse una misma.

De estos amigos en particular –y de la sociedad en general– me sorprende su desbordante imaginación: me atribuyen como soltera una vida de locura y desenfreno que más quisiera yo tener. Lamento no estar a la altura de ese ideal porque no sé vosotros pero yo soy de lo más normalita, aburrida incluso. No salgo de fiesta cada noche ni de viaje todos los fines de semana -¡oh sorpresa!- ni siquiera a cenar fuera por norma todos los viernes… Vamos, que hago las mismas cosas que todo el mundo y prácticamente las mismas que cuando estaba emparejada.

He aquí otro peligro: asociar de manera confusa conceptos como libertad e irresponsabilidad. Dan por sentado que vivir sin pareja implica no tener obligaciones ni responsabilidades, que no cuentas con nadie ni te preocupas de más sentimientos que los tuyos propios. ¿Quién ha dicho eso? Estar soltera no me ha transformado en un monstruo despiadado… ¿o sí? Oye, igual eso explicaría mi estado de soltera… ¡Dadme tres semanas para pensarlo!