Me lanzo a escribir tras leer el post de «No estoy preparado para ser el novio de una gorda», ya que lo que a mí me pasó me abrió mucho los ojos con respecto a la sociedad.

Hace un tiempo conocí a un chico a través de Twitter (que conste que no soy muy asidua a conocer gente de esta manera, pero reconozco que soy de esas personas que me abro muchísimo más cuando hay una pantalla de por medio). El chico físicamente no era un adonis, pero ¿qué me importaba a mi si vivíamos a 600km? Congeniábamos muy bien y yo estaba a gusto. Con el tiempo fuimos cogiendo más confianza, empezamos a hablar por teléfono, por skype, y surgió «algo». Algo que obviamente no era amor, pero sí una atracción, y no física, si no interior, nos comprendíamos y yo pensaba para mí «es el tipo de chico que me gustaría tener a mi lado».
Llegó un punto en el que hablamos de vernos, de venir el a mi ciudad o ir yo a la suya, daba igual. El problema era el mismo para los dos, el dinero. Así que, armándome de valor, rompí la hucha de ahorros que tenía para las vacaciones de verano y avisé a mis amigas de que me iba. Todo lo que ellas me llamaron cuando se lo conté empezó con un «estás loca» y acabó en un «nos vamos contigo».
Y así nos dejamos el dinero que teníamos ahorrado las 3 en un viaje a la locura por un chico. Él loco de contento, yo muerta de los nervios y mis amigas a mi lado. El viaje se me hizo eterno y la cabeza me daba mil vueltas. Yo me pasé todo el viaje diciéndole a mis amigas que sabía que podía salir mal, que a lo mejor en persona no conectábamos y podíamos quedar como amigos, que éramos lo suficientemente adultos para ello, pero yo por dentro iba convencida de que saldría bien. Joder, nos habíamos visto por skype, sabíamos los defectos que teníamos cada uno, lo de vernos en persona era el punto de partida de un amor duradero (Ai, criaturilla!).
Así que llegamos, nos metimos en el piso que habíamos alquilado para 3 días y esperamos a que él llegase. Y llegó.
Creo que no he estado más tensa en toda mi vida. Nos encontramos en el portal y, después de hablar un rato sobre lo largo que había sido el viaje y el calor que hacía, subimos a casa y se lo presenté a mis amigas. Sus caras deberían haberme alarmado, pero yo estaba cegada por lo genial que me parecía que iba todo. Nos acompañó a hacer la compra, comió en casa con nosotras y después decidimos irnos al cuarto para tener un poco de intimidad.
Lo que pasó en esa habitación fue de película. Los dos parecíamos contentos, ilusionados, después de tanto tiempo estábamos juntos,  pero cuando comenzamos a hablar seriamente, se descubrió el pastel. Él me dijo que estaba enamorado, que no podía darme una explicación lógica de qué le pasaba, pero que no podíamos tener nada. Aquí fue cuando se me activó esa parte policíaca que toda chica lleva dentro, y presionándole con preguntas y más preguntas al final conseguí que me dijese lo que de verdad ocurría: «Estás gorda, y yo ya lo sabía porque nos habíamos visto por Skype y en fotos, pero no me veo capacitado para tener algo contigo estando gorda». ¿QUE NO TE VES CAPACITADO?
Creo que no me he sentido más madura en mi vida como después de esa frase. Le consolé mientras el lloraba pidiéndome disculpas por lo que me había dicho, y después le dije que saliese del piso y que desapareciese de mi vida, y así lo hizo. Supongo que mi cara al cerrarle la puerta en las narices debía de ser como de haber visto un equipo de fantasmas cruzar delante de mi, pero ni mis amigas se atrevían a decirme nada. Reconozco que al rato me di cuenta de todo lo que acababa de pasar y lloré los 3 días (y algunos más que nadie sabe) por este chico. No creo que vuelva a pisar esa ciudad en la vida.
No viviré lo suficiente para dar las gracias a mis 2 amigas que aguantaron lo que no se sabe conmigo, me consolaron y consiguieron que llegara a mi casa con la suficiente fuerza para que nadie supiera cómo me sentía. Y al chico que conocí tras esto, que me devolvió la autoestima que este viaje me había robado. Nadie me podrá devolver el dinero que me gasté en cruzar el país por amor (que a día de hoy todavía me duelen en el bolsillo) pero la lección que aprendí me quedará para toda la vida.
Me da muchísima pena que por algo tan superficial como el peso haya historias como ésta (que yo sigo pensando que podría haber sido de película de domingo por la tarde) que no lleguen a surgir. Que por vergüenza a que la gente piense que te gusta una gorda o un gordo se pierdan cosas tan bonitas. Es verdaderamente triste que en una sociedad que ha aprendido a tolerar las diferencias de piel o las diferencias de gustos sexuales, haya olvidado el respeto a las personas por su peso o su apariencia.
Tu peso o tu talla no te hace mejor ni peor. Y si estás gorda ¿qué narices le importa al mundo? Camina con la cabeza alta, baila en la discoteca como si no hubiera mañana y ama, ama todo lo que puedas, pero sobre todo, ámate.

Autor: anónimo