Siempre me he preguntado si hay algo peor que una relación que sale mal y te deja con el corazón hecho polvo, y recientemente he hallado la respuesta: hay algo peor, y es que pase eso en las NO-RELACIONES.

Ojo, no me estoy refiriendo con “no-relación” al hecho de estar soltera, que es un estado variable y más o menos transitorio de la materia (y dependiendo de edad y sobre todo voluntad, apetecible o no), sino más bien al punto en el que estás tonteando o quedando con un chico pero esas citas no llegan a cristalizarse en algo concreto, no es tu novio pero tampoco un amigo más, ni un rollete ni NADA. La realidad es que ese tipo de situación casi siempre es producido por un desequilibrio de intereses entre los dos: o él tiene interés pero tú no, o viceversa (porque si ninguno tiene interés no hay cita, y si lo tienen los dos, pues entonces es una relación en toda regla, se le llame así o no).

Vamos a ponernos en el caso (totalmente hipotético y no ocurrido a la que escribe, por supuesto) de que sea él el interesado en ti pero tú no demasiado. El chico es mono pero no guapo y majo pero no tan interesante como debería, y se nota que quiere que pase algo entre los dos. Te ha pedido citas que has rehusado amablemente en el pasado, pero de pronto una tarde estás aburrida y no sales con nadie desde hace un tiempo (“un tiempo”=una eternidad), así que te lo vuelve a proponer y te lo planteas como una posibilidad real. Es entonces cuando os ponéis a quedar, a veces, para “ir probando a ver qué tal”. IR PROBANDO A VER QUÉ TAL. Menuda mierda más grande. Está claro que si tienes que probar es porque no estás segura, y si no estás segura es porque en tu interior (no hablo de esquizofrenia, que conste, sino de sensación, una minitú que grita desesperada que estás cometiendo un error) hay algo que sabe que ese tipo NO ES EL ADECUADO. Si al menos te interesara, te habrías fijado en él antes, ¿no?

Pero quedas. Y todo va bastante bien, o sea, para lo que podría haber ido, porque claro, tú no esperabas nada especial ni fuegos artificiales (PORQUE ESE TÍO NO ES EL ADECUADO), y te lo pasas genial y resulta que compartís algunos gustos y aficiones.

Llegas a casa con la sensación de que podría funcionar, que el chico no tiene nada de malo, pero tampoco quieres darle mucho bombo al tema porque sabes lo que pasa con estas cosas, que cuanto más se piensan peor salen. Y no te gusta, recordemos que no te gusta.

Y te escribe. A las tantas, eh. Que se lo ha pasado genial, y que cuando repetís. Te sientes halagada. Y tú no tienes plan el domingo, así que vuelves a quedar. Total, si tampoco ibas a hacer nada mejor. Vais de cañas, y te ríes un montón, pero tampoco quieres apresurarte ni dejarte apresar en una relación de la que no estás plenamente convencida. Sin prisa, pero sin pausa, claro.

Repites. Repites. Y vuelves a repetir.

Y así te ves metida en una dinámica de citas que te va envolviendo y convirtiéndose en algo USUAL. Sin siquiera notarlo, sin una ilusión desmedida ni nada que alertase de la gravedad del caso.

He ahí el problema. Porque se suponía que no te gustaba mucho, que era SÓLO POR PROBAR. Pero te ha cazado, amiga. Te tiene respondiendo whatsapps hasta más allá de La Barrera de las 2am, (todas sabemos lo que significa eso, una no trasnocha para hablar con alguien por quien no siente nada, eso es una verdad como un mamut de grande).

Es entonces cuando ocurre lo inesperado. De pronto, cuando tú ya te has acostumbrado, y estás contenta, y empezando a desarrollar algo parecido a sentimientos por esa persona que anteriormente era conocido como “FULANITO-CON-EL-QUE-HAGO-TIEMPO-HASTA-QUE-LLEGUE-EL-BUENO” y, lo que es peor, a tener EXPECTATIVAS (qué mala es la expectativa, es peor que un retortijón o que una peli de Demi Moore), de pronto desaparece. Hay varias variantes en este desvanecimiento repentino: o se va con otra, o vuelve con su ex, o deja de llamarte, o se hace gay, o…X. El caso es que deja de estar ahí para ti. No más llamadas. No más whatsapps. No más citas ni más nada.

ENCIMA. Encima de que eras tú la que tenía que ser convencida, porque no lo tenías nada claro, y él el que tenía que currárselo un poco, el que te había persuadido de quedar la primera vez, de ser tú la que NO sentía nada, la que iba a dejar de llamarle en cualquier momento…

Pues resulta que sí que sientes. Rabia, impotencia, frustración. Te sientes imbécil, absolutamente engañada, y habiendo perdido una cantidad de tiempo precioso que podrías haber invertido en, yo que sé, comer helado y ver sin pausa Orgullo y Prejuicio unas 1000 veces, en bucle.

O en buscar a otro. Uno más guapo, o más inteligente, o más…menos él.

¡Porque eh! NO TE GUSTABA. NO SENTÍAS NADA. PORQUE ERES UNA TÍA DURA, QUE PASA DE LOS TÍOS. DE ÉL Y DE TODOS. Que quede claro. Que quede…claro.

No quisiste que te gustara, no te gustó (claaaaro) y te has ahorrado otro desgarro cardiaco. Qué bien, qué alivio. Todo ok. Menos mal, ¿no?

Te autoconvencerás de que te fastidia porque querías haber sido tú la que hubiera decidido no seguir quedando, que menuda desvergüenza, el mosquito muerto este… pero la realidad, queridas y queridos, es que no es el orgullo lo que te duele…es el corazón.

Autor: Red