Soy una Bridget Jones de la vida. Bueno, con la diferencia de que no soy británica, no como helado mientras escucho ‘All my myself’ deprimida en casa, no llevo bragas de abuela y no tengo un Mark Darcy a mi lado. Pero por lo demás, somos igualitas, rubias, en conflicto con nuestro peso, bebedoras de fin de semana (y de alguna ocasión más) y compartimos ese deseo de que llegue el hombre ideal. Y oye, que desear no es sentarse en casa a verlas venir (con el pijama de franela y el bote de helado), desear es buscar, es llevarse alegrías y disgustos, emocionarse por cosas que muchas veces sabes de antemano que no van a salir bien, pero aun así intentarlo, es saber decir que si y decir que no, saber que en el fondo hay alguien ahí para ti. Porque soy exigente, no quiero algo a medias, lo quiero todo. Y todo no es fácil de encontrar…

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Encontraré un novio sensato y dejaré de pillarme por alcohólicos, adictos al trabajo, adictos al sexo, con fobia al compromiso, mirones, megalómanos, emocionalmente jodidos o pervertidos.

Pero amigas, que yo sé de antemano que los únicos príncipes que existen son los de la realeza, y no creo que ninguno de ellos vaya a pasar por mi vida ni ahora ni en el futuro. Aparte de ellos, los príncipes en la realidad no existen, son una invención de Disney para contentar a las niñas y deprimir a las mujeres… Crecemos pensando que algún día nuestro príncipe vendrá a buscarnos en su blanco corcel y seremos felices y comeremos perdices y tendremos lindos churumbeles rubios que corretearán felices por nuestro palacio. Pasamos nuestra infancia creyéndonos que nuestra vida será feliz y maravillosa al lado de nuestro hombre ideal, sólo para darnos cuenta de que la vida feliz y maravillosa es nuestra y no depende de nadie más.

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Hay gente que opta por la soltería como una forma de vida, igual que hay mujeres que deciden no tener hijos y no por ello son menos felices. Hay tantos tipos de felicidad como tipos de personas y yo soy muy feliz siendo soltera, no necesito un hombre a mi lado que me complete para ser feliz. Pero una cosa es necesitarlo y otra quererlo, y lo cierto es que yo, a estas alturas de mi vida, lo quiero. Quiero mi príncipe, estoy harta de ranas. Quiero una persona con la que estar a gusto, que me haga (aún más) feliz, y con la que pueda compartir los buenos y malos momentos. Una persona que me diga lo guapa que estoy desde primera hora de la mañana y que me ayude a recoger la mesa después de comer. Quiero una persona con la que discutir sobre qué película ver el domingo, y con la que ir a cenar hamburguesa y cerveza sin tener que comportarme como una princesita. Una persona que comparta mi afición por viajar pero que no deje sus propias aficiones de lado por estar conmigo.

Sin embargo he de decir que, en el reparto de príncipes, hasta ahora me ha debido tocar siempre la rana… Porque la soltería a los 30 es, entre otras cosas, un cúmulo de disgustos, y una que ya es feliz a su manera y con los años ha adquirido muchas algunas manías, empieza a plantearse si eso del llamémosle príncipe, llamémosle hombre ideal, es una utopía, un imposible, un personaje de ficción que vive en los cuentos de hadas, en las películas románticas y en el imaginario colectivo de muchas mujeres, pero ay amigas, ¿es real?, ¿existe?, ¿es posible tenerlo todo sin renunciar a nada? Y sobre todo, si ese ideal existe, ¿lo encontraré?, ¿o pasaré mi vida pensando que el amor es para otros pero no para mí?.

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Porque yo quiero mi príncipe, lo quiero como el que quiere tomar postre después de comer, como el que quiere un chalet con piscina, como el que quiere viajar a Australia… Pero yo soy feliz sin comer postre, viviendo en un piso sin piscina y hasta sin ascensor, viajando por Europa y alguna vez por América… Porque en la vida hay que ser ambicioso, hay que luchar por lo que uno quiere, en el plano personal, el laboral, el sentimental, hay que intentarlo todo. Pero también hay que saber que no conseguirlo no tiene por qué significar una pérdida, o una desilusión. No conseguir algo es un motivo para seguir intentándolo o para darnos cuenta de que la felicidad no depende de tener una pareja, un trabajo maravilloso o una casa con vistas al mar, sino de nosotros mismos.

Porque yo quiero mi príncipe, pero no lo necesito. No lo necesito para ser feliz.

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