Empiezas a hablar con él sin saber demasiado por qué, ¿aburrimiento? ¿soledad?, no importa, son las diez de la noche y estás dándole que te pego al Telegram. Es la primera vez en toda tu vida que una conversación tan simple te engancha, no es simple porque los dos seáis gilipollas no, es sencilla porque los dos habláis bastante claro y porque enseguida ves que eso no va a pasar de una relación de colegueo. «Ah mira, es majo para ir de concis», te dices.

Ya.

Le gusta La Hora Chanante y Muchachada, se ríe con el video de Vengamonjas y Raúl Cimas (cásate conmigo, joder), tuvo época numetalera, es músico, educado, rancio, con el mismo humor negro que tú y se muere de la gustera cuando suena Hole. «Es asquerosamente perfecto», pero tienes otras cosas en tu vida que no te permiten ver lo que realmente va a pasar ahí, te vas a pillar hasta las trancas y ni la actitud más rancia ni chula te va a salvar. Decides que vas a verle como alguien con quien pasarlo bien en todos los aspectos, porque tu corazón está sellado a cal y canto. «Aquí no entra ni Dios», te dices.

Ya.

Siempre que quedas con él es sin pretensiones, sin planear demasiado, ni a él le gusta ni a ti te atrae ser así, prefieres quedar y que pase lo que diosito quiera. La segunda cita es un auténtico desastre y, lejos de irse todo a la mierda, acabas borracha perdida de su mano. Te das cuenta que con otras personas aquella sucesión de catastróficas desdichas hubiese supuesto una retirada temprana a casa, pero con él no, con él solo puedes partirte el culo y ver el lado positivo de las cosas. «No me gusta tanto», te dices.

Ya.

La opción de follamigos te asquea, la opción de novios te repele, la opción de amigos sin más ya no es una opción, ¿qué te queda? Olvidar las etiquetas aunque todo el mundo se empeñe en ponerlas, aunque tus amigos no lo entiendan, aunque cuando se refieran a vosotros lo hagan como «pareja». «Joder, pareja, qué puto asco, si yo solo quiero pasarlo bien», te dices.

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Cuando sale el tema os ponéis tensos, a él le acojona la idea del compromiso y a ti te sale urticaria porque no es el momento. No llegamos ninguno de los dos en la situación oportuna, él tiene sus mierdas y tú las tuyas, pero no os dais cuenta de que los días se van sumando y que un día sin su «buenas noches» se te hace asquerosamente raro, que el día en el que no mete una canción a vuestra lista infinita de spotify tu sonrisa es menos sonrisa (porque claro, no sois nada, pero tenéis dos listas en las que metéis canciones el uno al otro desde que os conocísteis). Te acojona pensar que cuando no queda contigo es porque está con una morena de piernas largas y pelo largo, y tú con tus inseguridades crees morir. «No tengo derecho de sentirme así, no tenemos una relación, que haga lo que quiera», te dices.

Ya.

No sabes cómo, pero pasa. Echas la vista atrás y te asustas tanto que sabes que estás perdida del todo. Le quieres, mierda que si le quieres, con todo tu ser y con todo el pasteleo que existe en el mundo; pero no se lo quieres decir porque sabes que le vas a acojonar y se va a marchar, y tú no quieres eso, solo quieres estar con él aunque sea atragantándote con tus sentimientos. A él le pasa algo parecido y una noche se tira a la piscina (gracias, alcohol). Pone todas las etiquetas que llevábais meses sin querer tocar ni mencionar, y tú… bueno, tú colapsas y crees que te estalla el corazón, ya no hay miedo. Ya no hay morenas de piernas infinitas y pelo largo, ya no tienes que dormir temiendo soltarle un «te quiero» en plena noche, ya puedes ser más tú.

No sabes cómo, pero pasa. De la noche a la mañana os habéis desnudado del todo, os habéis comido el corazón del otro y ahora sois «vosotros». Han pasado los días, las semanas y los meses, y ese idiota que te sacaba de tus casillas es ahora el idiota que te saca de tus casillas y al que, además, quieres. Vosotros no sois de etiquetas, ni sois de pensar mucho en el mañana, eso decís, pero en el fondo muy fondo deseas y esperas que esto que tenéis dure, al menos, hasta la próxima actuación de Viejóvenes.

Autor: Berri.