Era una calurosa noche de verano, todo lo calurosa que puede ser una noche de verano en Galicia. Mi novio y yo volvíamos de cenar en nuestro restaurante favorito, con paseo post cena y magreo en el parque incluido. Acabábamos de empezar a salir y estábamos en ese punto de la relación en el que lo único que te apetece es follar. Y más todavía cuando tu novio tiene un instrumento de tamaño considerable, con sus veinte centímetros y un grosor que hace que no puedas cerrar la mano al agarrarlo. Os juro que cuando lo vi por primera vez, lo único que podía pensar era en cómo me iba a meter eso en el chichi. Y no lo digo por presumir, solo es un dato importante para lo que pasó después.
Como decía, llegamos casa de mi novio más calientes que el hierro de una plancha. Nos podían las ganas, así que ya en el portal me levantó el vestido y nos lo montamos durante un rato. Finalmente subimos a su piso, directos a la cama. No hubo tiempo para deshacerse de la ropa, tal cual estábamos nos pusimos al lío. No nos curramos mucho el Kama Sutra, pasamos del clásico misionero al socorrido perrito. Ya se sabe que cuando hay necesidad, una no se curra mucho la performance, y da la casualidad de que esos suelen ser los mejores polvos. Bueno, pues en este caso, la cosa se torció un poco.
Estábamos en todo lo alto, a punto de acabar. Me puse boca abajo y mi novio me penetró en esa posición. Entre el sudor y el lubricante que habíamos usado unos minutos antes, todo estaba muy resbaladizo.
Empezamos a acelerar el ritmo, volviéndonos locos de placer, cuando en una de las embestidas, su pene se salió de mi vagina y volvió a entrar por el agujero equivocado. Así, de golpe, sin aviso ni preparación.
Ya os digo que mi novio tiene un buen aparato, alguna vez habíamos intentado el anal, pero no había manera. Así que os podéis imaginar el dolor que sentí. Lancé un grito y me eché a llorar. El pobre al principio no entendía que pasaba, y en cuanto se dio cuenta no paraba de pedirme perdón. Fui al baño a ver si sangraba o algo, porque os juro que pensé que me había roto algo por dentro, pero gracias a Dios todo quedó en un susto y una de las peores experiencias sexuales de mi vida. Desde entonces no he vuelto a intentar el anal, creo que le he cogido fobia.