Como dije en el anterior post tanto la confianza, la comunicación y la seguridad, como la excitación y la estimulación son la PUTA CLAVE para que esto suceda. En este caso (y para esta segunda parte de la historia) también lo serán otros dos importantes protagonistas: Don Arnés y Don Consolador.
Tremendos compañeros, os lo digo.
¿Os habéis probado uno? La sensación de poderío que sientes y la ilusión que te hace verte con un rabo entre las piernas supera muchos momentos icónicos en el sexo que haya vivido.
Confieso que primero me hizo sentir un poco incómoda, pero cuando me dejé llevar tomé al toro por los cuernos y lo domé. Joder, si lo hice. Lo domé como ninguna lo había hecho antes.
Entre ese chico y yo había una relación a base de respeto y compartir, donde la búsqueda del placer del otro era primordial. Eso nos llevó a hacer muchas cosas que no habíamos hecho con otras personas y a experimentar juntos todas esas fantasías que teníamos en el tintero. La suya era que una mujer le diera por el culo.
Él ya se había acostado con hombres, dudoso de su sexualidad, pero al final se dio cuenta de lo que le ponía era sentir como una mujer tomaba control sobre él y le daba bien fuerte. Tomar esa actitud no fue fácil, pero como él ya lo había hecho solamente tuve que seguir sus pasos y sus consejos.
Empecé como siempre, suave y con cariño, unos besos por aquí y unos lengüetazos por allá, muchas caricias por todas partes y algún tirón de pelo controlado.
Cuando ya le tenía caliente pasé a comerle el rabo, a pellizcarle los pezones, y después de un rato cambié de posición y me situé entre sus piernas (como cuando nos comen el coño a nosotras, vaya). Él subió las rodillas bien rápido con una sonrisilla tonta y se dejó llevar con sus pies en mis hombros.
Ese día comí polla, huevos, y culo.
Comer un culo no es tarea fácil la primera vez, pero después vi que era bastante similar a comerse un coño y le pillé el truquillo: Apretarle las nalgas o las caderas con las manos y empujarle hacía mí, lamer de arriba a abajo con toda la lengua, pasar a moverla en circulitos, succionar las diferentes partes… Lo que os pida el cuerpo, en definitiva. Cuando ya llevaba un rato y me lo estaba disfrutando le oí decir entre susurros:
“Fóllame, fóllame ya”
Yo soy de las que se hacen de rogar, así que hice el amago de levantarme. Pero solo para coger el lubricante (esta vez de sabores) y poquito a poquito me fui abriendo camino con los dedos. Se dilató al momento. Y yo me puse tan cachonda al verlo que de un movimiento lo puse a cuatro patas.
Ahí vi su mirada de lujuria y empecé lentamente a usar el consolador que tenía puesto en el arnés. Él ya estaba muy dispuesto.
Pude notar como se retorcía de placer a los pocos minutos, oí como jadeaba de una forma que no le había oído antes, y en cuando pillé ritmo separé más sus rodillas y le empecé a hacerle una paja a la vez. Malabarista, me llaman.
Cuando lo notó se agarró fuerte al colchón, que era su modo de pedirme que no parase hasta que me avisara al levantar la mano o con un pellizco (es bueno tener señal de «stop»).
Traté de alargarlo lo máximo posible con varios movimientos y ritmos; moviendo la cadera en círculos (no el típico mete-saca) para ver donde le producía más placer, a la vez que le agarraba con la mano que me quedaba de la cintura.
Os juro que verme en esa situación de control de la situación no se puede comparar con “estar encima” cuando follas, o sentarte en su cara para que te lo coman. Es otro rollo.
Ese día se corrió tanto que tuvimos que cambiar las sábanas. Y yo me sentí la puta ama. Había conseguido que se quedara en la cama extasiado, con la boca abierta y ese brillo especial en los ojos. Hasta tuvo que esperar un rato para levantarse y lavarse.
Desde aquí te digo que si te lo han propuesto alguna vez o bien te lo has llegado a plantear: Déjate de tabús, de roles preestablecidos y pegaos una buena ducha, comprad lo que necesitéis y hacedlo. SIN MIEDO NI ASCOS, no te arrepentirás.