Soy de esas personas que la gente en general me cansa, o sea que me caen mal, vaya que me aburren, que creo que son idiotas… Normalmente eso nos pasa a las personas que tenemos una inteligencia superior al resto o a los que somos gilipollas. Porque claro, ¿has oído alguna vez a algún gilipollas que sepa que lo es? pues eso. Que seamos lo que seamos, pues somos bordes, antisociales y rarunos.

He estado en mi casa como muchos de vosotros, que aún seguís (que envidia me dais) 53 días.

Cuando nos encerraron pensé: «Oh Dios mío ¿qué voy a hacer con mi vida?

El primer día ya agradecí no tener balcón, porque me hubiera tirado al segundo «Resistiré»

La primera semana se me hizo algo raro pero no lo pasé mal. La segunda empecé a verle el lado positivo y la tercera me dí cuenta de que yo en cuarentena era puto feliz.

Dicen que el ser humano se acostumbra a cualquier cosa en 21 días. Pues mi cerebro se ha acostumbrado a esto, pero bien.

Las grandes ventajas son que no tienes que madrugar, no tienes que ponerte el despertador, no debes de hacer nada que no te apetezca. Y lo más importante, dejas de sociabilizar.

Y sí, solo me entenderéis las personas ariscas, pero eso es una puta maravilla. Jamás pensé que fuera tan placentero estar casi dos meses sin ver a ninguna persona. Debería de ser obligatoria una vez al año mínimo.

Voy a celebrar que estoy solaaa, solaaaaa.

¡Exijo cuarentena anual para limpiar el planeta!

La gente, los expertos, los tocahuevos más que nada, decían que había que seguir una rutina, ponerte unos horarios y no se cuantas mierdas más. Que si ordenaras los armarios, que si hicieses pan, pasteles, cocinar…

A ver ¡quiero descansar, joder! ¡Descansaaar!

Total que no hice nada de eso. Y cuando te pasas todas las rutinas y las normas por el forro te das cuenta de que, te puedes levantar a la hora que te de la gana, que puedes comer a la hora que tienes hambre, que puedes tomar el sol en la tumbona, leer toda la tarde estirada oyendo a los pajarillos cantar, escribir, ver la tele, peinarte o no, arreglarte o ir en pijama. Maquillarte y hacerte las uñas si te viene en gusto y si no pues ir con el esmalte a trozos. Y sobre todo ir sin bragas y sin sujetador los puñeteros 53 días. Que ahora que me las he tenido que volver a poner me he dado cuenta que la sociedad me aprieta el chirri y las peras. Y eso no es justo.

Que tengo ganas de pintarme la cara, coger un caballo y gritar: «Libertad para mis tetas y mi chocho».

No he salido a la calle en 53 días. No he ido a comprar, ni a sacar al perro, ni a nada. Y ni falta que me ha hecho. Tengo la suerte de vivir un poco aislada así es que los vecinos no me han dado por saco, no les he oído aplaudir y a ninguno le ha dado por ser dj de Aliexpress. Quizás murieron, no lo sé, como no les he visto… Así es que decidí que yo me quería quedar para siempre en mi puñetera casa. Con mi pareja que cumple mis necesidades… y mi perro. Fin.

Y entonces un día sale Pedro por la tele y dice que ya puedes ir a trabajar, y tú que has sido una trabajadora nata, gritas: «¿Por qué? Yo no quiero ir a trabajar nunca más. Que perdida de tiempo»

Y entonces sales a la calle y te encuentras a un millón de gilipollas haciendo el tonto y saltándose las normas. Y otros con unas ganas inmensas de hablar y de contarte su vida. Y tú no dejas de pensar: «Quiero matar a todos, quiero matar a todos».

¿Por qué me dais una cuarentena y ahora me la quitáis? eso es tortura, eso no se hace.

Y encima vuelta a los tacones, al pelo perfecto, a la buena presencia, a los complementos y encima la mascarilla, los guantes que no pegan con nada, y el spray desinfectante en el bolso, que ya te puedes echar colonia buena que hueles a hospital.

Si al menos repartieran mascarillas de Fendi, joder.

Y mientras esperas que pasen los puñeteros 21 días para que tu cerebro se vuelva a acostumbrar a currar de nuevo y a estar con gente. Recuerdas con nostalgia como cuando vuelves de unas vacaciones, esas tardes en tu tumbona acolchada leyendo un libro hasta que se hacía de noche. Esos gin tonics a las doce de la mañana sin sentido alguno. Esos vermuts de los jueves, esos polvos a cualquier hora. Esa puñetera cuarentena que tan feliz te ha hecho y que ta han arrebatado de una semana para otra sin tratamiento psicológico, ni medicación, ni na.

Y ahora ¿qué esperan de mi? Cuando he disfrutado las mieles de vivir en mundo donde solo existían dos personas y un perro. Donde no tenía que sonreírle a nadie, donde no tenia que ir a trabajar ni ser puñetero productiva. Sin obligaciones, sin toda esa gente que me cae mal y que no puedo exterminar porque sigue siendo ilegal. Que yo pensaba: “Joder, si esto es una peli o un experimento, cuando sale la voz en off que grita: «Purga». Pero que al final era tan feliz que ni la necesitaba porque llegué a creer que todos habían desaparecido.

!Seguían vivos!

Debo ser la excepción pero a mi esto no me ha hecho mejor persona, me ha hecho mucho peor. Porque si antes me caía mal casi todo el mundo que conocía, ahora odio hasta a la peña que no conozco de nada y veo por la calle o por la tele. Quiero que desaparezcan de mi vista, que no se me acerquen a menos de dos metros, que ni me miren por si el coronavirus salta de sus ojos a  los míos… Y eso no es bien, o sí, no sé.

Que me devuelvan mi cuarentena, por favor, que esto ha sido como darte a Jason Momoa para que los disfrutes durante 53 días y de repente cambiártelo por un forocochero mellao y decirte: «Venga, supéralo».

Que no hombre que no. Pedro apiádate de mi. Cuarentena forever.