Gatos, esos pequeños seres del demonio. Siempre he pensado que son diabólicos y tienen malas intenciones. Y de ese burro no me bajáis.

Los acoges en tu casa, les das amor (si te dejan), les alimentas y…¿cómo te lo pagan?

Por si no lo habéis averiguado, confieso que nunca he sido muy fan de los animales. Especialmente de los gatos. Todos con los que he tenido contacto han intentado asesinarme.

Por eso decidí que nunca tendría uno. ¿Adivináis quién tiene un gato ahora? La menda lerenda si. Aunque también estaba convencida de que me casaría con Nick Carter, y el único parecido de mi marido con mi Nick es que los dos hablan inglés.

Accedí a acoger a un peludillo en casa porque era el sueño de mi marido. Siempre tuvo gatos de pequeño y lo echaba de menos (el que nosotros vivamos al lado de un bosque en una casa muy vieja por la que en ocasiones se cuela algún ratoncillo no tuvo nada que ver, por si os preguntan).

Me puse en contacto con varias protectoras y finalmente nos dejaron adoptar a una: tenia 4 años ya, y entre eso (porque por lo visto la gente solo quería recién nacidos estos días) y que era más negra que el carbón nadie quería adoptarla. Así que se vino a casa con nosotros.

Reconozco que me costó más a mí adaptarme a ella que al revés. Desde el primer día, en cuanto ve que me siento en el sofá o me voy a la cama viene a acurrucarse conmigo, con el microinfarto que eso me conlleva porque este gato es un puto ninja, nunca la oigo venir.

Esta soy yo ahora con mi gato
Esta soy yo ahora con mi gato

Resulta que yo en casa tengo la puerta de la cocina corredera, y recientemente habíamos cambiado el suelo y la puerta.

Llegué a casa de trabajar, estuve un rato jugando con ella en el salón y me fui a duchar, dejando la puerta de la cocina cerrada. Ya la habíamos pillado en varias ocasiones intentando comerse el filete que teníamos descongelando, por lo que la puerta la cierro siempre.

Al salir del baño, me pareció notar el suelo mojado, pero como yo sin gafas ni veo, ni oigo, ni siento. Así que todo recto y a mi habitación a vestirme.

¡Pero no os imagináis la que me encontré al salir del cuarto, ya esta vez con ojos! El suelo del pasillo era una charca, la puerta de la cocina estaba abierta, la gata estaba sentada en el fregadero mirándome con esa casa de asesina que la caracteriza, y había empujado el grifo (abierto) hacia la encimera, por lo que el agua caía libremente hacia el suelo.

Mi gato mirandome
Mi gato mirandome

Dos horas me costó recoger el estropicio. El suelo de la cocina se pudo salvar, pero la tarima del pasillo quedó para el arrastre. A la puerta de la cocina le pusimos un candado, porque pillamos a la gata varias veces más arrastrando la puerta hasta que conseguía abrirla.

Por suerte, encontramos el suelo nuevo a mitad de precio porque iban a descatalogarlo, pero a mí no me convencéis ya en la vida de que los gatos no son diabólicos.

Andrea.