Saliendo del enésimo primer día de gimnasio después de muchas lunas sin ir, me sorprendo pensando:

¿ Qué carajo me empuja a hacer este esfuerzo extra de levantarme antes, calzarme las mallas e ir a sufrir 50 minutos,  si voy tan liada, estoy tan cansada y me gusto tal y como soy?

 

 

Siguiendo con el monólogo interior pre ducha, yo misma me contesto: “Porque aunque te moles mucho y te gustes mogollón hay cosas de tu cuerpo que quieres cambiar”. Me entiendo, me ducho y sigo con mi día.

¿Por qué cuesta tanto de entender?

Desayunando con una amiga le hablaba de que sigo en pie de guerra con esos kilos que me eché encima durante el confinamiento.

Ella, y no la juzgo, me recriminó mi doble cara. “Por un lado haciendo textos bodypostive y colgando fotos de cómo aceptas tu celulitis y por el otro haciendo dieta”.- Vaya postureo, me dijo.

 

No supe que responder en ese momento, es más, me hizo plantear si era cierto lo que decía. Por mi mente, en rueda de hámster mode on,  rondaban varios  pensamientos:

¿Será verdad que no puedo querer cambiar si acepto mi cuerpo?

¿Soy falsa por colgar fotos con textos motivadores y mensajes de aceptación a la vez que me dejo la piel en el gimnasio?

Que acepte mi cuerpo no me quita el derecho a que me apetezca cambiar y mejorarlo. Porque, si así fuera, el mensaje sería terrible: “Solo puedes cambiar si te odias, si rechazas tu cuerpo”

Incluso diría más, querer cambiarlo implica un nivel de aceptación y amor hacia ti misma increíble.

No me juzgues por querer adelgazar. No me juzgues por querer engordar, ni muscular, ni tampoco lo hagas por  operarme las tetas si las quiero más grandes.

Es mi vida, es mi cuerpo y es mi felicidad la que está en juego.

 

 

No quiero tener que dar explicaciones sobre los motivos que me han llevado a buscar ese cambio en mí.

Me acepto. Y por eso no he dejado de ir a la playa, ni de ponerme biquinis ni he pasado de ningún plan por miedo a ponerme según qué prenda de vestir.

Quiero cambiar. Y por eso voy al gimnasio, intento comer sano y me pongo crema anticelulítica cada noche aunque sepa a ciencia cierta que no funciona.

Y después de días de reflexión podría responder, por fin, a esa amiga: No, no soy falsa ni tengo doble moral, porque:

¡Sorpresa! Puedes aceptarte y querer cambiar tu cuerpo a la vez.