El día que mi hijo y mi nuera nos comunicaron que iban a ser padres me llevé un pequeño disgusto.

Sabía que no tenía sentido, fingí lo mejor que pude y me guardé mis reservas para mí. Pero debo reconocer que sentí que era demasiado pronto. Eran adultos, capaces y responsables, eso no lo puse en duda, pero llevaban muy poco tiempo conviviendo y no tenían ni treinta años. Admitiré también que yo misma me sentía demasiado joven para ser abuela.

Por otro lado, siempre me han gustado los niños, de modo que no me demoré mucho en abandonar esos pensamientos absurdos y en empezar a ilusionarme.

Soy la abuela paterna y lo llevo regular
Foto de Daniel Reche en Pexels

Una vez asimilada la noticia, me moría de ganas de que naciese mi nieta para ejercer de abuela. Porque la maternidad es bonita, pero está llena de miedos e inseguridades que ya no están ahí cuando la vida te pone por delante a los hijos de tus hijos, para disfrutarlos desde la experiencia y la calma que has adquirido con los años.

Cuando llegó la fecha de parto yo me puse tan nerviosa como cuando nacieron mis hijos. Diría que incluso más. Era la hija de mi hijo, es como que cuenta doble. Por lo que, el día que conocí a mi nieta, sentí la mayor alegría de mi vida.

 

Pero ese mismo día empecé a darme cuenta de que las cosas no iban a ser como había imaginado durante los meses anteriores. Porque soy la abuela paterna y, francamente, lo llevo regular.

Como os decía, fui consciente de que iba a ser abuela de segunda en la misma habitación de la maternidad.

Debí sospecharlo antes, debí verlo en la escasa participación que me permitieron en los preparativos para el nacimiento, aun cuando sabía que mi consuegra había ido a una ecografía y yo no. Que ella les había acompañado a comprar el cochecito y yo no. O que la otra abuela había tenido voz y voto en la decoración del cuarto de la peque y yo no. En aquel momento no le di importancia. Me dije que ella era más pesada insistente, nada más.

Soy la abuela paterna y lo llevo regular
Foto de Mikhail Nilov en Pexels

Sin embargo, fuese más insistente o no, eso no justificaba el hecho de que mi hijo nos hubiera avisado de que la niña ya había nacido cuando ya tenía casi un día de vida. Entendí sus motivos cuando nos explicó a su padre y a mí que lo había hecho porque querían estar esas primeras horas tranquilos los tres. Lo entendí perfectamente. Lo que ya me costó un poco más digerir fue que mi consuegra ya hubiera estado en el hospital el día anterior.

Me molestó y me dolió, pero me obligué a pasarlo por alto.

El problema es que conforme fueron pasando los meses la tendencia se ha ido consolidando y, hoy por hoy, con la niña a punto de cumplir tres años, las diferencias entre los abuelos maternos y los paternos son más que evidentes.

Pese a que me he ofrecido y lo he pedido directamente, mi nieta nunca se ha quedado a dormir en mi casa. Nunca he podido llevármela a merendar por ahí o a pasar un rato al parque sola con ella. En cambio, sé que con su otra abuela sí. Ella, que tiene mi edad, que también trabaja entre semana… Ella puede disfrutar de mi nieta de una forma que yo no.

 

Porque para mí todo son excusas, problemas o incluso argumentos muy lógicos y válidos. Solo que luego me cuentan que tal día fue con la abuela a no sé dónde o que se quedó a dormir en su casa porque ellos tenían una boda, etc. Y yo callo y después me lamento con mi marido. Porque duele, duele muchísimo.

Y no lo digo, pero una parte de mí se enfada con mi hijo. Ya que entiendo que mi nuera tire hacia su familia, pero también entiendo que mi hijo tendría que tirar un poco por la suya, ¿no?

Yo de verdad creo que sí.

 

Anónimo

 

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada de Michael Morse en Pexels