Me siento bien y procuro mirarme en todos los espejos que encuentro. También sirven portales. Todo vale. Porque hoy me siento guapa.

Ya os digo que no siempre es así. Normalmente me miro lo justo, para maquillarme y no parecer un cuadro. Y para peinarme, claro, y no parecer una loca.

Pero hoy no. Me hago fotos, pongo morritos…  Estoy estupenda. El motivo de tal milagro se llama septum.

Un septum es un tipo de piercing. En concreto el de la nariz, el que se pone en las reses, las jovencitas modernas y ahora a mi. Me parecía muy sexy, favorecedor y a la vez fácil de esconder. Compatible con mi trabajo. Perfecto.

Pero muchas cosas me echaban para atrás. La primera , yo misma:

Nena, tienes 35 tacos y ya no tienes edad para esas cosas.

Nena, ya eres madre, dónde vas con eso?

Y la peor de todas: Nena, piensa que con el sobrepeso evidente que tienes, vas a parecer un bisonte.

Y así, día tras día encontraba excusas  para esconderme tras la cortina del «yo no puedo»

Hasta que comprendí que si quería cosas, debía mover el culo. Las cosas buenas no te llegan si no te mueves. Tengo que cuidarme, mimarme y ya estaba bien de mirar fotos y pensar:  «algún día» o «pronto» o «en cuanto pierda unos kilillos»…

Lo quiero ya. El momento es ahora. No espero más.

Y tras venirme arriba a más no poder pedí cita en una escuela que buscaban modelos para su curso de piercing básico. Era genial, porque yo me llevaba un piercing y ayudaba a alguien a aprender. Todos ganamos.

Finalmente ayer fue el gran día y tengo que decir que no fue tan fácil como esperaba. Estaba asustada, preocupada por el dolor y pensando el motivo por el cual me metía en estos jardines siempre. Me sentí ridícula mientras esperaba mi turno. Miraba la puerta pensando mis opciones. «Voy al baño y no vuelvo» y estuve a punto. Pero algo me retenía en mi silla, clavada en el suelo.

Y me llamaron para entrar.

Y me lo hicieron.

Y sí me dolió, pero todo fue extrañamente cálido y divertido. Le di ánimos a la perforadora. «Tranquila, estamos bien»  le dije mientras me colocaba el pendiente. «Tranquila, tú sigue» Los demás se rieron de la broma y yo me relajé.

Realmente creo que me lo estaba diciendo a mí misma. «Estamos bien»

Cuando acabamos, me entregaron las instrucciones y salí de la sala. Me temblaban las piernas, pero sentía que podía con todo. Era yo, pero me había atrevido. Me sienta genial.  Me dí mi tiempo frente el espejo del lavabo. Me examiné con cuidado y me gustaba lo que veía. Mis ojos llorosos ( mientras me lo ponían me salieron lagrimones  cosamala) mis pelos de loca y dos bolitas relucientes saliendo de mi nariz dolorida. Me encantó el resultado.

Y por eso me voy mirando orgullosa por todos lados. Porque esa mami con 35 tacos y sus  100 kilos lo ha hecho. Lleva un septum y está estupenda.

Y es una vikinga.

 

Eva Torras

 

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