“OPINAR” COMO DEPORTE DE RIESGO

 

La opinión es como la escobilla del váter. Todo el mundo tiene una y hay que utilizarla con precaución, porque hay a quien, cuando la usa, le acaba salpicando la mierda en la cara.

Y es que es muy bonito opinar. Es gratis, y todo lo gratis tiene un atractivo especial. 

“Este detergente viene con suavizante de regalo… ¡¡UY!! ¡Para el carro!”

“Hoy con un café doble te regalan un mini cruasán. ¡Dame dos! Que con uno no me llega ni para un diente… Ya dormiré la semana que viene”.

El caso es que opinar es gratis y por eso todo el mundo lo hace. Lo hace sin pensar. Y luego se ofende si le dices que se meta esa opinión precisamente por donde sale lo que se limpia con la escobilla de la que os hablaba.

Pues bien, yo ya me he hartado. El que se me vuelva a acercar para opinar sobre algo que nadie le ha preguntado que se atenga a las consecuencias. Opinar sobre nada referente a mí o los míos se va a convertir en deporte de riesgo señoras. Pero muy sutilmente… que una tiene mala hostia, pero sigue teniendo educación (casi siempre…).

Vale ya de opinar sobre cada cambio en nuestra imagen. Me da igual si he engordado, adelgazado, crecido, hecho las cejas o no, si tengo un grano o si me cuelga el pellejo del brazo. A la próxima que, después de pasar por la peluquería, me diga que me quedaba mejor el pelo antes, le voy a introducir en Lanzamiento de martillo. De la misma le agarro de su perfecta melena y le doy vueltas hasta que arranque el vuelo para después lanzarla lo más lejos que me deje mi furia encendida.

(Lo sé. La sutileza y la educación se me han olvidado más rápido que a otros ponerse un corcho en la boca).

Vale ya de opinar sobre lo que podía haber sido y no fue. ¡Holaaa!… ¡Ya está hechooo!… ¡Ya no puedo cambiarlooo!… Si me he comprado un coche que no te gusta, una casa más pequeña de lo que crees aceptable, si he aceptado un trabajo que te parece inferior a mis capacidades, o si mi pareja actual no le llega a la altura del zapato de la anterior. Te juro que te monto en mi mierda de coche y nos hacemos un rally, pero tú sin cinturón.

Vale ya de opinar sobre cómo debería hacer en mi casa, sobre lo que le tengo que decir a mi pareja/jefe/familiar o cualquier otra mierda de la que te enteres, sobre lo bien que me quedaría todo menos lo que me pongo, sobre política, religión, televisión o lo que sea, pero todo siempre: los demás mal y tú tienes la verdad suprema. Vale de opinar sobre las capacidades, atributos, pintas, cambios físicos de los hijos como si fueran sordos y no te oyeran. Vale ya porque con tus opiniones no solicitadas voy a hacer una cuerda con la que vas a probar la adrenalina del puenting. Tú verás cómo de solidas son esas opiniones.

Y sobre todo, vale de escudarse en, “es que yo soy muy sincera”, para decir todo lo que nos sale del higo y como nos sale del higo. Porque hay muchas formas de ser sincera sin tocar los huevos a la gente. Por ejemplo, ante un bebé recién nacido que no es precisamente de anuncio, en vez de decirle que le ha salido más feo que un calcetín del revés, le podemos decir: “Que chiquitín… que pena que crezcan tan rápido”. O si alguien te regala algo que ha hecho con sus propias manos, en vez de decirle que lo quemarías con gusto, le puedes decir: “Desde luego es que tienes una imaginación…”.

En serio. Vale ya. Vamos a hablarnos como nos gustaría que nos hablaran. Y aprovechando que estás leyendo esto en internet, vamos a hablar por redes como hablaríamos en persona. Aunque si en persona vas soltando mierda por la boca, mejor cómprate una escobilla y límpiate los dientes.

Marta Toledo