Mi vecina Carlota tenía quince años más que nosotros. Con “nosotros” me refiero a Alberto y yo. Alberto es mi vecino de abajo y Carlota está justo encima de mí en el edificio. Cuando éramos pequeños jugábamos juntos, hacíamos los deberes… Esas cosas que hacían los niños de lo 90 cuando se juntaban en el mismo portal. Carlota era bastante más mayor, así que ni la mirábamos. A veces nos saludaba cuando jugábamos al escondite en la escalera, pero normalmente coexistíamos sin ser muy conscientes de su existencia ni ella de la nuestra. La diferencia de edad nos llevaba a tener la sensación de vivir planetas distintos.

La madre de Alberto siempre fue muy posesiva con él. No le dejaba ir a muchos sitios sin ella, controlaba cada decisión que él tomaba y vigilaba muy de cerca todos sus movimientos. En mi casa, mi padre siempre decía que aquella señora tenía algún tipo de obsesión enfermiza con su hijo, que no era normal que a los 18 no pudiera ir a ningún lado sin que su mamá le diese el ok y que no lo hacía casi nunca.

Recuerdo a Alberto, siendo ya un adulto, pasar las tardes haciendo recados con su madre, que caminaba ligera con la cabeza alta mientras su hijo la seguía cargando con las bolsas del super y asintiendo a cada afirmación exagerada que ella le colaba a alguna vecina sobre sus notas “excelentes”, su “increíble talento” con el piano, etc.

Cuando cumplió los 19, entre un vecino que solía estar con nosotros y yo convencimos a su madre de que lo dejase salir para celebrarlo. Que se quedaría a dormir en casa de uno de nosotros para no molestarla y que así disfrutarían ambos de un poco de separación. Fue vergonzoso oír sonar mi teléfono fijo a las 6 de la mañana. La voz llorosa exagerada de la madre de Alberto preguntando si estaba bien. Pues la verdad que bien bien no estaba. Mientras mi padre le echaba un rapapolvo por llamar a esas horas, Alberto abrazaba fuerte el váter de mi casa. Como decía mi padre, era más que obvio que algo así pasaría. El pobre no había salido en la vida y, a la que vio un poco de libertad, se la bebió toda del tirón.

Por la mañana, su madre estaba en la puerta de mi casa a primera hora para llevarse a su hijo a hacer recados. Mi padre nuevamente le explicó que no tenía sentido ninguno su actitud y, cuando lo vio aparecer con aquellas ojeras, el rostro pálido de no haber dormido y la expresión ausente de una buena resaca, creí que teníamos que llamar a la policía. Empezó a gritar y, por supuesto, a culparme a mí por ser una mala influencia. Mi familia y esa señora no se hablaron nuca más. Pero Alberto y yo seguimos siendo amigos.

Unos meses después, él consiguió trabajo en una carpintería cerca de casa. Su madre no estaba muy de acuerdo al principio, pero viendo cuanto le gustaba aquello y que empezaba a ganar su propio dinero, se sintió orgullosa de que aprendiese un oficio.

Alberto aprovechó la excusa de algunos trabajos a domicilio para empezar a salir a tomar café con alguna chica y a hacer su vida algo más normal.

En unos meses su madre admitió que debía socializar con personas de su edad, porque el jefe de Alberto fue a su casa, preocupado por sus escasas herramientas sociales. En una de esas noches de marcha (mucho más light que la que pasó con nosotros), conoció a Carlota. No es que no la conociese antes, pero la conoció como una “igual”, de adulta a adulto, y se quedó totalmente prendado de ella.

Cuando me lo contó a mí me pareció una locura pero, con el tiempo, empezaron a verse, a pasar tardes de paseo por el parque, a besarse en el portal para despedirse y, al fin, a tener sus primeros encuentros íntimos sin que nadie supiera que estaba en el piso de arriba.

Carlota ahora vivía sola, sus padres se habían jubilado y se habían marchado al pueblo, pero ella se había querido quedar en el piso en el que había crecido, pero ahora como una mujer independiente. Era una chica con carácter, divertida y muy habladora. Alberto la miraba embelesado cuando ella cogía carrerilla para hablar de algo. La verdad que daba gusto verlos juntos. Se me hacía extraño estar con ellos en aquel piso tan igual al mío, pero tan distinto, con la chica que nos parecía inalcanzable cuando éramos críos.

Ahora Alberto había cumplido 20 y ella tenía 35. Era evidente que existía una diferencia de edad. Mi padre decía que el pobre muchacho buscaba a una mujer madura y con las cosas claras porque él ya no estaba a tiempo de desarrollar una personalidad. Me daba rabia que hablase así de mi amigo, pero no podía evitar pensar que tenía parte de razón.

Cuando llevaban juntos ya un año y sabían de su relación hasta las vecinas de la esquina, Alberto decidió contárselo a su madre. Nos imaginamos el drama, cómo iría a su casa a desafiarla, a marcar su territorio y cómo exigiría una participación inapropiada en la relación. Nadie esperaba lo que en realidad pasó.

Según Alberto le contó  de su noviazgo, ella, sin mediar palabra, subió las escaleras de los dos pisos que las separaban y, según Carlota abrió la puerta, ésta le dio una bofetada de esas que humillan casi más de lo que duelen, pero no duelen poco. De esas que te dejan la marca durante un día entero y la cara te pica como si la piel estuviese ardiendo.

Alberto subió al escuchar los gritos de Carlota que, obviamente, la puso a caer de un burro. Al encontrar aquella escena se quedó unos segundos en shock. Bajó a su casa, se hizo las maletas y, antes de irse, le dijo a su madre que volvería a saber de él cuando se disculpase. Ella le impidió llevarse nada, pues todo lo que tenía se lo había comprado ella. Él dejó la maleta y salió corriendo de allí. A los 15 días, Carlota y él se mudaron a otro barrio y nunca más tuvieron relación con su madre.

Hoy en día es esa vecina que protesta por absolutamente todo y solamente abre la boca para soltar bilis. Si algún despistado le pregunta por su hijo, suele decir alguna burrada como que su hijo nació muerto o que al menos eso hubiese preferido y ya está. Todo porque se enamoró sin su permiso.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en la historia de una seguidora.
 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]