Yo el tema de «el marido infiel» lo llevo muy mal. Y no sé si os pasa, pero yo me siento muy incómoda diciendo que no a la gente. Así que, si encima tengo que repetirlo, aún peor.
La cosa es que hace tiempo que conocí a un matrimonio la mar de majo, con el que enseguida me empecé a llevar súper bien. Gustos similares, un buen rollo estupendo… Vamos, todo genial. Nos vemos cuando podemos, porque a ver, entre trabajo, vida de padres y demás, es verdad que sacar tiempo tanto ellos como yo lo tenemos complicado, pero cuando podemos, no perdemos la oportunidad de vernos.
Bien, pues hace unos meses, quedamos para dar una vuelta y demás, pero como mi amiga no podía, quedamos su marido Manolo y yo (como siempre, nombre que no se corresponde con el suyo por privacidad). Siempre me he sentido muy cómoda con los dos, y no era la primera vez, ni la segunda, que quedaba solo con él, Al final, los considero amigos a los dos. Pero ese día… la cosa estaba un poco más rara. Estaba más cariñoso, que si te abrazo mucho, que si te acaricio la espalda, el brazo, que si qué guapa vienes hoy… Yo adoro los mimos, soy la primera que se pasa la vida abrazando a todo el mundo, pero esos cambios de actitud me escaman. Al final lo dejé pasar, pensé que a lo mejor tenía un día más meloso por alguna razón y listo.
Pero al rato de llegar a casa, empecé a recibir mensajes de él. Me volvía a decir que si ese día iba muy guapa —yo me veía normal, vaya, siempre me visto con lo primero que pillo—, que si olía súper bien, que cualquier tío tendría suerte de tener a una tía como yo a su lado. Y a ver, aparte de que con este tipo de cosas yo me bloqueo y no sé qué contestar, ya me olía un poco exagerado. Y entonces llegó el mensaje que menos me esperaba, pero que seguramente llevaba preparando ya toda la tarde:
«Ojalá escaparme a un hotel contigo toda una noche».
Uhhhh, no, no, ahí ya sí que vi las orejas al lobo. Al principio, como no sabía bien cómo reaccionar, respondí con unas risitas y un «deja de decir tonterías, anda», pero creo que, tonta de mí, pareció más una invitación a seguir que otra cosa.
Aunque ese día paró tras mi contestación, cuando me levanté al día siguiente tenía un mensaje de él diciendo que se había quedado dormido, que lo sentía, y que lo que decía iba totalmente en serio. Que estaría muy guay, que seguro que lo pasaríamos genial porque había mucha conexión… Claro, yo ahí ya pensé que, posiblemente, me había expresado mal la primera vez, así que decidí elegir unas palabras más contundentes:
«A ver, Manolo, que no. No te montes cuentos, que estás casado».
Empezó entonces a disculparse, a decir que si me había malinterpretado porque era muy cariñosa, que si es que tenía problemas con su mujer… Claro, yo le dije que si tenían problemas, lo que debían hacer era hablar y no empezar, al menos por su parte, con canitas al aire. Me dijo que sí, que lo entendía… Vamos, que poco más y aparece de rodillas en mi casa.
Para no liarla, decidí dejarlo como un incidente aislado y no contar nada. Primero porque no había pasado nada, y segundo porque confiaba en que, de verdad, hablara con ella si tantos problemas tenían para solucionarlo.
Pasaron unos días en los que no hablamos nada, yo seguí con mis cosas, y una tarde me llega un mensaje de Manolo preguntando que cómo estaba la flor más bella de su jardín. Ya me chirrió tanto que cogí el móvil con desgana y le pregunté que si había hablado con Carolina. Me dijo que sí, que todo solucionado, pero que lo que le interesaba era saber cómo estaba yo, que si me echaba de menos, que si a ver cuándo quedábamos de nuevo… Yo, os juro, que estaba flipando. Así que, de nuevo, decidí cortar por lo sano antes de que continuara.
«A ver, Manolo, que no me interesas. Y no quiero meterme en medio de un matrimonio».
Pasa un rato sin contestar y, cuando lo hace, me quedo blanca de nuevo:
«No es en medio. Le he dicho que abramos la relación, así que puedo hacer lo que quiera».
Primera noticia. Aquí tengo que hacer un inciso y comentar que, en alguna ocasión, hablando de varios temas en general, Carolina había hablado sobre lo poco que le gustaban los modelos de parejas actuales. Que no entendía lo del poliamor, los matrimonios abiertos… Incluso que le chirriaba mucho que dos personas, con un hijo, vivieran juntos sin casarse. Vamos, que la muchacha es muy tradicional, así que… Manolo no me sacó el ojo con su nariz de Pinocho porque me escribía por WhatsApp.
«Me da igual. No es no».
Yo creo que más claro agua, vamos. La cosa es que hace unos días volvió a escribirme, otra vez, diciendo que quiere verme, que siente si me hizo sentir incómoda… Vamos, como la primera vez. Y yo ya me huelo que no es así, que es otra estrategia para volver a tirar ficha. Y yo no sé ni cómo decirle de nuevo que no para que lo entienda de una vez, ni si debo hablar con Carolina y contarle todo o sería meterme donde no me llaman —porque claro, yo de esto no he hablado con ella, ni ella me ha comentado nada de su han abierto la relación ni nada—, pero estoy ya un poco agotada mentalmente. Así que, agradezco cualquier consejo que me podáis dar, de verdad.