Suegradrama: dice que si él friega los platos se le caerá el pito

 

Desesperada, loca’l coño, hartísima, que me subo por las paredes, lo que queráis. Queridas, estoy viviendo una situación surrealista y propia de otras épocas. Qué digo de otras épocas, de otras eras, en cualquier momento aparece un mamut en el salón de casa, os lo digo. 

Llevo conviviendo con mi chico apenas un par de meses, pero en esa madre somos tres: el susodicho, la mamá protectora y yo. Cada día está en casa (pasaba por el barrio, hoy iba a ir donde mi hija pero he pensado en saludar, quería ver si estáis bien, echaba de menos a mi niño…). De acuerdo, muy válido todo, pero a veces me apetece estar en franela o en bragas por casa y que usted no aparezca. 

El caso: desde el principio tuve claro que las tareas de la casa son cosa de dos, que para algo trabajamos ambos y aquí hay que aportar. Lo expuse por si acaso, pero el mozo al principio hacía las tareas en silencio, como meditando sobre algo. Ay, queridas, sobre lo que meditaba el niño.

 

Lo averigüé el primer día que vino su madre a visitarnos «para ver cómo estábamos». En el fregadero había dos platos (dos, sí) del desayuno, cosa que dejamos sin fregar por las cosas de que cada uno en su hogar pone los tempos donde quiere y por pereza. Pero en cuanto su madre se sienta en el sofá (uno que queda enfrente de la cocina), va mi chico y, con una cara de tristeza absoluta, se pone a fregar. A mí me pareció bien, por supuesto, y no le di la menor importancia. 

A lo que todo esto, mi suegra arruga la nariz y me dice:

⸻ Y oye, ¿él limpia la casa?

A lo que yo, toda orgullosa, le digo que sí, que se le da bien, que nos repartimos todo y que por supuesto limpia y friega. Mi suegra roja. Mi novio que se espera en la cocina en silencio y yo preguntándome que por qué no sale si ya ha terminado. 

La mamá del retoño toma aire, y sin pararse a respirar, me suelta la bronca de mi vida, alzando la voz considerablemente, diciéndome que así no ha criado a su hijo, que su hija se encarga de todo y el marido no toca un plato (pues qué bien, señora), y, lo peor: que si su pequeño (¿qué pequeño? Los huevos más que negros los tiene) se pone a fregar platos, se le caerá el pito. Que así se lo ha dicho siempre y que él lo sabe.

Le miro en una mezcla entre incredulidad e indignación y asiente con la cabeza, con ojos de corderito degollado. Madre mía chicas, me pinchan y no sangro. Que no llego a haberlo vivido y no me lo creo, ya os lo digo. 

De la mala hostia que me entró, lo único que me salió decir era que su troncomóvil la estaba esperando, y me fui a casa de mis padres. 

Continuará.

 

Anónimo

 

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