Esta historia de terror, horror y asquito empieza hace unos años atrás, cuando conocí a un chico a través de Internet que me pareció la octava maravilla del mundo. Spoiler, no lo era, pero yo he venido aquí a hablar de mi libro ⸻digo de su familia. Concretamente, de su padre.

La verdad es que desde el principio nos llevamos bien. Muy bien, de hecho. Fue cariñoso, atento y considerado, solía acariciarme el brazo a menudo y a elogiar mis peinados o conjuntos. Pensé que me veía como a una hija, o la hija que nunca tuvo, si bien es cierto, que se comportó así desde el primer día.

Le veía mirarme con ojos vidriosos, pero pensé que era la ilusión por verme con su hijo. ¿Qué otra cosa podía pensar?

El problema surgió cuando empecé a pasar cada vez más tiempo en el hogar familiar (el retoño vivía con sus padres, de modo que les veía a menudo). Sus primeros abrazos y palabras cada vez más amables no las tomé como algo malo, a pesar de que sí me chocara su actitud, pensé que era un hombre cariñoso que esperaba que mi relación prosperase.

Un día recibí un Whatsapp: «Tenemos que hablar». Amigas, esa siempre es mala frase, te la diga tu pareja, una amistad… o tu suegro.

Le pregunté que qué ocurría (inmediatamente pensé en mi ex, en que estaba enfermo, semi-muerto o muerto del todo, secuestrado por los ovnis o la mafia), pero no, debía hablarme de algo que aún no podía desvelar y que, por favor, quedáramos para tomar un café. Quería quedar a solas conmigo, ergo eran malas noticias: su hijo me era infiel y quería decírmelo, me quería dejar y el retoño no se atrevía a confesármelo, se mudaban todos juntos a lo Crepúsculo… yo qué sé, pero pensé que nos citábamos para hablar de mi entonces novio. Anda, pues no, fíjate. 

Repiqueteando los dedos sobre la mesa y la cabeza gacha, me confesó entre dientes la terrible verdad: yo le atraía, le atraía mucho, y no sabía cómo hacerlo ya que él estaba casado y teníamos gran diferencia de edad. Os digo que se me heló la sangre del susto y no me quedo corta, yo creo que empecé a echar vaho como cuando atraviesas fantasmas.

Perdone señoro, pero el problema no era la edad, era su mujer, su hijo, mi persona, y tantas cosas mal en esa ecuación que no podía empezar a enumerar. Noté cómo el café empezó a revolverse en mi estómago de puro malestar, de modo que me excusé con que tenía que irme y no le di respuesta alguna.

El hijo y yo cortamos poco después y nunca llegué a decírselo, pero siempre me sentí mal por su esposa, la cual adoraba a los hombres de su casa como si fueran lo mejor del nuevo. Otra vez, spoiler: ninguno lo era.

ANÓNIMO

envía tus movidas a [email protected]