A mi novio y a mí nos gustaba jugar al pádel desde antes de conocernos. De hecho era una de las cosas que más me apetecía hacer con él cuando empezamos a quedar. Y acabó convirtiéndose en algo importante para nosotros como pareja.

Mi nivel de pádel depende del partido, pero tirando a medio, y a veces bajo. Y es que no soy nada competitiva y me hundo cuando la suerte no me acompaña o fallo en cosas que normalmente me salen. Pero para mí lo más importante es divertirme y echar un buen rato. De hecho creo que ese es otro de los problemas: que no me lo tomo en serio. Me paso todo el partido riendo, y haciendo bromas con mi pareja. Sorprendentemente no nos peleamos nunca, principalmente porque él es paciente y aguanta toda la caña que le doy. Pero también es porque flirteamos mucho durante el juego, ¡aunque así no hay quien se concentre!

Solíamos jugar al menos una vez a la semana, pero durante un tiempo en el que estuve fastidiada con la muñeca dejamos de practicar. Mi pareja decidió que mientras tanto saldría a correr algunas tardes, para no perder la forma. Yo tenía muchas ganas de volver y, aunque iba con miedo, montamos un encuentro con una pareja nueva en cuanto estuve preparada.

Los primeros minutos de juego fueron tensos, pero después me relajé y echamos un buen partido. ¡Tan bueno que ganamos! Y no fue gracias a mí… Es que mi chico se salió esa tarde. Era asombroso, llegaba a todo, se agachaba como nunca, sus saques eran dificilísimos de parar… ¡Alucinante! Además estaba especialmente gracioso y amable con la pareja contraria. Me flipó verle así, y por supuesto me puso muchísimo. Él decía simplemente que había tenido un buen día.

Las siguientes dos semanas no pudimos jugar, ya que a él siempre se le complicaba la tarde en el trabajo. Pero por fin encontramos el día para volver a las pistas. Yo, de nuevo, torpe y estancada, aunque seguía disfrutando de ese ratito con mi pareja. Él, de nuevo, un crack. ¡Otro buen día! Pensé… pero también mi cabeza llena de inseguridades empezó a darle vueltas a un tema que no era capaz de ni de nombrar. Porque lo que no se nombra, no existe.

Hice todo lo posible por organizar otro partido pronto, y lo conseguí, con la misma pareja que conocimos un partido atrás. Al llegar a las pistas nuevas, me llamó la atención un cartel publicitario enorme. “DIVÓRCIATE”, ponía. Era de un despacho de abogados, y pensé que tristemente era un lugar en el que seguro que conseguían muchísimos clientes. Siempre había escuchado sobre las infidelidades que se cometen en el pádel y conocía alguna pareja rota por culpa de este deporte.

Yo iba muy motivada, pero ese cartel me devolvió los pensamientos que había querido apartar de mi mente. No daba una, y mi pareja, sin embargo, estaba en un nivel muy superior. Ese perfeccionamiento solo podía deberse a una cosa: había estado jugando sin mí. Pero, ¿cuándo, ¿dónde?, y lo más importante: ¿con quién? Empecé a atar cabos: sus ausencias, sus largas jornadas de trabajo, el buen rollo con la chica contra la que estábamos jugando… El cartel publicitario era una clara señal del destino que me estaba diciendo “¡date cuenta!”

Perdimos, por supuesto que ese partido lo perdimos. Mis pensamientos ya se habían desbocado por completo y al finalizar le pregunté claramente si me había estado engañando. Su cara al responderme era un poema. No pudo disimular lo evidente, llevaba un tiempo jugando muchísimo mejor. Él lo sabía y yo lo sabía. Así que finalmente me lo confesó: había estado practicando sin mí. 

 

No me lo podía creer. Al principio me sentó regular, como cuando tu pareja avanza por su cuenta en la serie que estáis viendo supuestamente juntos. ¡Eso es casi peor que una infidelidad carnal! Después lo entendí un poco, aunque no debería haberlo ocultado. Yo estaba de bajón por no poder jugar, él necesitaba mejorar porque conmigo no avanzaba, así que aprovechó mi parada temporal para darle un poquito de caña.

No quiso decirme nada para no herirme. ¡Pero si yo ya sé que soy un lastre a veces! No me ofende. Finalmente quedamos en seguir jugando juntos para disfrutar, pero también dimos el gran paso de abrir nuestra relación. Desde entonces, tanto él como yo, practicamos de vez en cuando pádel con parejas de nuestro nivel, sin engaños y sin celos.

AROH