Cuando Mari tenía 16 años me pidió que la acompañara a la farmacia. Por su cara de pánico y el temblor de sus manos supe que no íbamos a por aspirinas. Aquel test de embarazo positivo fue lo peor que le podría haber pasado en ese momento. Su novio la había dejado hacía dos días y su padre la había castigado por las notas. Ahora debía decirles que estaba embarazada. A ambos.

Empezó por su novio, para conseguir un aliado que le ayudase con su familia. Él le dijo que era una guarra, que él se había corrido fuera, que seguro que era de otro. A ella le había dicho que se había puesto condón, pero no. Fui yo quien la acompañó a su casa a contárselo a sus padres. No recuerdo ver a una familia tan destrozada en toda mi vida. Para nuestra sorpresa, fueron bastante comprensivos y solamente se disgustaron, pero no le gritaron como ella había predicho. Cuando les contó lo que aquel imbécil le había dicho, su padre no dudó en llamar a casa del muchacho. Se presentó como el padre de Mari, ex novia de su hijo y abogado de renombre, dispuesto a hundirles la vida a su hijo y a ellos si no colaboraban. Ante aquella premisa, los padres del muchacho accedieron a cubrir los gastos de la interrupción del embarazo y, a mayores, le enviaron una compensación económica, como si el dolor físico y emocional que estaba a punto de sufrir pudiera comprarse con dinero.

No me dejaron estar con ella ese día. Desapareció casi dos semanas. Yo la llamaba al fijo, pero su madre me decía que tenía gripe, que ya me llamaría.

Apareció en el instituto dos días después de que su exnovio recogiese sus cosas y se fuera de la ciudad. Sus padres lo habían enviado a trabajar fuera. Parecía otra persona. Estaba seria, pero se veía que le podían las ganas de superar aquello.

Durante la carrera nos distanciamos un poco, pero al cumplir los 20 me llamó llorando. Había vuelto a ocurrir. No me dijo más.

Yo corrí calle arriba hacia su casa. Me la encontré en la cama de su casa. Sus padres la sostenían y me invitaban a pasar. Ese día habían ido al médico. Tres semanas antes, en una fiesta de su facultad, alguien había echado algo en su bebida, había despertado sin ropa interior en el parking de un almacén abandonado. La píldora del día después había fallado. Hoy sabía que llevaba dentro el producto de una violación.

Esa vez sí pude acompañarla. Lloraba tanto que los de la clínica creían que dudaba. No eran dudas de aquello, no podría sostener aquella vida a su lado, era el dolor más absoluto de quien ha perdido un aparte de un alma.

Todavía bajo los efectos de la medicación, me contaba cómo imaginaba a aquellos bebés que no habían nacido… Fue un discurso tétrico, doloroso para ambas y que prefiero no reproducir. Aquello volvió a unirnos y nunca más me aparté de su lado.

Hace dos meses, en su 30 cumpleaños, anunció su embarazo. Algún despistado hablaba de cómo era “el primer embarazo”. Ella me miraba con pena cuando escuchaba la desafortunada expresión. No quiso contarlo hasta que estuvo bastante avanzado porque vivía con pánico de que el universo la castigase por los embarazos anteriores arrebatándole este.

Pero no fue así. Hoy en día tengo un ahijado precioso de 3 añitos que ama a sus papás tanto como ellos a él. Mari sigue yendo a terapia, pues aquello que tuvo que hacer, aquello que tantos critican porque creen que es propio de mujeres despiadadas y que  lo hacen entre risas maléficas, es en realidad un proceso bastante traumático que conlleva unas repercusiones de las que la gente no es muy consciente.

Hoy en día lleva una vida plena y yo me siento muy orgullosa de ella y de su fuerza interior.

 

Escrito por Luna Purple, basado en la historia de una seguidora.
 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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