Las reuniones eran una pelea de gallos. Un despropósito. Parecía el plató de Sálvame Deluxe un viernes por la noche. Imponían y amenazaban a partes iguales. Se lanzaban mierda unos a otros, con los novios en el centro de la escena. Me dedico a organizar bodas y, este pasado año 2022, unos clientes cancelaron su boda por hartazgo, aburrimiento; pero, sobre todo, por la actitud egoísta de sus padres. 

Siempre presente en las citas

Los cuatro, suegros de un lado y del otro de la familia, acompañaron a los novios desde la primera reunión. Las opiniones que vertían dejaban entrever el tipo de personas que eran: “Me gusta”, “Necesito”, “No quiero”. Todo en singular, sin incluir en el proceso de decisión a la pareja protagonista. Aunque los novios se sentaban justo frente a mi escritorio, era a los que menos escuchaba. Desde la segunda fila llegaban las exigencias. Si en algún momento, el novio o la novia tenían algo que decir, se cancelaba su comentario con frases del tipo “¡Vaya tontería!”, “Tú déjame a mí”, “No sabes lo que dices”. 

Pedir y pedir, pero no pagar

Cuando les envié el menú por e-mail, The Suegrxs Team me pidieron que los pusiera en copia. No me contestaron los novios, sino las suegras. Cada una pedía un menú diferente que propuse probar en una degustación para ayudar a la pareja con la decisión. Un altercado laboral impidió que la novia pudiese asistir a la degustación, así que se quedó solo su prometido con los cuatro m(p)adres. No se pronunció en toda la comida; en cambio, el show de las madres fue vergonzoso. Se peleaban como dos marujas por el último rollo de papel higiénico en pleno confinamiento por la pandemia. 

No sé ni cómo, se pusieron de acuerdo y escogieron el menú más caro del que disponemos. Quizá el precio fue lo que les ayudó a decidir, ya que ellas no pagaban. Los novios se sentaron conmigo a trabajar la posibilidad de reducir costes, pero con la materia prima seleccionada era imposible. Al transmitirle el mensaje a sus padres, se pusieron hechos unos basiliscos: “Para servir arroz blanco, no te cases”, “Sabía que eráis cutres, pero no pensaba que tanto”, “Voy a quedar en ridículo con mis amistades”. 

Y hablando de amistades, los novios tenían en mente hacer una boda de 100 invitados; pero la sorpresa llegó cuando tanto unos como otros se dedicaron a invitar a todo el mundo y cuando llegó el momento de las confirmaciones había un total de 250 comensales. 

El día que explotaron

La discusión que colmó el vaso de mis clientes giró en torno a la entrega del ramo por parte de la novia. Ella quería hacer una lanzada tradicional, reuniendo a sus primas y amigas solteras. Su madre y su suegra no. Las dos se peleaban por el ramo de la novia: “Es mi hija, debería ser mío”, decía la madre; “Soy la madrina, es mi recuerdo”, contestaba la suegra. Después, entre ambas, discutían que si también haría falta un ramo para la abuela, para una tía que está super mayor… Con la tontería, reclamaban una floristería. 

Con la de broncas previas (y graves) que habían acontecido hasta ese día, fueron las flores las que colmaron la paciencia de la novia. Las mandó a la mierda como lugar más cercano, respaldada por su novio que también saltó a apagar el incendio de la disputa entre consuegras. 

Cancelaron. 

Mis clientes se dieron cuenta de que nada tenía sentido, de que aquello no valía la pena. Vivían juntos, tenían planes de familia y consideraron la boda un desgaste de tiempo, salud y dinero. Perdieron la entrega a cuenta, cedieron la fecha a otra pareja y continuaron con su vida…, lejos de suegros y suegras. 

Anónimo