Soy una mujer felizmente casada y una madre abnegada que adora a sus hijos.

Rectifico: los demás creen que soy una mujer felizmente casada y una madre que adora a sus hijos.

Lo que en realidad soy es una mujer de cuarenta y tantos, que sí adora a sus hijos, pero que está estancada en un matrimonio tan ahogado por la rutina y el aburrimiento, que recurre mucho más de lo que quisiera admitir a la antigua correspondencia X con su anterior pareja.

¿Te pica la curiosidad?

Continúa leyendo y te cuento por qué sigo guardando los mensajes guarros de mi ex.

Primero te pongo en contexto.

Mi marido era un chico genial. Guapo, divertido, atento y, sobre todo, muy buena gente. Me enamoré de él en cuestión de minutos.

Seguía loca por sus huesos cuando nos casamos y, aunque él nunca había sido excesivamente fogoso y la proactiva y siempre preparada de la pareja era yo, debo decir que respondía enseguida a mis provocaciones.

Hasta que me quedé embarazada.

A mí me daba miedo hacerlo durante el embarazo, a él no le supuso ningún problema esperar.

Después me tomé un largo período de recuperación, que a él no pareció afectarle.

 

Y nuestra vida sexual jamás se volvió a recuperar.

Murió.

 

Mi marido es un buen padre y, en esencia, una buena persona, pero ahora mismo, en lo que a mí se refiere, es más un compañero de piso que una pareja.

Qué triste, ¿verdad?

Pero es que si vives con una persona con la que compartes las tareas y los gastos, aunque tienes la misma intimidad que con el cajero del supermercado, pues… eso. Compañeros de piso.

De verdad que yo lo he dado todo de mi parte para volver a ser los de antes. Simplemente creo que le pongo lo mismo que una factura del gas.

Hasta hace un tiempo yo aún lo intentaba y la mayoría de las veces me daba de bruces con un ‘estoy cansado’, ‘ahora no’ y demás sucedáneos.

Empecé a pasar y fui consciente de que, para mi marido, como mujer u objeto de deseo, no existo.

Soy su compañera, la madre de sus hijos. Chimpún.

Para todo lo demás: Soy invisible.

Es por todo lo anterior que un día se me iluminó la bombillita y busqué en el baúl de los recuerdos, en la memoria de dos móviles y en una de cuenta de correo que ya no uso, los mensajes subidos de tono que intercambiaba con mi ex.

Foto de Andrea Piacquadio en Pexels

Y ahora recurro a ellos con frecuencia porque mi vagina y yo necesitamos recordar que existimos, que estamos vivas y que es bonito sentirse deseada.

 Los leo y me regodeo en aquella dulce y excitante sensación.

En saber que si yo le decía ven, él lo dejaba todo. Y viceversa.

Joder, ya lo sé. Es como si en mis ensoñaciones me trasladase a un capítulo cutre de Sexo/Vida y diera rienda suelta a mi calenturienta imaginación.

Me siento patética. Y al mismo tiempo muero de ganas de volver a ellos y seguir soñando.

Porque por un ratito vuelvo a sentirme una mujer deseable y satisfecha.

Y eso es algo a lo que me cuesta horrores renunciar.

 

Anónimo

 

 

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