Drama cana.

 

Tengo canas. ¡Sí! Tengo canas. 

Y no solo eso, voy a tener más. 

Y más aún, no pienso tapármelas. 

Pero eso es algo que cuando eres una más del rebaño, viviendo en un barrio clásico y teniendo un trabajo normal, no está bien visto. 

Si fuera Salma Hayek o la mismísima reina Leticia, sería un verdadero signo de empoderamiento. 

Una forma de rebelarme contra los estándares sociales y de dejar de perpetuar la eterna y omnipotente industria de la moda y la estética. 

Pero no en mí. En mí es dejadez. En mí es vejez. En mí es signo de que me despreocupo de mi imagen. De que no me dedico tiempo. O hasta de que no tengo dinero para corregir semejante disparate. 

Desde que apareció el primer hilillo blanco en lo alto de mi cabeza no ha faltado gente dispuesta a comunicármelo, no vaya a ser que algún tipo de cataclismo haya destruido cada espejo de mi casa o de cualquier lugar donde yo pueda mirarme y no me haya dado cuenta de semejante cosa. 

Si voy a la peluquería, ¡zas! Pregunta de rigor: ¿tapamos estas canitas?

En el trabajo, ¡Zas! ¿No vas a teñirte?

En la puerta del colegio, sin miramientos, ¡zas! ¡Se te van notando los años! ¿Eh?

 

Y tú te quedas ahí, reprimiendo unas ganas enormes de dejar claro que en el coño no van a salirte porque lo llevas más pelado que la entrepierna de una Barbie, sonriendo y relatando mentalmente cada detalle ajeno que tú criticarías. Pero que te callas, mitad por educación, mitad porque te suda completamente tu papito pelado como vaya la gente, como se pinte, lo que se ponga o si tiene canas o las deja de tener.

¿Por qué todo el mundo siente la necesidad de decirte las cosas de ti que no les gustan? ¿Por qué todo el mundo da por hecho que tus córneas no son funcionales y no ves todas esas cosas? ¿Cuándo aprenderemos a callarnos y dejar que cada cual vaya, actúe y se vista como le dé la gana? ¿Acaso mis canas te hacen daño reina? ¿Acaso piensas que voy a pegártelas? No lo entiendo, de verdad. 

Yo, incluso, en más de una ocasión, he dejado clara mi intención de dejar que mi pelo siga su ritmo natural y dejarlo blanco por completo, pero ahí sí que sí, acabo abriendo la caja de pandora de las críticas y recibiendo una tras otra las opiniones, (que nunca jamás pedí, vaya por delante) de lo vieja que voy a verme, lo dejada, lo rara, fea o demás lindezas.

 

Inés Rodríguez