Tengo el culo carpeta y cero complejos.
Tampoco tengo mucha teta, no me las ves si miras de lejos.
De chavalita soñaba con tener el vientre plano.
Ahora que soy mayorcita, me agarro las lorzas a dos manos.
Mis piernas no son largas ni firmes ni torneadas.
Son más bien fofuchas y un poco arqueadas.
Pensarás, bueno, seguro que al menos tiene un pelazo.
Jaja, tampoco. Pero ¿sabes qué tengo? Que me molo mazo.
No, en serio, volviendo a mi culo, lo quiero un montón.
Y eso que no es para nada un delicioso melocotón.
Es plano, discreto y comedido.
En pantalones de dos tallas menos lo he metido.
Lo amo porque es el mío y porque cumple su función.
Me puedo sentar en cualquier lado, ya sea una silla, una barandilla o un simple tocón.
Hablando de tocones, en ese sentido es muy agradecido.
Si me lo acaricias justo ahí, tienes medio orgasmo conseguido.
Recuerdo muy bien la primera vez que se metieron con mi culo.
Yo no entendía qué le pasaba, a mí me parecía bien chulo.
Me llamaron nadadora, ya sabes, nada por delante, nada por detrás.
No me gustó el chiste, pero, mira, sí me gustaba nadar.
Por culpa de un gilipichis ese verano no fui a la playa ni a la piscina.
De hecho, tardé años en volver a verme divina.
Pero lo conseguí, me acepté y aprendí a quererme por dentro y por fuera.
Hoy puedo decir, orgullosa, que no voy a volver a ser la niña herida que era.
Porque soy mucho más que un montón de carne y de huesos.
Soy experiencias, personalidad, carácter, amor y besos.
Tengo tanto en esta vida, que no puedo hacer más que celebrar y reír.
Ninguna apreciación sobre mi físico o mi aspecto va a hacerme sufrir.
A la mierda aquel chico, sus insultos y cualquier comentario de esos.
Tengo el culo carpeta y cero complejos.