Uno de los mejores amigos de mi novio se marchó al extranjero en los tiempos de la crisis. Conoció a una chica, se fueron a vivir juntos, cambiaron de país y, en definitiva, se embarcaron en proyectos personales y profesionales juntos durante más de seis años.

Pero él era muy de su pueblo, de su familia y de sus amigos. Siempre contempló la vuelta a su sitio de siempre, pero ella, pese a sus intentos, no se adaptó. Se mudaron a Madrid, su ciudad. Él comenzó con escapadas continuas a la que consideraba su casa, casi siempre solo, y terminó forzando el teletrabajo para tener aún más libertad de movimiento.

La relación tenía tan difícil pronóstico que lo valiente y lo correcto hubiera sido ponerle fin. Pero, en alguna de aquellas escapadas, el se enredó con una chica del pueblo y comenzaron una relación a distancia y a ratos durante varios años. Todo su entorno sabía que tenía una novia titular en la gran ciudad y una suplente para cuando decidiera dar el paso de volver definitivamente. Lo curioso es que, en un giro de acontecimientos, fue su novia oficial la que lo terminó dejando porque se cansó de la relación.

Con la novia del pueblo, ya convertida en la titular única, he convivido en varios eventos. Ella, alma cándida, se ha moldeado su propia versión de los hechos. Tal y como lo ve, nunca ha sido “la otra”. Ella ha sido siempre aquella con la que su novio quería estar de verdad, pero su ex lo tenía retenido prácticamente contra su voluntad. Él, y por extensión ella, eran las auténticas víctimas.

Por surrealista que pueda parecer esta narrativa que ella se ha montado, da sus propios argumentos para reforzarla. Uno de ellos es que era imposible que ella no supiera que tenía otra novia, que esas cosas no se pueden ocultar en tiempos de redes sociales. Lo sabía, pero forzó la relación para impedir que él la abandonara. No conocéis la historia ni a las personas implicadas, pero ya os digo yo que ni de reputísima coña fue así.

No saber

Hay personas que hacen auténtica ingeniería para engañar a sus parejas, desde las mentiras de siempre a los perfiles falsos o el contenido protegido. Pero hay algo que explica por qué nos la siguen “colando”, a hombres y a mujeres con parejas hombres o mujeres: la confianza.

Sigue siendo un valor fundamental en cualquier relación, aunque cueste tan cara a día de hoy. Y me niego a pensar que confiar en una pareja signifique ser ingenuo/a, como si fuera el nuevo “de bueno/a que es, es tonto/a”.

Los cuernos te dejan emocionalmente hundida, pero no se pueden atribuir a un exceso de confianza. Hay que desprenderse de la culpa intrusiva por no haber estado más atenta, si es que aparece, o no haber prestado atención a las señales. Una relación debe generar bienestar y tranquilidad, no ser el epicentro de un trabajo de investigación continuo y exhaustivo. ¡Qué sinvivir!

Saber e ignorar

También conozco unos cuantos casos en los que ellas/as saben, pero viven con ello. La mayoría son de matrimonios que pasan los 60 años, y las “engañadas” son ellas. Son como relaciones abiertas unilaterales y no oficiales, y ellas continúan por lo de siempre: porque no conocen otra vida más allá de sus maridos, porque no tienen ingresos con los que sobrevivir o, incluso, porque la amante les genera indirectamente descanso y tranquilidad. Les libran de cumplir con ciertas “tareas de esposa”, según sus tiempos.

En la historia que os cuento, no había ningún motivo como ese, ni conformismo, ni deseos de forzar una relación para no renunciar a los convencionalismos. Había confianza. Se terminó porque, en algún momento, ella se dio cuenta de que podía aspirar a algo más, y no lo digo por lapidar al infiel. Lo digo porque ella era mejor, objetivamente: más inteligente, más atractiva y más trabajadora que él, entre otras cualidades. Salió ganando.

Hombre ligando a espaldas de su novia.

En cuanto al amigo de mi chico, ya digo que convirtió a la amante en su única novia oficial. Como ya llevaban tiempo juntos, no esperó más de unos cuantos meses para pedirle matrimonio, ella aceptó y se casaron. Se vivieron situaciones cómicas, porque, cuando él anunciaba su boda a conocidos/as fuera de su círculo íntimo, solían responder algo como “¿Ah, sí? Qué bien, ¿no? ¿Y te casas en Madrid o aquí?”, pensando que seguía con la primera.

Así que no, no nos la cuelan ni en tiempos de redes sociales. Confiamos porque es lo que toca en una relación. O tragamos porque compensa, algo cada vez menos habitual a medida que ganamos independencia. En esos casos, el tonto es el que pone los cuernos, sin duda.

Anónimo