Terapia, me siento bien, ¿ya puedo abandonarte?
Creo que todavía existe la idea de que si decidimos ir a terapia es porque estamos realmente mal, rotas, inestables.
Pero no es así. No todo tiene que verse negro para tomar la decisión de acudir a profesionales de la salud mental.
Cuando tomamos consciencia de que algo no va bien, que nos sentimos mal con diferentes aspectos de nuestras vidas, dar ese paso es todo un acto de valentía y de autocuidado.
Ahora, ¿qué pasa si en poco tiempo me encuentro mejor? ¿qué hago si no tengo claro el objetivo que busco? ¿Cómo se si es momento de dejar las sesiones?.
A veces ocurre que los primeros encuentros resultan muy enriquecedores porque una va, se sienta ahí sin saber por dónde empezar y como quien no quiere la cosa en cuestión de minutos se encuentra vomitando todo, con una fluidez que hace que las agujas del reloj vuelen y la hora llegue a su fin.
Y ahí, luego de irnos, dejamos a quien nos escucha con hojas y hojas de anotaciones que tocan todos los temas habidos y por haber, y todos a medias tintas.
Una se va con el rostro enrojecido pero con la agradable sensación de haberse quitado una mochila muy cargada de encima.
Pasan los días y todo parece ir mejor, fluye con más calma, se observa desde otra perspectiva. Hasta que ocurre algo que no podemos manejar y volvemos a los mismos problemas y dudamos. ¿Será entonces el momento de dejarla?
La idea de abandonar las sesiones queda en stand by.
Cuando se aproxima un nuevo encuentro te das cuenta que no tienes nada que contar muy relevante como para el análisis.
Es en ese momento en el que también piensas por qué estas ahí, haciendo uso de unos privilegios porque sabes que no todo el mundo puede acceder a ese sofá en el que estás sentada. No te gusta esa idea.
Pero en el fondo empiezas a comprender que en ese ir y venir algo se está moviendo aunque no lo notes. Aunque creas que aquella vez no te aportó nada nuevo y todo lo comentado no fueron más que obviedades y clichés.
Y vuelves a ir y sientes lo mismo. Y así continúas reproduciendo el círculo y ya no sabes qué hacer.
Quieres respetar la opinión de tu psicólogo/a pero también quieres tener tu autonomía para decidir cuando llega el fin o la pausa.
De algún modo empiezas a visualizar que ese cortar el cordón no será fácil. Piensas que, como con tantas cosas en la vida, quizás nunca habrá un momento ideal.