El sexo es divertido, placentero… y también hace pasar muy malos ratos. Porque desnudarse no es solo quitarse la ropa delante del otro (o los/as otros/as), sino abrazar el momento de intimidad y quedar por completo expuestos. Y, a veces, suceden cosas impredecibles que convierten en muy cómicas situaciones que pretendían ser muy XXX.

A mí también me follaron llevando tampón

No terminé en Urgencias como la chica de este post, pero sí, también me follaron con un tampón. De los pequeños, de los que se usan cuando queda poca regla y ni te acuerdas que llevas. Que, por otra parte, gracias, buen hombre, por conseguir que me percatara antes de terminar con algo peor.

Acabábamos de llegar a la habitación del hotel, en medio de un viaje de trabajo al que pude acompañarlo. Traíamos la libido en su punto álgido y, tras un toqueteo rico, me penetró. Me penetró, terminó y se fue al baño a limpiarse, mientras yo me quedo pensando que algo no va bien.

“Que no cunda el pánico”, me digo.

No me hice el mínimo caso, porque me fui a buscarlo al baño para gritar, nerviosa, que estaba casi convencida de que llevaba un tampón puesto. Y que así lo habíamos hecho.

Él era un tipo tranquilo y calculador, así que no se dejó llevar por mi histeria. Me tumbé en la cama para que el hurgara en mis adentros, pero con una finalidad muy diferente a la de minutos antes. Y hurgó con precisión de ginecólogo, aunque no lo era, hasta que logró extraer al polizón.

Animación para el cunnilingus

Ahora me parece impensable follar en un coche. Por favor, ¡qué incomodidad, qué frío (o calor) y qué ordinariez! Muy calentorra tendría que estar para verme en esas, después de una década de relación estable. Pero, en mis ventitantos, como en los de tanta otra gente, era lo que había.

Una bonita noche de primavera, se nos ocurre ir a pelar la pava a un camino rural de los alrededores de mi ciudad. La verdad es que podríamos haber escogido un lugar menos transitado, pero aquella vía era bastante ancha y no era tan tarde.

Yo oí un coche llegar, lo confieso, pero estaba ensimismada en mi ida al éxtasis y decidí pasar del tema. Hasta que el coche redujo la marcha al pasar a nuestro lado y sus ocupantes comenzaron a gritar: “¡Ehhh!”.

Imaginé la imagen que se debieron llevar, de mi cara de sexo apoyada contra la puerta y una cabeza saliéndome del coño. Por suerte, no quedó documento gráfico.

Tu prepucio en mi aparato dental

Presumo de pericia en las felaciones, sí lo digo. Ahí que me pongo, con todo mi afán, preguntándole si le gusta y adaptándome a lo que quiere. En la postura clásica, en la que él está tumbado, controlo bien. En otras… no tanto.

Aquel día fue una de las primeras en las que me propuso follarme la boca, que no es lo mismo que chuparla: yo de espaldas contra el cabecero, él de rodillas, con la polla a la altura de mi boquita y dando sus golpecitos de cadera de rigor.

Pero no había tanta técnica como ahora y, encima, yo llevaba aparato dental. Así que, en una de estas en las que se va a reincorporar, se echa para atrás y se deja un trozo de pellejo enredado en un bracket. Sangró y todo, el pobre. Y no lloró por vergüenza.

El envoltorio de condón… en la cama de mis padres

Insisto en que me fui volviendo perezosa para follar en el coche. Una amiga dice que a ella le encanta que le falte espacio, porque así parece que tiene más carne para sí. No es mi caso. A mí en cama, por favor. Y, si es king size, mejor.

En los inicios de la relación, lejos aún de independizarnos, mi pareja y yo aprovechábamos cualquier ocasión en la que sus padres o los míos no estuvieran en sus respectivas casas, para así deslizarnos a darnos amor. Él nunca ha querido profanar la cama de sus padres, que debe parecerle una especie de santuario. Yo sí.

Mi madre llegó a casa desde el trabajo uno de esos días de profanación… y encontró en la cama el envoltorio del condón. Automáticamente, le echó la culpa a mi hermano, que también había estado fuera toda la mañana. Fue a pedirle explicaciones directas sin una pizca de duda de que el culpable era él, pero los gestos nos delataron: él confuso, y yo roja como un tomate.

Me preguntó cómo era posible que anduviera acostándome con un novio con el que llevaba un mes o dos (con 24 tacos que teníamos ya) y, que, encima, se tuviera que encontrar un envoltorio de condón en su cama.

Bueno, pues por lo menos los uso -fue mi respuesta.

 A medida que he ido recopilando momentos como estos, siempre me ha quedado un consuelo: puede ser peor. De hecho, probablemente será peor.

 

A.A