En Tinder también puedes encontrar buenas historias. Sí, es verdad que yo no he tenido, en general, buenas experiencias. Y no, no he encontrado a alguien con quien compartir un camino por desgracia. Pero, de entre todas las malas experiencias, debo decir que ha habido una que, para mi sorpresa, fue genial.

Gabriel apareció, como tantos otros, un día que navegaba aburrida por Tinder. Un chico atractivo, al que le gustaban los libros, el arte y viajar. Enseguida me llamó la atención y deslicé para ver si, por casualidad, en algún momento hacíamos match. Y, para mi sorpresa, ¡lo hicimos! Así que, como había sido yo la que lo había hecho, fui la que se lanzó a saludarle y comenzar una conversación.

Resultó ser un chico culto, dulce y muy amable. Un poco serio al principio, pero lo achaqué a esa pequeña tensión de no saber con qué diablos te vas a encontrar al otro lado de la pantalla. La conversación fluía muy bien, sobre todo cuando hablábamos de arte. Aunque a mí me flipa el mundo de los videojuegos, he sido muy fan del manga y demás, yo he estudiado Historia del arte, así que imaginad cuando coincido con alguien a quien le gusta. La verdad es que era encantador y pronto pasamos a WhatsApp. Y no, no me mandó fotopene. ¡Madre mía, uno que no lo hacía!

Total, todo muy bien, me dijo que era de Madrid pero que estaba viviendo fuera por trabajo desde hacía unos meses, que se había asentado allí. Una pena, pero eso no fue un impedimento para seguir hablando. De hecho, hablábamos de manera asidua, aunque no a diario. Si alguno encontraba algo que le podía interesar al otro, se lo enviaba y hablábamos un rato.

 

Entonces llegó el día en el que me comentó que iba a venir unos poquitos días a Madrid, que tenía que hacer unas cosas y ver a unos amigos, pero que le gustaría sacar un rato para vernos. Yo me apunté enseguida y no tardamos ni diez minutos en concretar la cita que, por supuesto, iba a tener un componente culto. Él no había visto la nueva obra del museo arqueológico, yo tampoco —que ya me vale, viviendo en Madrid—, así que como vimos que ya lo habían abierto del todo tras el tiempo que estuvo medio cerrado durante la época de pandemia, decidimos ir.

Quedamos en Colón, frente a la puerta del Museo de cera —sí, ese que da tanto miedo—, y el encuentro fue… buah, como ver a un viejo amigo. Nos dimos dos besos, olía súper bien, a colonia de hombre, pero no de esas muy intensas. Ya hacía algo de frío, así que llevaba unos pantalones de pinza y una gabardina de esas que llegan como por la rodilla y que le sentaba super bien. Me ofreció el brazo, yo me agarré encantada, y comenzamos a caminar para ir hacia el museo.

La visita fue increíble. Y no solo porque la obra del museo es espectacular y ha quedado precioso, sino por el feeling que había entre los dos. Nos reímos, me daba de vez en cuando pellizcos en el costado, yo hacía lo mismo en su brazo… Y cuando nos quisimos dar cuenta, nos estábamos besando entre risas. Sí, fue todo tan natural que hasta aún me sorprende.

Después de aquello decidimos tomar algo en un bar cercano y todo siguió el mismo ritmo. Bromas, que si un pellizco, que si ahora te muerdo el cuello, que si un beso más intenso… Yo soy una chica a la que le gusta llevar las cosas con calma, pero os juro que me estaba volviendo loca. Así que cuando me propuso ir a tomar algo al hotel donde estaba, le dije que sí sin dudarlo.

¡Y menos mal que lo hice! ¿Sabéis Hulk, que pasa de ser un hombre tranquilo, inteligente y algo cobarde, a ser un auténtico huracán? Bueno, pues algo parecido. El chico dulce y culto, resultó ser un torbellino en la cama. Sabía lo que se hacía, tenía un puntito algo dominante que me puso como loca, y encima era de los que te susurran al oído, de los que utilizan todos los sentidos para volverte loca y llevarte a lo más alto.

No sé cuántos orgasmos tuve, pero cuando acabamos me costó hasta recuperar la respiración y todo. Me dijo que, si quería, podía quedarme allí a dormir con él, pero como al día siguiente por la mañana yo tenía un compromiso, muy a mi pesar me tuve que despedir. Eso sí, quedamos para tomar algo más antes de que se fuera y despedirnos en la estación.

A día de hoy él tiene novia y está feliz. Seguimos hablando porque nos hicimos, sobre todo, buenos amigos. Y me alegra un montón que haya encontrado a alguien que le saque sonrisas. Así que, bueno, no todas las historias de Tinder son malas.