Mi “no-cita”: cine sin palomitas y pota de recuerdo

Nunca he sido mucho de apps de citas porque la mayoría de la gente que conozco que las ha usado suele tener experiencias muy reguleras, pero un día me lancé y, al poco de abrírmela me encontré con el perfil de un conocido. 

Era un chico que vivía a dos bloques del mío y con el que había coincidido en alguna que otra quedada porque teníamos amigos en común. Como era mono y me había caído bien le hablé, y de esto que estás de “jijijajá” que acabamos quedando para ir al día siguiente al cine, que había una peli que ambos queríamos ver. 

A la tarde siguiente me preparo, me pongo mi playlist de divas del pop, y me lío a maquillarme, a hacerme las ondas con la plancha, que si una minifalda (yo no suelo llevar falda), una blusa que me dejó mi compi de piso… Me sentía guapa, sexy y muy segura de mí misma, lo ideal para una primera cita. Ya estaba yo dándome los últimos retoques cuando me escribió el chico, que estaba abajo esperándome. “¡Dios! ¡Se ha adelantado casi un cuarto de hora!” No tenía claro si aquello era una buena o una mala señal, pero bueno, en cuanto estuve lista bajé. 

Me planté en el portal más apretada que los tornillos de un submarino con aires entre naif y mujer fatal, una especie de Betty Boop con menos pecho. Él, aunque era monísimo, venía un poco básico para mi gusto, teniendo en cuenta que era una cita: vaqueros, zapatillas muy trilladas, sudadera lisa básica azul marino, MOCHILA… Igual suena superficial o estúpido (o ambas cosas), pero aquello me empezó a chirriar un poquito, porque yo ya lo conocía y sabía que no era así como se solía vestir cuando se arreglaba. Así que pensé que, si no había querido arreglarse mucho, es que para él aquello no tenía la misma importancia que para mí.

Fuimos dando un paseo hasta el cine y, como íbamos con margen de sobra, le sugerí si quería tomar algo antes de entrar, a lo que me dijo que no, porque venía de un buffet asiático de comer con los amigos y que iba a reventar. “Vale, no pasa nada, ya si eso nos tomamos algo después de la peli.” Pero el tipo no hizo ningún comentario al respecto y volvió a insistir, entre risas, que se había puesto las botas en el asiático. “De pedir palomitas para compartir ni hablamos entonces, ¿no?”

La peli resultó ser un dramón infumable de los que te dejan mal cuerpo. De vez en cuando miraba al chico de reojo y lo veía con mala cara, como de estar pasándolo muy mal y pensaba: “Ay pobre, qué sensible es, lo interioriza todo”. Y claro, eso tampoco ayudaba a crear un ambiente relajado para interactuar nosotros… en fin, tipo cita. 

Cuando se acabó y encendieron las luces yo esperaba que nos pusiéramos a comentarla un poco, no sé, lo normal, y a esto que me mira con un grado de intensidad máxima y me dice: “No me encuentro muy bien, me voy a casa”. Yo le insistí en acompañarlo porque me daba cosa que se fuera solo para que le pasara algo por el camino. Además, me había emperifollado para salir por ahí CON ÉL, no tenía más planes a la vista.

Íbamos en silencio porque veía que no estaba para que le tocaran las palmas, hasta que veo que se para en seco y se queda doblado hacia delante. “¿Qué te pasa? ¿Puedo ayudarte?” A lo que me dice: “Es que me he colado muchísimo en el asiático y hay algo que no me ha sentado bien del todo y…” Lo veo tambalearse así que lo agarro por los brazos y justo en ese momento… POTÓ. 

Mis botas, mis medias, mi minifalda negra de polipiel abotonada hasta la cintura, mi chaqueta, mi pelo… TODO quedó salpicado por su vómito. 

No me enfadé con él porque no me lo hizo queriendo, pero no podía evitar estar un poco mosca porque la cita había sido un truño desde el principio y aquella era la guinda del desastre (una guinda asquerosísima y maloliente). Él, por su parte, se notaba que le daba vergüenza aquella situación y que se sentía mal, pero tampoco se esforzó en demostrarlo ni me pidió disculpas y bueno, me sentó un poco mal.

No volvimos a hablar por el camino y lo dejé en el portal de su casa. Al día siguiente le escribí para ver cómo estaba sin darle mucho bombo. No me respondió. ¡Pum! Primer ghosting de mi vida.

Hay quien dice que me utilizó para no ir al cine solo; otros creen que se murió de la vergüenza y por eso ya nunca más me habló. Yo solo sé que me recorrí Bravo Murillo con restos de pota de mis ondas surferas. 

Ele Mandarina