Cuando era adolescente soñaba con casarme. Vestido blanco con escote de corazón, encaje en las mangas y un ramo de rosas rojas. Me casaría en un jardín y, de camino al altar, sonaría “Alleluyah” cantado por un coro de niños con voces celestiales. Mi madre lloraría al verme de lo guapa que estaría. Yo tal vez tendría un pelín de resaca por la despedida de soltera con mis amigas, pero nada que una buena base de maquillaje no pudiera disimular.

Debo decir que mis sueños han cambiado un poco desde entonces, aunque sí me haría ilusión celebrar algo así con una persona especial. ¿Dónde empiezan todas las historias románticas, emocionalmente sanas y estables? ¿Dónde podría encontrar a esa persona? Pues, evidentemente, en Tinder.

Quedé con Alberto un sábado por la noche después de varias semanas hablando, primero por Tinder, después por Instagram. Madre mía, qué ortografía. Qué ojos. Qué manos. QUÉ TO-DO. No os podéis imaginar lo interesante que fue la cita, los temas que surgieron y en lo mucho que coincidimos. Me sorprendió a mí misma después de todas mis anteriores experiencias en esta aplicación. 

Llegados ya al momento del postre de brownie de chocolate, Alberto me preguntó sobre mi familia; con quién vivía, si tenía buena relación con mis padres, si mis abuelos aún vivían… Demasiado intrusivo para una primera cita. Siguió con preguntas muy personales. Too much. Obviamente, le respondí a grandes rasgos y a mí se me ocurrió preguntarle si tenía hermanos:

  • Y tú, ¿tienes hermanos?
  • Sí – Su cara se volvió roja como mi pintalabios, veo que explota en llanto en medio del restaurante-. ¡PERO MI PADRE NOS ABANDONÓ Y SE IBA DE PUTAS!

Mátame camión. Cuánto más rojo se ponía él, más blanca me quedaba yo. Se había vuelto Mr. Hyde de repente. Sus manos no paraban de moverse nerviosas. Su frente sudando. Su boca salivaba mientras vocalizaba de una manera exagerada. A parte, los camareros mirando, los demás clientes murmurando, el vendedor de rosas flipando mientras él gritaba, literalmente: “NOS DESTROZÓ LA VIDA!”, “TÚ NO SABES LO QUE YO HE PASADO!” y “ES UN DESGRACIADO!”. 

Como imagináis, yo sólo quería huir con el brownie de chocolate en mano, así que pedí la cuenta y fui al baño para ver si la ventana estaba demasiado alta como para saltar. No existía tal ventana para mi desgracia.

Lo mejor de la noche llegó cuando regresé al sitio porque me lo encontré a él visiblemente más estable y, encima de la mesa, una cajita con un anillo de (parece ser) compromiso (¿lo llevará a todas las citas por si cuela alguna vez?). Con una gran sonrisa, me preguntó: “¿Quieres casarte conmigo?”. Demasiado fuerte para procesarlo bien a aquellas horas.

No, obviamente, no quería casarme con un maníaco de manual. Tras rechazar semejante propuesta,desaparecí y lo bloqueé de mis redes sociales. Pero no fue nuestra última cita porque Mr. Hyde se hizo un perfil falso en Tinder y, dos meses más tarde, cuando quedé con un tal “David” en mi parada de metro, apareció Alberto “por casualidad” alegando que había quedado, pero que le habían dado plantón. Nunca más volví a saber de “David” y yo, después de cinco minutos esperando ahí con este señor, huí. Ugh.

Y esa sí, fue la última vez que lo vi (por el momento). Alleluyah, alleluuuuyah…

 

Arianna Es