Tinder sorpresa: Conocí a mis suegros en la primera cita

 

Os estoy enviando esta historia tinderiana ahora que la tengo fresquita para poder acudir a internet a buscarla cuando sea mayor y quizá haya olvidado los detalles. Porque esta movida es digna de contar a los nietos. De que vengan los de Netflix a hacerle una miniserie, si me apuras. Como poco da para un capítulo de ‘Cómo conocí a vuestros abuelos’. En fin, os cuento.

Nosotros, el chico en cuestión y yo, nos conocimos en la infame Tinder. Mi relación amor-odio con esta aplicación es larga de contar, pero el caso es que si no tiraba de ella para salir y lo que surgiera con chicos, no me comía un colín. Así que volvía a ella una y otra vez. Más a menudo de lo quisiera, francamente.

Pues en uno de esos regresos hice match con… llamémosle Carlitos.

Carlitos era un amor. Supermajo, monísimo, educado, cero machirulo y un poquito timidín. Estuvimos semanas wasapeando antes de hablar por teléfono, y llevábamos así cerca de dos meses cuando le planteé quedar para vernos en persona de una vez. Que a mí Carlitos me gustaba, pero la paciencia no es una de mis virtudes. Y, además, ya me estaba empezando a emparanoiar con tanta demora. A ver si es que ese rollo de la timidez era en realidad una excusa, y lo que pasaba era que Carlitos era un friki estafador de mujeres o algo.

Gracias al cielo, el chico existía, sus fotos no tenían ningún tipo de retoque y, en vivo y en directo, era incluso más lindo y agradable.

 

Tinder sorpresa: Conocí a mis suegros en la primera cita

 

Habíamos quedado en una calle del centro para dar un paseo y hacer hambre antes de ir a cenar a un restaurante que propuso él. El sitio no estaba mal. Pedía una renovación del mobiliario a gritos y la carta podía ser más innovadora, pero la comida estaba muy buena y el servicio era estupendo. Y qué decir de la compañía, por supuesto (véanse ojitos con corazones).

Para cuando vinieron a preguntarnos si queríamos postre, el vino que me había bebido y yo ya queríamos comernos solamente a Carlitos. Por lo que imagino, temo y estoy bastante segura de que mi lenguaje corporal era más que evidente en ese sentido. Lo noté yo, lo notó Carlitos, lo notó la camarera y lo notó la señora que había unas cuantas mesas a la derecha. Que ya la había pillado yo echándonos miraditas y comentando la jugada con el señor que la acompañaba. Parecían una versión ligeramente actualizada de Mercedes y Antonio Alcántara.

La mujer era tan descarada que, al final, ya me puse guarrilla tanto porque me lo pedía mi toto moreno, como por darle en las narices con mis provocaciones a la cotilla esa. Incluso lo avisé a él, rollo ‘no mires, pero en el rincón hay una tía que no nos quita ojo, no la ves bien porque te la tapa la columna…’

Ay, la columna.

Total, que Carlitos se levantó para ir al baño, la cotilla lo vio, abrió los ojos como platos y yo me quedé en plan ‘¿Qué pasa? ¿Demasiado guapo para mí o qué?’. Toda indignada, saqué el móvil para disimular que me estaba cagando en su estampa y, de pronto, me la encontré de pie frente a mí. A ella y a su marido. Todos sonrientes.

Tinder sorpresa: Conocí a mis suegros en la primera cita

 

La tía me dijo: ‘Hola ¿qué tal? (yo toda loca). Soy Mercedes (obvio que Mercedes no es su nombre). Y él Antonio (ídem)’.

Me los quedé mirando alternativamente, sin entender nada. Y entonces, vi que se acercaba por detrás Carlitos y les decía, con voz de pito y rojo como un tomate: ¿Qué hacéis vosotros aquí?

Y la madre: ‘Pues lo mismo que tú, hijo, que pareces tonto’.

HI. JO. HIJO. ¿¿HIJO?? Efectivamente, llevaba media hora guarreando delante de los padres de mi cita. Los mismos que, con sus dos huevos, agarraron las sillas libres de la mesa de al lado y se sentaron a charlar, como si tal cosa.

Se tomaron el postre con nosotros, un chupito, y no se fumaron el puro porque no estábamos en una terraza. Que, si no, también se lo fumaban.

Yo lo pasé mal, pero Carlitos flipas el mal trago.

Se pasó el resto de la noche disculpándose. Jurándome que había sido una muy puñetera casualidad. Como si no le fuera a creer, cuando yo misma vi el careto que se le quedó a su madre al verlo.

Tinder sorpresa: Conocí a mis suegros en la primera cita

 

Hemos quedado un montón de veces más, muchas. Vamos, que estamos saliendo.

Y él siempre me da recuerdos de su madre, porque, al parecer, se quedó encantada conmigo y no para de preguntarle cuando volvemos a cenar juntos. Alucina.

 

Pongamos que me llamo Karina

 

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