Hace mucho mucho mucho tiempo en el mágico mundo lejano de Londres Oz una chica murciana conoció a un chico de Tarragona en Tinder. Los dos vivían en las islas británicas, pero la chica llevaba dos meses sin echar un polvo y tenía el coño que con un simple roce se convertía en una manguera. Efectivamente, la chica era yo.

Digamos que mis dotes de ligoteo son nulas, así que recurro al Tinder para ligar porque es fácil, bonito y barato. Además está muy bien cuando vives en una ciudad grande porque no se repite casi ningún tíos y ves la variedad que el universo nos ha concedido. ¡Viva la multiculturalidad! Sea como sea, yo estaba hasta arriba de trabajo y con la mudanza y todo el rollo llevaba bastante sin echar un casquete polar. Necesitaba ya catar varón.

Abrí la app y conocí a José Luis, un tío de Tarragona que me cayó bien. A lo mejor fue la emoción que sientes cuando encuentras a alguien de tu mismo país en el extranjero (emoción que desaparece cuando te das cuenta de que en Londres hay más españoles que británicos). La cuestión es que en aquel momento me hizo mucha ilu y le di like.

Hablamos durante unos días. Lo justo y necesario para comprobar que no estaba de la olla. Me cayó simpático y decidimos ir a tomar algo. Saqué los ahorros de toda mi vida del banco, porque en Londres las copas cuestan más que una hipoteca, pero la ocasión lo merecía.

Llegué al bar y allí estaba él. Era alto (bien), gordibueno (bien) y se reía mucho (bien). Los tíos serios no son para mí. Y bueno, la conversación fluyó hasta el punto en que me metió la mano por la falda y empezó a hacerme froti-froti en el bar. Yo estaba on fire, así que hice lo mismo.

Cuando introduje mis finos dedos en su calzoncillo con la sutileza de un elefante noté algo raro. No supe describirlo bien, pero había algo que no me parecía del todo normal. Sea como sea seguí, porque tenía el rabo para partir nueces. Duro como una piedra.

Del bar fuimos a su casa y una vez allí empezó lo bueno. Me comió el coñamen like a virgin touched for the very first time y me corrí. Vaya que si me corrí. Pero que el ritmo no pare no pare no, porque me quedé con ganas de más. Le tumbé, le bajé los pantalones y sorpresa… Ahí estaba el camino de baldosas amarillas que tanto me había extrañado en el bar: tenía el vello púbico depilado en forma de flecha señalando a su rabo.

Por mi mente pasaron una sucesión de ideas:

  1. Pero esto qué es.
  2. Ya hay que ser cutre para ponerse una flecha en el nardo.
  3. Igual es una apuesta.
  4. En serio, pero esto qué es.
  5. Es como cuando te encuentras a un señoro en Benidorm con una camiseta en la que pone FBI, Female Body Inspector.
  6. Se me está bajando un poco el cachondismo.
  7. Hostia, pero mira más abajo. Menudo pollón. ¿Cómo no noté esto con mis manos en el bar?
  8. Madre mía, pero la flecha…
  9. Venga, no mires a la flecha. Mira qué tranca.
  10. Hombre igual tiene sentido señalar el camino a ese rabaco, porque no he visto otro igual en mi vida.

Y así era, porque la tenía tan bestia que casi ni me entraba en la boca. Y vamos, de follar ni hablamos. Empezó a meter la punta y yo vi Oz.

Total, que acabé haciéndole una paja a dos manos porque si me metía semejante porra yo explotaba y a ver cómo le explicaba eso a la embajada española. Se corrió, eso sí, y luego me volvió a comer. También volvimos a quedar, pero la cosa se quedó en pajas y sexo oral, muy sexo de quinceañeros todo.

Moraleja: si un buen rabo quieres sentir, la flecha debes seguir.

 

C.C.C

 

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