Tinder sorpresa: el obseso de las ostras

Desde aquella cita tan rara no he podido mirar a un bivalvo de la misma manera. 

Conocí a un chico por Tinder que, para que nos entendamos, era muy básico. Vamos, que no sé cómo narices me encapriché porque no me pegaba nada: era un poco superficial, vestía marcas caras, cinturón con banderita… para nada mi tipo, pero no sé, lo vi mono y qué le voy a hacer yo cuando el chocho te palpita como una patata frita

El chico me citó en una marisquería. Pagaba él. Le pareció el summum del romanticismo eso de llevarme a comer cigalas y limpiarte las manos en toallitas perfumadas con aroma a friegasuelos de limón. Me dijo que podía pedir lo que quisiera, pero que me quería hacer una recomendación: 

― Las ostras. Tienes que probar las ostras de este sitio, están de vicio.

― Es que… no me gustan las ostras…

― ¿Las has probado? Porque si no las has probado no sabes si te gustan (risa forzada). Venga, mujer, que invito yo.

La insistencia con hacerse cargo de la cuenta me tocó las narices cosa mala. Como si pensara que me daba apuro pedir algo caro y, encima, dando por hecho que no había probado muchos de los productos típicos de aquel restaurante. Vamos, que me estaba llamando muerta de hambre en mi cara.

Encima que el tipo había perdido todo su sex-appeal para mí, cuando nos trajeron el plato de las ostras pasé mucha vergüenza ajena. No sé qué película se montó, pero cogió la ostra y se la puso en la boca de forma… vamos a decir sugerente, para que nos entendamos, porque más que sexy me resultó bochornoso. ¿En qué universo lames y pasas la lengua por una ostra sin parar delante de un montón de gente? ¿Qué pretendía? ¿De verdad pensó que aquello me iba a encender como la Antorcha Olímpica? 

Visto lo visto, evité el contacto visual y me atreví a comerme una ostra, cosa que no me atraía nada, para no hacerle el feo. Por mi cara vio que no me estaba encantando.

― Uy, uy. Veo que a alguien le ha sabido muy fuerte. No tienes hecho el paladar. Pero vamos, que si no te gustan se pide otra cosa, ¿eh? No quiero que te quedes con hambre. Podemos pedir unas almejitas, unos buenos mejillones…

El tipo se creía ocurrente por hacer referencia a bichos con concha y yo en aquel momento lo último que quería era que me arrimara su lengua viscosa a mi clítoris. Porque sí, me parece ridículo ponerle un nombre de estos, lo siento. 

Como la cita iba de culo, se me ocurrió fingir que tenía un problema estomacal debido a que mi microbiota de muerta de hambre no estaba acostumbrada a tan refinado bocado. Le dije que lo sentía mucho, pero que prefería irme a casa (a meter la cabeza en el váter antes que seguir aguantando semejante payaso). 

Al día siguiente, me escribió para preguntar cómo me encontraba y tuvo la poca vergüenza de decirme: “Si quieres hoy me puedo comer otro tipo de ostra”, emoji de ostra + emoji de lengua fuera. 

No creo que vuelva a comer una ostra en mi vida.

 

Ele Mandarina