Tinder Sorpresa: El señor de las croquetas

Una tarde de verano, mi amiga y yo estábamos tumbadas en la piscina, cual lagartos al sol, aburridas como monas, y nos dio por abrir Tinder. Ninguna iba con pretensiones porque llevábamos una racha malísima, pero de vez en cuando te encontrabas un perfil que decías tú “Madre mía, de dónde se ha escapado este” y te echabas unas risas. 

Después de pasar de mucho fantasma, mucho flipado y mucho “el crossfit es mi vida”, “foto con perro ajeno” o “me apasiona viajar” y se marca una foto de hace 3 años en Fuengirola me crucé con un perfil me captó mi atención. Era entre cutre y simpático, inteligente y no parecía ir con pretensiones, se lo tomaba más bien como un juego. En la descripción hablaba de que acudía a los eventos, citas, quedadas SOLO si había croquetas, y nada más que por esa chorrada me cayó bien. En la foto de perfil aparecía disfrazado de Spiderman, pero muy cutre, tipo despedida de soltero y no tenía más fotos subidas, así que me picó la curiosidad. 

Ya no recuerdo cómo le entré, pero lo hice. Nos caímos bien. Charlamos varios días y finalmente dijimos de quedar para tomar algo. En la foto de WhatsApp sí que tenía una foto más normal y se le veía mono, así que me terminó de convencer. Me propuso ir a un bar que le gustaba mucho para picar, cenar o lo que surgiera. Adivinad cuál era la especialidad de la casa. Aunque a él le pillaba más cerca que a mí no me importó, supuse que merecería la pena. Me puse guapa y allí que me fui, dispuesta a catar croquetas y lo que no son croquetas.

La primera impresión fue buena, aunque se le veía nerviosete. En persona no transmitía la misma seguridad que me había transmitido por chat, yendo tan a contracorriente en todo y con ese halo de “me la sopla, yo voy a lo mío, a quien no le guste que no mire”, que era lo que realmente me había atraído. Pero tampoco quería descartarlo tan pronto, al fin y al cabo, los nervios son muy traicioneros y más en una primera cita.

Después de un par de cerveza nos entró hambre y, claro, como no podía ser de otra manera, pedimos croquetas para ir abriendo boca. Me dijo emocionado: “Prueba, prueba, ya verás qué pasada” y yo, asegurándome de que ya no quemaba, me la metí entera de un bocado. Eran de jamón. No estaban mal, pero no me parecía para tanto. Quizá sea que no estoy muy acostumbrada a comer fritos o que no soy tan exigente o que mi paladar es más simple que el mecanismo de un botijo, pero no les veía la gracia. Todo esto pasaba por mi mente mientras masticaba y paladeaba y veía al chico emocionado esperando a que tragara para poder hablar.

“Esto… esto es una obra de arte, madre mía. De todas las croquetas que he probado, mi favorita sin duda: es LA CROQUETA ÚNICA” O sea, flipo. De todas las reviews que se pueden sacar de una croqueta nunca se me habría ocurrido usar ese concepto. ¿Una croqueta única? ¿Para gobernarlos a todos? Igual es que este chiquito escribía para TripAdvisor o El Tenedor, no sé, pero me dejó loquísima.

“Pues… está buena (aún masticando), sí, pero quizá me la esperaba como más… no sé…” Al tipo se le empieza a ensombrecer la cara “Como más espectacular, ¿sabes? Le has dado tanto bombo que igual ya ha perdido un poco la gracia, pero vamos, que están buenas. Ahora cojo otra.”

Una patada en los huevos le habría sentado mejor que aquel comentario. 

Con tonillo de broma, empezó a criticar mi falta de criterio: que si menudo paladar, que si me las dan congeladas no me doy ni cuenta… Al principio reía incómoda, pero aquello no me hacía ni puñetera gracia y lo interpreté como una red flag como una catedral. Una cosa es no coincidir en los gustos y otra es no tolerar los gustos ajenos. El tío ya no me caía bien, me quería ir de allí y no sabía muy bien cómo atajar la situación cuando me lo puso en bandeja: “No tienes ni puta idea”. Eso me dijo, cuidao. ¿Toda esa frustración y esa ira por una simple croqueta? 

Mira tío, yo me largo. No sé con qué clase de gente sueles salir, pero yo no aguanto esta mierda. Os quedáis aquí tú y tus croquetas.” A lo que me respondió: “Precisamente. Estas son MIS croquetas porque es el bar de mis padres y las HE HECHO YO.” 

Anda, la mar. O sea, que no era un problema de intolerancia sino de ego herido. Y de obsesión, ya de paso, porque para mencionar a las croquetas hasta en la bio de Tinder… Me levanté y le dije: “Pues que las disfrutes con salud.” Y ahí lo dejé con sus croquetas mediocres y mi cerveza a la mitad. 

Después de aguantar a semejante petardo di por sentado que invitaba la casa. 

 

Ele Mandarina