Mateo y yo nos conocimos por internet. Desde el principio me atrajo su seguridad y su atrevimiento. Le encantaba tontear y se le daba bien conquistar. Yo siempre pensé que sería un rollito, que no pasaría de ahí, porque en el fondo una sabe si podría o no tener una relación seria con un chico, lo que pasa es que a veces nos engañamos a nosotras mismas e idealizamos a la persona o pretendemos que cambie.
Yo sabía cómo era Mateo. Era un chico que viajaba mucho, era atlético, era independiente, le encantaba la buena vida y le gustaban las mujeres. También le gustaba el buen vino y la buena cocina, así que me había prometido que en la primera cita cocinaría para mí y beberíamos buen vino.
Yo estaba emocionada con la idea de esa cita y no podía esperar a que llegara el día. Eso sí, Mateo me había puesto una condición: debía llevar medias de rejilla. Decía que le ponían muchísimo, y yo estaba dispuesta a divertirme y ponerlo a mil.
El día llegó y no podéis imaginaros la cara que se le quedó al verme con ese atuendo que me había puesto precisamente para él. Me gustó sorprenderle con mi atuendo, pero él también me sorprendió a mí con sus dotes culinarios. El chico estaba hecho todo un cocinillas: me preparó pollo al horno con verduras y compró un buen vino tinto. Además, la situación era graciosa, porque él sabía que iba vestida aposta y que acabaríamos en la cama, pero hacíamos ver que era una cena muy formal. Manteníamos las formas; como dos adultos responsables que éramos (nótese la ironía).
Después sacó el postre: una tarta de zanahoria que había hecho con sus manos bendecidas con la gracia divina para crear platos de comida riquísimos. A mí ya me tenía enamorada, qué queréis que os diga. Además, llevaba una camiseta sencilla pero ajustada, y se le marcaban los hombros y los bíceps. Se me caía la baba.
Fuimos a su habitación y empezó a desnudarme. Me dejó solo con las medias de rejilla y la ropa interior, pero cuál fue mi sorpresa al ver que no eran las medias lo que más le gustaba. Empezó a hacerme un masaje en los pies, y me dio la enhorabuena por lo bien cuidados que los tenía. La cuestión es que, después de todo, yo también me estaba poniendo a tono viendo cómo disfrutaba Mateo haciéndome el masaje en los pies, viendo la pasión que le ponía. Después, me quitó las medias y empezó a besarlos como si no hubiera un mañana.
Claro, entre los besitos y las miradas que me lanzaba, le dije, ven pacá moreno, ya está bien de pies, y empezamos a darle al tema con mucha pasión y lujuria. En un momento me pidió si le podía masturbar con los pies, que le ponía muchísimo, y después, para agradecerme mi gran empeño, me hizo el mejor cunnilingus que me han hecho en la vida. Cuando él iba a acabar, me pidió que si le podía poner los pies en la boca. Y acabó mientras me lamía los pies y lo vi disfrutar muchísimo.
Después de ese encuentro seguimos hablando. Me contó que le encantaban tanto los pies porque su ex siempre le pedía que se los chupara. Y así pude ver que los fetiches se pueden transmitir de una persona a otra. Pero a mí, no me acabó de gustar del todo. En fin, ¡gracias por una velada inolvidable, pero los pies no son lo mío, Mateo!