El tío que quería chuparme los pies… y nada más

 

Vaya por delante que soy una persona de mentalidad abierta y que no me llevo a las manos a la cabeza cuando la gente me habla de sus fetiches y preferencias en la cama por muy extrañas que me parezcan. Así que, cuando un tío me dijo, ya bien avanzada la primera cita, que le ponía mucho chupar pies, no me pareció raro ni me causó rechazo.

El muchacho me gustaba bastante, así que, aunque a mí no me produjera ningún placer, estando ya con el ambiente bastante caldeadito no me plantee negarme, incluso consideré que, como juego previo, tenía su punto. Pues bueno, nos pusimos al lío. He de decir que aquello ocurrió en invierno, así que llevaba calzado cerrado, por lo que el tipo no tenía ni idea de cómo eran mis pies, pero la mera idea de chupármelos le ponía bastante y me lo demostró. 

Después de un sobeteo y morreo más ardiente que un videoclip de Becky G, me quité las botas y las medias para que tuviera vía libre. Como nunca me había planteado esta situación y, encima, era invierno, no los llevaba especialmente cuidados, quiero decir, que no me paré a mirar si tenía, qué sé yo, un callo, o si llevaba las uñas perfectamente cortadas, ¿me olerían?… Pero supuse que el chaval estaría acostumbrado a encontrarse de todo y tampoco le di mayor importancia. 

Me recorrió toda la pierna besándome y cuando llegó a la zona lo vi un poco dubitativo. Me miró y me dijo: “Ahora vengo”. Al minuto llegó del baño con un bote de Nivea azul de los de toda la vida. Empecé a sudar de los nervios: no sabía si me iba a lamer los pies o a hidratarme los codos. ¿Me pondría rulos también? ¿Me sacaría el Pronto? Se la untó en las manos y empezó a masajearme los pies. Cuando acabó con el masaje, me limpió con una toalla los restos, se limpió las manos y procedió a chuparme los pies. 

Yo no sabía cómo actuar, es decir, a mí solo me hacía un poco de cosquillas en algunos puntos, pero nada más. Me sentí un poco mal porque nos tienen acostumbradas a que lo normal es ser muy expresiva y gesticular, gemir y gritar… pero yo no me iba a marcar el numerito del orgasmo de Cuando Harry encontró a Sally porque me chuperreteen una dureza.

Total, que como a mí tampoco me salía fingir nada, le pregunté sugerentemente si quería que le tocara o le hiciera algo, y el tío me decía que no con la cabeza. Parecía feliz, así que lo dejé que disfrutara… pero se me estaba haciendo ya un poco pesado. Justo cuando le fui a sugerir si pasábamos a otra cosa, me lo veo que se baja corriendo los pantalones y empieza RACA RACA RACA a menearse la sardina. Al momento se corrió de forma apoteósica, hasta el punto de que me salpicó los pies y las piernas. 

Fue a por papel para limpiar el estropicio y claro, después de aquello, yo esperaba que hiciera alusión a continuar con el sexo, porque, entre otras cosas, era evidente que él era el único que había disfrutado con aquella experiencia. Se sentó a mi lado, me besó y me dijo al oído: “Me ha encantado a pesar de que tienes pies de senderista.” ¿SENDERISTA? Me llama a mí senderista, ¡sin ser nada de eso yo! 

Me dio pereza contestar a aquello. Como no le vi interés en hacer nada más, guardé mis pezuñas en las botas y me fui pitando, no me fuera a sacar una piedra pómez. 

 

Ele Mandarina