El otro día fui a hacerme una foto con mis compañeros del trabajo y descubrí que puedes activar el temporizador de la cámara mostrando la palma de la mano abierta. Sí, tal vez todas conozcáis esa función de los móviles actuales, pero yo me quedé atónita, si bien es cierto que no es nada en comparación con poder hablar en tiempo real y cara a cara con alguien que se encuentre en la otra punta del mundo o con poder disfrutar de tu película favorita en tan sólo un par de clicks. Y es que las nuevas tecnologías avanzan a pasos agigantados, aunque a mi parecer hay una funcionalidad muy importante que aún no se ha desarrollado y que posiblemente esté a años luz: el olfato. 

Ay, amigas, cuántas citas Tinder nos ahorraríamos si junto con la información del perfil, la canción favorita y las fotos se adjuntase una muestra olfativa de nuestros potenciales ligues.

En serio, pensadlo: nos evitaríamos no sólo perder el tiempo y hacérselo perder a la otra persona, sino también pasar ratos tan incómodos como el que me tocó pasar a mí con un chico muy majo llamado Guille.

Guille apareció en la pantalla de mi móvil una tarde en que el aburrimiento me había llevado a abrir Tinder, más por entretenerme echando un vistazo que porque realmente tuviese ganas de quedar con nadie. Llevaba un buen rato deslizando a la izquierda de manera casi automática, ya que no me apetecía demasiado recibir mensajes, y menos aún propuestas indecentes de nadie, y de pronto ¡PUM! me encontré con su sonrisa de anuncio de dentífrico, su pelo desordenado y su piel bronceada por el sol. Detuve el dedo de descartar perfiles justo a tiempo y me adentré a curiosear en su perfil: le gustaban las rutas por la montaña y hacer surf, tenía dos perretes preciosos, tenía una biografía ingeniosa y divertida, le gustaba salir pero de tranquis y tenía como canción favorita Sultans of swing, ¡la misma que yo! Y no sé si sería una señal del destino o no, pero yo me lo tomé como tal y le di like con la esperanza de que hubiera match, ¡y vaya si lo hubo!

Empezamos a hablar y no tardamos en agregarnos a Instagram, por aquello de cotillearnos un poco y ver si acabábamos de encajar. A raíz de eso no es que habláramos todos los días, pero sí que solíamos respondernos a las historias, comentar cosas puntuales y mantener conversaciones de vez en cuando. Vaya, que no es decir que hubiera un romance en ciernes, pero sí que nos llevábamos muy bien y habíamos ido cogiendo confianza entre nosotros, así que no me extrañó que un día me propusiera quedar para tomar algo y conocernos un poco más en persona, a lo que por supuesto acepté encantada porque oye, igual de allí salía una bonita amistad, un tremendo polvo o quién sabe, tal vez con algo más de tiempo un noviazgo, yo soy muy de ir por la vida sin expectativas concretas porque me gustan las sorpresas.

Aunque para sorpresa, y no de las que me gustan precisamente, la que me llevé aquella tarde a la puerta del bar en el que habíamos quedado, cuando se acercó a mí para darme dos besos antes de entrar, ¡DIOSITO DE MI VIDA! Os juro que podría haber vomitado sobre su camiseta y no habría empeorado el olor que desprendía. No, no era olor a sudor fuerte, sé que hay personas que tienen un olor corporal más intenso y no pasa absolutamente nada; era más bien el olor a capa sobre capa de sudor y mugre mal disimulado bajo al menos un bote entero de Axe chocolate. De verdad que contuve como buenamente pude la arcada que me asaltó y entré delante de él, quien me sujetó la puerta muy galantemente, lo cual fue peor aún porque al estirar el brazo el olor se intensificó. 

Nos sentamos, pedimos algo de beber y nos pusimos a charlar, aunque debo reconocer que yo no estaba muy pendiente de la conversación, pues ya no era sólo el olor corporal, sino que cada vez que abría la boca era como si quitase la tapa de una alcantarilla: la sonrisa Colgate que tanto me había atraído tanto en sus fotos de Tinder yacía muerta, enterrada y agusanada bajo restos de comida y costras de sarro. Y por un lado me sentí fatal, porque hay que decir que Guille era muy majo, divertido e ingenioso, pero me costaba horrores centrarme en hablar con él mientras trataba de esquivar la pestilencia que desprendía, además de que me hubiera sentido fatal si se hubiera dado cuenta de que cada dos por tres acercaba la manga de mi camisa a mi nariz para que mi propio perfume me ayudase a sobrellevar aquella cita.

Tras un rato propuso pedir algo para picar, pero yo tenía el estómago revuelto y estaba deseando irme de allí cuanto antes, así que en cuanto terminamos las consumiciones le dije que había sido un placer, pero que no quería que se me hiciera tarde porque al día siguiente tenía un montón de cosas que hacer y quería madrugar. Guille se ofreció muy amablemente a llevarme a casa en coche, pero decliné su invitación porque no tenía nada claro que fuera a ser capaz de aguantar su olor en un espacio tan reducido. Nos despedimos, nos dimos dos besos muy a mi pesar y me fui dando un paseo, y fue durante ese paseo mientras lamentaba que un chico tan agradable fuese tan desaseado cuando me dio por pensar que tal vez en un futuro se incorporase la función de agregar una muestra olfativa a los perfiles de las apps de ligoteo. Aunque claro, igual que Guille había subido una foto con los dientes limpios y relucientes, seguramente también habría subido de poder hacerlo una muestra del día en que le hubiera dado por ducharse y ponerse ropa limpia.

 

Unos días después me escribió y me dijo que lo había pasado genial y que a ver cuando repetíamos, y le fui dando largas hasta que se me encendió la lucecita y le dije que prefería no volver a quedar con él porque estaba conociendo a otra persona, cosa de la que se alegró y que respetó completamente. Y lo cierto es que aún nos seguimos en redes sociales y comentamos algo de vez en cuando, porque fuera del asunto de su higiene personal es un chico que me cae bastante bien. Una pena que sea tan cochino.

 

Con1Eme

 

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